Su muerte no es un final, sino un nacimiento. zero despierta en un cuerpo nuevo, en un mundo diferente: un mundo donde la paz y la tranquilidad reinan.
¿Pero en realidad será una reencarnación tranquiLa?
Años más tarde se da cuenta que está en el mundo de una novela y un apocalipsis se aproxima.
NovelToon tiene autorización de Aly25 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Papilla de manzana
“Toc, toc”
Un golpe suave, casi tímido, resonó en la madera de la puerta. Le siguió una voz baja pero clara:
—¿Puedo pasar?
Artemisa alzó la cabeza, medio dormida aún, con el libro abierto sobre sus piernas. Reconoció la voz y respondió en un susurro:
—Sí, adelante.
Desde la cama, aún enredado en mantas y sueños medio borrosos, Leo frunció ligeramente el ceño.
¿Qué fue eso? ¿Un pato? ¿eh? Toc toc… suena a visita. ¿Quién visita a mamá?.
El pomo giró con un leve clic, seguido de un sonido sutil de bisagras al moverse.
Creeeeek.
El sonido de la puerta abriéndose suavemente rompió el silencio que envolvía la habitación. Elian entró con pasos tranquilos, una pequeña bandeja en las manos. Sobre ella, una taza con infusión humeante para Artemisa y, en un cuenco amarillo con dibujos de patitos, una papilla de manzana recién preparada. Para Leo en caso de que esté despierto.
—Buenos días —saludó en voz baja, por si acaso el pequeño aún dormía.
Artemisa estaba sentada junto a la cuna, despeinada, con los ojos pesados y un libro abierto sobre las piernas que claramente no había leído. Levantó la mirada y le sonrió débilmente.
—Buenos. Sigue dormido.
Elian se acercó con cuidado y dejó la bandeja sobre la mesita.
Observó al pequeño Leo, enredado en las mantas, con un mechón rebelde cayéndole sobre la frente.
Respiraba tranquilo, con los labios entreabiertos y las pestañas oscuras pegadas al rostro.
—Se ve mejor. No hay fiebre desde anoche. —Elian murmuró, revisando de lejos.
—Pero no despierta. —La voz de Artemisa tenía un matiz de angustia que intentaba disimular.
—Necesita descansar. El cuerpo de un bebé también se protege durmiendo. Y tú, deberías comer algo. —Elian le ofreció la taza.
Antes de que ella pudiera responder, un sonido sutil les hizo girar la cabeza: un quejido apenas audible, seguido de un suave bostezo.
Leo parpadeó lentamente, sus ojos aún enturbiados por el sueño. Miró hacia arriba como si le costara recordar dónde estaba, luego frunció el ceño… y estornudó.
—¡Ah! —Artemisa se puso de pie de golpe—. ¡Leo!
El bebé la miró y su boquita se curvó en una sonrisa adormilada, aunque una chispa traviesa se asomó en sus ojos violetas. Movió las manitas como si saludara a alguna nube invisible.
—Maaa… pfff… —balbuceó, con la lengua aún perezosa.
—¡Estás despierto! —exclamó Artemisa, al borde de las lágrimas. Se inclinó y lo tomó con suavidad, acunándolo contra su pecho.
Elian observó la escena con una sonrisa.
Leo olía a lino limpio, a sueño reparado y a algo indefiniblemente dulce. Tal vez era solo su manera de ser. Un bebé hermoso y testarudo,Era un bebé realmente lindo, como decía Artemisa.
Pero en cuanto Artemisa lo levantó, Leo gimió con un leve quejido. Se removió, incómodo, y apoyó la cabeza en el hombro de su madre. Aún tenía el cuerpo caliente, aunque no febril. Se sentía... raro.
¿Qué pasa? ¿Por qué me siento blandito? ¿Dónde está mi fuerza de patalear como huracán?
Sus ojitos se entrecerraron, no del todo cómodos. Se frotó la carita contra el cuello de Artemisa.
—Tranquilo, aún estás recuperándote —le susurró ella, besándole la frente.
Entonces, los ojos de Leo se clavaron en el rostro de Elian.
Se quedó mirándolo fijo, ladeando la cabeza como un pequeño búho curioso.
Elian no era una figura familiar del todo para él. No una constante como mamá. Pero tenía una voz que recordaba sus sueños, unas manos que olían a cosas limpias y una mirada que no hacía daño.
Artemisa notó su expresión concentrada y sonrió.
—Leo… este es Elian. Es el doctor. Él te curó, cariño. Gracias a él estás mejor.
Leo pestañeó.
¿Él me curó? ¿Él espantó al “frío por dentro” que tenía? ¿Él es el gran pato?
Se quedó mirando a Elian con intensidad, como si intentara grabarse su cara. Luego soltó un pequeño sonido, “aaaah”, y apoyó la mejilla sobre el pecho de su madre, aún observando.
—Creo que le agradas. —murmuró Artemisa.
—O me está analizando para ver si me como su papilla. —respondió Elian, divertido—. Porque, hablando de eso… te he traído un regalo.
Leo giró los ojos hacia el cuenco amarillo, y un hilo de baba le recorrió la barbilla.
¿Eso es…? ¿Comida? ¿Una nueva comida?
Su cuerpecito se puso tenso con emoción. Pataleó una vez. Dos veces.
—Mmmmnah! —gritó con energía renovada, estirando los brazos hacia la bandeja como si pudiera volar.
—Creo que quiere la papilla. —dijo Elian, divertido.
—O quiere derramarlo sobre mi vestido. —rió Artemisa, llevándolo con cuidado hacia la silla acolchada junto a la ventana—. Pero no se la des todavía. La última vez… bueno...
...Flashback...
—Mira, Leo, es mango. Man-go. Dulce. Rico. Esto no es leche, pero te va a gustar. —decía Artemisa, sentada frente al bebé en una manta estirada sobre la alfombra.
Leo tenía la cara seria, como si estuviera en medio de una negociación diplomática. Observó la cucharita con sospecha, los ojos entrecerrados.
¿Qué es eso? ¿Por qué brilla? ¿Por qué huele muy raro? ¿Por qué mamá sonríe así?
Abrió la boca. Artemisa celebró en silencio y acercó la papilla. El primer contacto fue… inesperado.
La papilla de mango entró y Leo frunció el ceño. La sostuvo en la lengua. La empujó hacia adelante. Luego, sin previo aviso, se echó hacia atrás como si hubiera probado algo realmente rico, su reacción fue demasiado fuerte.
—¡Pfffaaaah!
Papilla por todos lados. Su babero. Su nariz. El suelo. Artemisa.
—¡Leo! —gimió ella, limpiándose la mejilla.
El bebé la miró. Parpadeó. Luego, como si no comprendiera por qué aquello era muy divertido, soltó una carcajada gloriosa y luminosa.
Leo sabía que esto era malo, la comida no debería ser desperdiciada pero algo dentro de el decía que lo hiciera y claro Leo no podía negar que era divertido.
Agitó los brazos, pateó la papilla que había caído a su lado y volvió a abrir la boca con la confianza de un emperador:
“Máaaaa.”-mas dijo leo en un pequeño balbuceo
...Fin del flashback...
—…fue una batalla perdida. —dijo Artemisa, regresando al presente.
—Entonces hoy será una victoria. —declaró Elian con humor, tomando una servilleta y colocándola en su hombro como capa de batalla—. Este doctor ha venido preparado.
Artemisa colocó a Leo sentado sobre sus piernas. El pequeño se tambaleó un poco, aún somnoliento, pero sus ojos estaban fijos en el cuenco. En cada movimiento de Elian, Leo miraba con expectación.
—¿Listo, Leo? Esto es de manzana. Te va a gustar, lo prometo. —Elian recogió una pequeña cucharada.
Leo alzó las cejas. Su boca hizo un sonido burbujeante. Luego, en una coreografía perfecta, abrió la boca y se lanzó hacia adelante.
La papilla desapareció.
Silencio.
Leo lo pensó. Lo saboreó.
Y sonrió.
¡ES DULCE! ¡DULCE COMO EL MANGO! ¡ES DEMASIADO DELICIOSO!
Pataleó con entusiasmo. Golpeó con la mano el cuenco con más fuerza de la prevista.
—¡No, no, espera…! —intentó prevenir Elian.
Tarde.
La papilla voló en un arco glorioso. Salpicó la alfombra, una de las cortinas y un poco del pecho de Artemisa.
Leo soltó una carcajada que parecía salida del fondo de su estómago.
—¡Leo! —dijo ella con indignación.
El bebé se inclinó hacia la mancha en su dedo, la chupó y aplaudió.
—¡Mááh! —gritó triunfante.
—Creo que eso fue un “más.” —Elian limpió con paciencia el borde del cuenco.
—O una declaración de guerra. —bromeó Artemisa, alzando los hombros de izquierda y derecha.
Siguieron con varios intentos. Algunos exitosos. Otros… accidentados.
Leo probó tres cucharadas más antes de meter los dedos directamente en la papilla. Luego se los untó en su linda carita. Luego quiso dárselos a Elian, con expresión generosa.
—Gracias, pero estoy a dieta. —respondió el doctor, esquivando el ataque con agilidad.
Artemisa observaba entre divertida y rendida, su hijo cubierto de dulce manzana, los cachetes rojos, los ojos brillantes. Se parecía a una pequeña tormenta viva. Una que arrasaba corazones.
—Está bien que se manche —murmuró Elian, ayudando a limpiar al pequeño—. Eso significa que está sano. Con energía.¿No es lo que deseabas?.
Artemisa asintió, sin decir nada. Acarició la cabeza pegajosa de su hijo, mientras él balbuceaba sonidos incomprensibles, quizás describiendo la textura de la manzana a algún amigo imaginario.
Después de la comida, Leo se acurrucó contra el pecho de Artemisa y soltó un largo suspiro satisfecho. Cerró los ojos.
El alboroto por fin había pasado.
Por ahora.
Elian miró la escena una vez más antes de retirarse.
—Volveré en la tarde para checarlo de nuevo. —dijo, con una sonrisa.
_¿Puedes traer otra papilla.?—pregunto Artemisa—. Ah, no se te olvitrae ropa de repuesto.
—Para Leo o para mí?
—Para ambos.
Elian rió, y cerró la puerta tras de sí, dejando a Artemisa todavía riendo.
Poco después Artemisa suspiró con resignación viendo el lugar lleno de papilla.