Bajo La Misma Luz

Adrián pasó toda la noche pensando en el mensaje de Clara. Había prometido que se tomaría un descanso emocional, pero ahora Clara volvía a aparecer con un misterio que no podía ignorar. A la mañana siguiente, mientras bebía un café que sabía a nada, decidió responderle.

"Dime dónde y cuándo."

Clara no tardó en contestar, sugiriendo un parque tranquilo cerca de su casa. Adrián llegó puntual, encontrándola sentada en una banca con las manos entrelazadas. Parecía nerviosa, como si estuviera cargando con un peso demasiado grande.

—Gracias por venir —dijo Clara cuando él se sentó a su lado.

Adrián cruzó los brazos, directo al grano.

—¿Qué pasa ahora, Clara?

Clara respiró profundamente antes de hablar.

—Hay algo que no te conté… algo que no le conté a nadie.

—¿Y qué es? —preguntó Adrián, con una mezcla de curiosidad y cansancio.

—Recursos Humanos no fue solo una casualidad. —Clara lo miró a los ojos, y su voz se quebró—. Héctor me pidió que hablara.

Adrián sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.

—¿Qué?

Clara asintió, sus ojos llenos de lágrimas.

—Él me pidió que mencionara nuestra amistad, que dijera que estábamos demasiado cercanos. Me prometió que sería un proceso limpio, que no te perjudicaría, solo que te reasignarían.

Adrián se quedó en silencio, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Su mente se llenó de preguntas y dudas. ¿Por qué Héctor haría algo así? ¿Por qué usaría a Clara para manipular la situación?

—¿Y lo hiciste sin pensar en las consecuencias? —preguntó finalmente, su voz más baja de lo que esperaba.

Clara asintió, bajando la mirada.

—Confié en él. Pensé que sabía lo que hacía… pero cuando las cosas se salieron de control, ya era demasiado tarde.

Adrián se levantó bruscamente, incapaz de contener su frustración.

—¿Sabes lo que esto significa, Clara? Esto no fue solo un error. Fue una traición doble.

Clara intentó agarrarle el brazo, pero él se apartó.

—Adrián, por favor. Yo también fui manipulada.

—¿Y eso te exime de todo? —respondió él, con una amargura que lo sorprendió incluso a sí mismo.

Sin decir más, Adrián se alejó del parque. Su cabeza era un caos. Ahora sabía que Héctor no solo había intentado "liberarlo", como decía, sino que había orquestado su salida de una manera que cruzaba todos los límites de confianza.

Esa noche, después de horas de vueltas en la cama, decidió que no podía seguir cargando con esto solo. Tomó su teléfono y marcó el número de Héctor.

—¿Adrián? —La voz de Héctor sonaba sorprendida y cautelosa.

—Necesitamos hablar. Ahora.

Héctor dudó un momento antes de responder.

—Dime dónde estás.

Adrián le dio la dirección de un café cercano, uno donde nadie los reconocería. Llegó antes que Héctor y se sentó en un rincón apartado, con los brazos cruzados y una mirada dura.

Cuando Héctor llegó, lucía tenso, como si intuyera lo que estaba por venir. Se sentó frente a Adrián y lo miró con una mezcla de nerviosismo y preocupación.

—¿Qué sucede?

Adrián no perdió tiempo.

—Clara me lo contó todo.

Héctor parpadeó, claramente desconcertado.

—¿Todo?

—Que tú le pediste que hablara con Recursos Humanos. Que tú planeaste todo para que me sacaran de la agencia.

El rostro de Héctor se tensó. Bajó la mirada, como si estuviera debatiendo si negarlo o confesar. Finalmente, habló.

—Es verdad.

Adrián sintió un nudo en el pecho.

—¿Por qué, Héctor? ¿Por qué me hiciste eso?

—Porque creí que era lo mejor para ti —respondió Héctor, su voz cargada de emoción contenida—. Ese lugar te estaba consumiendo, Adrián. Pero nunca quise que te despidieran. Eso… fue un error que se salió de control.

—¿Un error? —repitió Adrián, con incredulidad—. ¿Manipular mi vida fue un error? ¿Hacerme perder mi trabajo fue un error?

Héctor levantó la mirada, y en sus ojos había una mezcla de dolor y arrepentimiento.

—Lo hice por ti. Porque no podía soportar verte atrapado en un lugar que no te valoraba.

Adrián negó con la cabeza, sintiendo cómo la rabia lo consumía.

—¿Y quién te dio el derecho de decidir eso por mí?

Héctor no respondió de inmediato. Cuando finalmente habló, su voz era apenas un susurro.

—Nadie.

El silencio entre ellos era pesado, lleno de todo lo que no se estaba diciendo. Adrián respiró hondo, tratando de controlar sus emociones.

—Héctor, no puedo perdonarte. No ahora. Quizás nunca.

Héctor asintió, aceptando las palabras como una sentencia.

—Lo entiendo.

Adrián se levantó, dispuesto a marcharse. Pero antes de hacerlo, miró a Héctor una última vez.

—Espero que algún día aprendas que el amor no se demuestra controlando a las personas.

Cuando salió del café, sintió que una parte de él se liberaba, pero otra se rompía aún más.