La Princesa Y Andrómeda

“Somos sombras errantes, perdidas en el Aqueronte, sin óbolo alguno con que solventar el viaje y Caronte no es precisamente el ser más dúctil ni benevolente. Su generosidad pende tácita del estridente resonar del metal, no por menos fue bautizado como el barquero dentro del río incesante, plagado por las almas extraviadas. Y aunque resulte inverosímil, solo una moneda sujeta la autoridad de segregar al limbo del inframundo. Alaridos espantosos se esconden bajo la tortura abrasadora, originados por la necesidad de los necios, mediante la osadía de perpetrar la distancia con nados inútiles que terminan por consumir los despojos de lo que fueron.

Llegar a la costa, aunque no es el peor de los males, tampoco significa ganancia. Sopesar los terrenos de Hades implica purgar agravios preliminares con transfusiones de castigos que contienen propiedades escabrosas. La muerte no es el final de los abatimientos, otros correctivos continúan con la llegada de Tánatos, las acciones vitales son las que dividen al cielo del infierno, determinando la dirección de cada quien. Ejemplificaciones gráficas representadas en la historia, tal fue el caso del embaucador Sísifo, que al pretender burlar a la muerte y al mismísimo rey del inframundo, encontró en una piedra la devolución a su travesura”.

El fragmento del papiro escrito por el rey Arquemio se refería a la muerte y a sus tres estados determinantes: antes, durante y después que la lobreguez emerge para ensombrecer todo a su paso, apagando el fulgor de la vida, mientras rompe el frasco prismático de la existencia terrenal para siempre. También relata brevemente sobre el mito de Sísifo.

La princesa se encontraba en el jardín lunar, un espacio adecuado para plantaciones noctívagas, allí reposaba en una jaula abierta; Janis, el último regalo que le dio su padre, se trataba de un ave exótica llamada Ignis. Ave que emergió del apareamiento de un fénix con un águila. Los colores de los Ignis conllevaban una transición gradual al igual que su nombre. Siendo su plumaje escarlata cuando eclosionaban del huevo, llegando a un azul profundo ya de adultos, hasta terminar en un morado con degradaciones grisáceas, en la vejez, momento en el cual además de su coloratura también cambiaba su nombre, ya no eran llamados Ignis (fuego), sino: Cinis (ceniza).

Ira, acompañada de su querida Janis, estaba absorta dentro de las líneas que escribió su padre, pensando de forma insondable en el trasfondo y toda la historia de sus orígenes, las intervenciones del dios de la guerra y las consecuencias que acarreaba proceder de él. Dimensionaba el poder que se la había otorgado desde antes de nacer y las molestias que generaba dicho poder en su hermano. Esa infundada ambición de su único hermano de sangre e Icor, por más que lo intentara, la princesa no lograba comprender el porqué de su renuencia hacia ella. De un momento a otro, pasó de la oscuridad a la luz, meditaba sobre aquel tiempo de júbilo, pensaba en esos días en que su padre tomaba clases de literatura con Bastián, el prodigio que en aquellos tiempos tenía unos diez años de edad, él junto con sus hermanos le enseñaban a su protector sobre las artes que conocían desde antes de su natalicio. El monarca se aventuraba a escribir, cantar, pintar, bailar y hasta emitir monólogos de William Shakespeare. Esos días estaban llenos de jolgorio, de alegría, y así lo recordaba su hija, con esa efusividad y ese brillo en sus ojos. En esos días fueron una familia real. Aquellos fueron tiempos de gloria para todos, la paz reinaba y el amor prevalecía.

Varios días pasaron después del sepelio del rey Arquemio y el rumbo de la ciudad de Atenea había sido transferido de forma automática a las manos de Ira, la princesa oscura como la llamaban muchos, princesa oscura por sus ojos oscuros, por sus cabellos oscuros, por sus habilidades oscuras, habilidades que no precisaba utilizar a menos que las circunstancias lo ameritaran, como cuando Ares intervino por Sísifo.

El rumor del finiquito del rey se esparció por Atenea y sus alrededores, varios gobernantes se acercaron para expresar sus condolencias a la princesa, y de paso intentar asociaciones con ella, ofrecimientos que la nueva soberana desestimaba educadamente, pues no le interesaba acudir a su don para interceder por bandos en guerras.

— Es tiempo de coronarte como sucesora de tu padre y por consiguiente reina de Atenea. —interrumpió Cyrus los pensamientos de la princesa.

— ¡No! —objetó Ira. —La última reina de Atenea fue y siempre será Irene. Nadie reemplazará a mi madre. —concluyó.

La visión de la princesa se refería aun sistema de votación, algo así como una monarquía democrática. La resolución de la nueva mandataria de la ciudad de Atenea en lugar de causar escozor entre los habitantes de la nombrada ciudad, les pareció una muestra fehaciente de la humildad y nobleza de la soberana, al rendirle tributo a su madre, la reina Irene, no ocupando su puesto como reina de Atenea, sino guardando el trono que le pertenecía a sus padres para que el recuerdo de ambos fuera inmortal y quedaran enmarcadas para siempre como los últimos reyes de Atenea. Ella por su parte seguiría siendo la princesa, si la princesa oscura como muchos le llamaban por la zona y sus alrededores. Obviamente la princesa gobernaría, pero no quería ser quien impusiera las normas y por eso creo una especie de asociación, un gabinete para tomar decisiones y mantener el orden en la ciudad, los partidarios de dicho gabinete fueron escogidos por sufragio electoral, sí, una nueva era llego a Atenea, una era donde la democracia se asomó y dejo ver que más allá de llevar una corona, Ira era una mujer que no les temía a los cambios ni a la consolidación de un gobierno democrático. Aunque ella no podía zafarse jamás de la corona, por llevar el icor en su sangre por parte de su madre y la monarquía sobre sus hombros por parte de su padre, sin embargo, la ahora nueva soberana hizo caso a sus instintos y sin soltar la corona, acudió a un gabinete elegido de forma democrática para que la guiase en el camino de la gobernación de la ciudad de Atenea. El equipo conformado por un cuórum de veinte miembros dentro de los que se encontraban ciudadanos comunes, pero con ciertos intereses y conocimientos de índole político, previamente postulados y escogidos por los habitantes de la misma ciudad de Atenea. Con esas veinte personas tan aptas y brillantes, la princesa Ira dio inicio a su monarquía democrática.

En el capitolio recién construido la princesa formalizó los nombramientos. El sitio estaba a reventar.

— Sean todos bienvenidos a una nueva era, a un nuevo comienzo inspirado en el legado que imprimieron los últimos reyes de Atenea; el rey Arquemio y la Reina Irene. — proclamó Ira desde la altura del balcón, mirando a los cientos de personas que se congregaron. — Desde hoy la ciudad tendrá una gobernación demócrata, un sistema innovador que consiste en la mancomunación de la corona y el pueblo, juntos para fortalecernos, juntos para mantener el lineamento pacífico que nos ha caracterizado. Desde hoy Atenea es de todos y para todos y con estas personas idóneas que hoy constituyen el gabinete, alcanzaremos la excelencia.

— Ave, la princesa Ira. —ovacionó la multitud.

Al abrir el sistema burocrático también se generaron empleos en la ciudad de Atenea y con eso la economía se equilibró aún más para sus habitantes y es que Atenea era conocida como la ciudad con más auge del país y con ese nuevo sistema avanzó muchísimo más de lo esperado, tanto que el reinado de la princesa Ira sería recordado para siempre.