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EL DRAGÓN OLVIDADO QUE VUELVE A NACER

EL DRAGÓN OLVIDADO QUE VUELVE A NACER

Status: En proceso
Genre:Yaoi / Viaje En El Tiempo / ABO / Traiciones y engaños / Reencarnación / Fantasía LGBT
Popularitas:2.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Gabitha

El fallecimiento de su padre desencadena que la verdad detrás de su rechazo salga a la luz y con el poder del dragón dentro de él termina con una era, pero siendo traicionado obtiene una nueva oportunidad.
— Los omegas no pueden entrar— dijo el guardia que custodia la puerta.
—No soy cualquier omega, mi nombre es Drayce Nytherion, príncipe de este reino— fueron esas últimas palabras cuando ellos se arrodillaron ante el.

NovelToon tiene autorización de Gabitha para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

UN NOBLE

Habían pasado dos días desde el ataque. El palacio aún respiraba tensión en cada rincón, como si los muros guardaran el eco de las espadas y los gritos. Sin embargo, aquella noche, en la cámara del príncipe, reinaba una calma engañosa.

El emperador permanecía sentado en silencio, observando a su hijo dormir. Drayce, acurrucado bajo las mantas, parecía una criatura frágil e inocente, nada parecido al pequeño dragón que había desatado su poder en la batalla. Esa imagen arrancó un suspiro al alfa, aunque sabía bien que era parte del plan calculado de su hijo: mostrarse vulnerable para esconder la verdadera fuerza que crecía en su interior.

Pero la calma no duraría mucho.

Unos días antes del ataque, durante las clases de Christian, había ocurrido algo extraño. Drayce, serio y con esa mirada que parecía leer más de lo que decía, le había lanzado una pregunta inesperada:

—Christian, ¿cómo sabes cuándo alguien es tu destinado?

El joven pelirrojo casi se atragantó con el aire. La pregunta le heló la sangre.

—No… no sabría decirle, alteza.

Y era cierto. Sus padres adoptivos jamás le habían hablado de esas historias.

Hamir, que estaba presente, intervino con calma:

—Se dice que cuando una persona es destinada a otra, siempre se encuentran, como si un hilo invisible los empujara. También cuentan las sirvientas que, al tocar la mano de tu destinado, sientes un rayo recorrer tu cuerpo… un estremecimiento imposible de ignorar.

Los dos omegas lo miraron con atención. Christian bajó los ojos, nervioso.

—Gracias, Hamir. Puedes ir a descansar —ordenó Drayce con voz suave.

A solas, el príncipe se inclinó hacia el pelirrojo.

—Christian, necesito que hagas algo por mí. Puede que suceda algo en la fiesta de bienvenida… no te apartes de mi lado.

Y él cumplió su palabra. Ni en los momentos más críticos de la batalla se había movido, como si una fuerza lo encadenara a ese lugar.

Ahora, dos días después, Christian se encontraba junto a Drayce en la misma habitación, con el corazón cargado de un miedo que no sabía cómo nombrar. Era miedo a perderlo, miedo a fallarle… y también miedo a lo que sentía cuando lo miraba.

El emperador se levantó en silencio y salió de la estancia, sin dirigirle la palabra al omega. Christian se quedó de pie, con la respiración agitada. Lo cuidaba, le llevaba comida, vigilaba sus sueños… pero esa noche algo cambió.

Unos golpes en la puerta lo hicieron tensarse. La abrió, y allí estaba el emperador. Su cabello aún goteaba agua, y el vapor de su baño impregnaba su piel con un aroma intenso.

Christian tragó saliva. Un cosquilleo extraño se encendió en su vientre, como un fuego tímido que iba creciendo. El aire se volvió pesado, intoxicado por las feromonas que llenaban el cuarto. El alfa estaba en su rut, y parecía no haberse dado cuenta… o quizás lo ignoraba deliberadamente.

El pelirrojo sintió sus rodillas flaquear. Antes de caer, unas manos fuertes lo sujetaron por la cintura. Su cuerpo entero se estremeció.

Las dulces feromonas de Christian, que hasta entonces había reprimido, estallaron en la habitación como una fragancia imposible de contener. El emperador lo miró con sorpresa… y con hambre.

Sus ojos se encontraron, y en ese instante el tiempo pareció quebrarse. Un beso leve, casi torpe, nació de aquel impulso. Christian se quedó inmóvil, con la respiración atrapada en su garganta, hasta que el alfa volvió a besarlo. Esta vez con fuerza, con deseo, con un anhelo que lo hizo gemir sin darse cuenta.

El eunuco Hamir, testigo incómodo, bajó la mirada.

—Alteza… —murmuró, pero fue interrumpido.

—Hamir, cuida a Drayce hasta que despierte —ordenó el emperador con voz grave.

Y sin importar que estuvieran frente a él, lo cargó en brazos y se lo llevó a sus aposentos.

Abdiel, en el pasillo, sintió de inmediato el golpe de aquellas feromonas. Sus instintos lo doblegaron, obligándolo a arrodillarse. Con esfuerzo, se apartó, ordenando a los guardias que vigilaran la puerta antes de huir del lugar.

Dentro de la habitación, el emperador cerró la puerta y depositó al omega en la cama. Su piel blanca, sonrojada por el calor del celo, lo hizo perder la razón.

—No debería… estar aquí —murmuró Christian, temblando.

—¿Y a dónde deberías estar, según tú? —le susurró el alfa, acariciándole el rostro.

Antes de que pudiera responder, sus labios volvieron a encontrarse. Las palabras fueron reemplazadas por besos, las dudas ahogadas bajo caricias, y la ropa cayó lentamente al suelo. El emperador se detuvo un instante al descubrir la marca en forma de flor sobre el hombro del omega.

—Esa marca…

—No te detengas… continúa —suplicó Christian, entre besos torpes.

El alfa no resistió más. Lo reclamó con besos, con mordidas y finalmente con la unión de sus cuerpos. La noche se volvió un mar de gemidos, jadeos y promesas no dichas.

Durante tres días permanecieron allí, entrelazados, ajenos al mundo.

Cuando por fin salieron, el emperador lo llevó consigo a la habitación de Drayce. No le permitió cubrir la marca fresca en su cuello, prueba de que lo había reclamado como suyo.

El pequeño dragón los esperaba. Al verlos, sus ojos brillaron primero con rencor, pero luego su boca dibujó una sonrisa enigmática.

Era imposible leer sus verdaderos pensamientos.

¿Qué podía hacer el emperador? Había caído, sin darse cuenta, en los brazos de dos omegas hermosos… y ahora las piezas del tablero habían cambiado para siempre.

Si era posible, el amor que el emperador tenía por ambos omegas era tan vasto que resultaba casi imposible de describir. Cada gesto, cada mirada, dejaba claro que para él no existían diferencias entre uno y otro.

Drayce lo había notado en cuanto entró en la habitación: la manera en que su padre acomodó el manto de Christian sobre sus hombros, el cuidado con el que lo sostuvo, la suavidad en su mirada. Era extraño… inquietante incluso. Pero por encima de todo, era evidente que su padre no planeaba dejarlos ir.

Al caer la noche, tras mucho meditarlo, Drayce tomó un pergamino limpio y comenzó a escribir con trazo firme. Las palabras fluyeron con una solemnidad que no solía tener en él:

..."Honorables señores,...

...Me dirijo a ustedes para hacerles saber que su hijo, perdido, se encuentra en perfectas condiciones. Puede que aún falte tiempo para revelarlo abiertamente, pero en este momento deben saber que su hijo es considerado uno de nosotros. Pronto recibirán noticias más extensas y, con el permiso del emperador, se les concederá audiencia para reencontrarse con él."...

Enrolló la carta y selló con el emblema del dragón, asegurándose de que pasara las revisiones sin levantar sospechas.

Cuando quedó a solas con Christian, dejó escapar una sonrisa que mezclaba ternura y picardía.

—Felicidades, concubino Christian.

El pelirrojo lo miró sorprendido, los ojos azules bien abiertos, como si no esperara escuchar aquellas palabras de su boca.

—¿Concubino… yo? —balbuceó, ruborizándose hasta las orejas.

Drayce rió suavemente, cruzando los brazos con una seguridad que no parecía de su edad.

Hamir sonrió con picardía.

—Así es. Y parece que ahora tendré que buscar nuevos sirvientes para ustedes dos. El emperador no permitirá que sigas siendo tratado como un simple asistentes.

Christian bajó la mirada, nervioso, pero en el fondo no podía evitar que una chispa de alegría se encendiera en su pecho.

Drayce lo observó unos instantes más, con ese extraño afecto que lo desbordaba. Para él, Christian no era un rival ni un simple sirviente… era su madre, su amigo, su refugio. Y aunque no lo dijera en voz alta, estaba dispuesto a todo con tal de que permaneciera a su lado.

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Priscy Agudelo
me encanta tu novela, cada capítulo me llena de intriga y no puedo parar de leer. 👏👏👏felicitaciones.
Gaby Rodriguez: Gracias por tus palabras y me alegra que te esté gustando 🤭☺️
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Limaesfra🍾🥂🌟
🐲🐉
Gaby Rodriguez: Me alegra que te esté gustando🥰
total 1 replies
Adeilis
Más capítulo por favor
Adeilis
La historia es muy interesante, me gusta mucho
Gaby Rodriguez: Me alegra que te guste y gracias por darle una oportunidad 🤗😘
total 1 replies
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