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Heridas Que Reabren

Heridas Que Reabren

Status: En proceso
Genre:Casarse por embarazo / Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Padre soltero / Madre soltera
Popularitas:284
Nilai: 5
nombre de autor: Eduardo Barragán Ardissino

Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.

NovelToon tiene autorización de Eduardo Barragán Ardissino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 12: Anécdotas de Argelia

Argelia contempló muy complacida como ninguno de los niños parecía tener cansancio alguno, ni el más mínimo deseo aparente de acostarse a dormir. Por la hora en la que Fabián había llevado a su hijo a su departamento, para luego retirarse a su trabajo, la abuela supuso que el nene querría volver a acostarse (como ocurrió en dos de los tres días que se quedó ahí), y que su nieta preferiría levantarse más tarde, ambos dominados por el sueño. Le resultó inesperado que Carolina haya hecho acto de presencia antes de que el padre Germán se marchara. Ni siquiera llevaba puesto el camisón, ya se había vestido con la ropa que llevaría el resto del día.

Mientras ingería el desayuno que su abuela pudo prepararle rápido, su nuevo amigo aguardaba mirando televisión y comiendo algunas galletitas que le convidaron.

Él y Toby no estuvieron sentados solos en aquel sillón por mucho tiempo. Contenta y aliviada, Argelia apreciaba desde la comodidad de su silla cómo los niños disfrutaban enormemente de la compañía mutua, así como de los mismos programas, de los cuales hacían comentarios en cada oportunidad que se les presentaba. Oyó cómo el niño la invitó a visitar su casa al día siguiente, cuando su papá estuviera ahí. Desde su punto de vista, la amistad de los dos había iniciado de un modo maravilloso, y así debía seguir. Dejándose guiar por las apariencias, y por su intuición, tuvo el presentimiento de que todo iría bien. Algún desacuerdo no tardaría en hacerse presente, pero ella siempre consideró eso como algo inevitable en las relaciones interpersonales. Sostenía que, si estas valían la pena, se hallaría el modo de sobreponerse y seguir adelante.

Ahí sentada junto a su nuevo amigo, atenta a la pantalla, pero deseosa de conversar, su nieta no tenía en su expresión el más mínimo rastro de todo ese llanto que soltó la noche anterior. Parecía otra niña. Intentando ser justa consigo misma, Argelia reconoció que ella había contribuido también en la creación de esa sonrisa. No fue sencillo.

Darle aquel fuerte abrazo, acompañado de sus cariñosas palabras, no bastó, y lo sabía. Debía hacer más por la niña. Bastaba solo con mirar su rostro cuando se sentó a cenar secándose las últimas lágrimas que todavía brotaban de sus ojos. No comió tanto como su abuela esperaba, y hubiera querido. Ella misma tampoco.

Ignorando el televisor encendido, Argelia comenzó a relatarle anécdotas a la niña. Algunas surgieron en respuesta a dudas que Carolina le planteó, demostrando un mejor ánimo al escuchar con sumo interés y curiosidad todo lo que su abuela tenía para contarle. Esta última disfrutó especialmente narrar sucesos de cuando su interlocutora era mucho más pequeña. Como que a los tres años se divertía persiguiendo un tero que acostumbraba dar vueltas alrededor del huerto que su abuelo tenía en el patio trasero, pues aseguraba que podría montarlo en cuanto consiguiera atraparlo, y de ese modo volaría, sujetándose de las patas de este. Carolina siempre juró que se trataba del mismo tero en cada ocasión, en cada una de las visitas. Sus abuelos nunca estuvieron del todo seguros de que así fuera, pero jamás la contradijeron. Ni siquiera se sentían seguros de que la nena estuviera equivocada en eso, y por supuesto que no le dieron importancia. A la feliz pareja solo le interesaba tener a su nieta feliz en aquel lugar.

Les encantaba verla de vez en cuando, y sentir que uno de sus hijos aún se acordaba de ellos. En todas sus visitas, este les pedía dinero prestado a sus progenitores, los cuales siempre estuvieron gustosos de ayudarlo, y de recibirlo en su casa, junto a su mujer y a su hija. Siempre les complació mucho el ver lo feliz que parecía ser ese matrimonio, y que llevaran a aquella preciosa niña a pasar tiempo con ellos.

Argelia llegó a relatarle la vez que ella y su mamá se vieron obligadas a quedarse en su casa con ellos, mientras Benjamín se ocupaba de conseguir un lugar en donde pudieran vivir los tres. Búsqueda que le tomó más de tres semanas.

—¿En serio? —preguntó la sorprendida Carolina— No me acuerdo de haberme quedado tanto tiempo en tu otra casa.

—Es que eras muy chiquita —contestó la señora, demostrando alegría ante cada pregunta de Carolina—. Una beba de apenas unos meses, por eso no te acordás. Yo me acuerdo perfectamente, y si tu abuelo siguiera con nosotros tampoco tendría problemas para recordarlo, incluso lo haría mejor que yo. Casi todas las noches te despertabas llorando con mucha fuerza, y siempre era él el que iba a consolarte y a hacer que te volvieras a dormir. No sé cuánto tiempo pasó hasta que se acostumbró a que vos ya no estabas ahí después de que vos y tu mamá se fueron. Durante varias noches siguió despertándose, creyendo que te oía llorar. Recién cuando llegaba a la habitación donde estuvo tu cuna, se acordaba de que ya no estabas.

Carolina sonreía. No era una sonrisa muy grande, según su abuela, pero era claro que la situación iba bien encaminada.

—La verdad, no me acuerdo mucho del abuelo —confesó la niña—. Casi nada.

—Sí, me lo esperaba —le contestó su abuela—. Si no estoy mal, todavía no habías cumplido los cuatro años cuando falleció. Por eso te acordás tan poco de él. No jugaste más en el huerto porque yo no pude hacerme cargo de mantenerlo. Tu abuelo era el que tenía el talento para eso, yo no. Al menos ustedes siguieron visitándome, y así no me sentí tan sola. Después le tuve que dar la casa a tu tío Bautista y a su mujer, tu tía.

—¿Por qué? Papá dijo que al tío no le gustaba tu casa.

—No, esa era otra, la casa donde crecieron él y tu padre. Esa es la que nunca le gustó.

—¿Por qué?

—Bueno, era muy humilde. Lamentablemente era lo mejor que teníamos. Pero podíamos vivir ahí muy bien. Siempre creí que los cuatro éramos felices, pero supongo que Bautista no lo era tanto. Durante toda su infancia su padre les inculcó la importancia del trabajo duro. Lo malo fue que, con el tiempo, tu tío empezó a vernos a tu abuelo y a mí como gente pobre y miserable con la que no debía relacionarse. Había salido adelante en la vida, y estoy muy orgullosa de él por eso. Ahora tiene mucha plata, un buen trabajo, esposa e hijos. Cualquiera que lo hubiese visto cuando era un nene no habría imaginado que llegaría a donde está ahora, pero él se los demostró a todos. Soy su madre, así que no puedo evitar sentirme así por él, aunque esté enojada porque nos haya dejado de lado a sus padres, a su hermano, y ahora a vos también. Nunca fuimos ricos, pero tampoco tan mediocres como él nos pinta. Tu abuelo y yo hicimos todo lo posible para que no les faltara nada. Ya los dos eran algo grandes cuando pudimos conseguir esa otra casa y mudarnos. Nunca odié la anterior, siempre la recuerdo con mucho cariño, pero debo reconocer que la nueva es mejor en muchos aspectos.

—¿Por qué el tío te sacó de ahí? Si tiene plata, podía conseguir otra.

—Ay, nena, para poder tener plata hay que saber ahorrar, y no gastarla si se puede evitar. Leonor estaba en su segundo embarazo, por lo que necesitaban más espacio. En ese momento alquilaban, así que mudarse ahí era lo mejor para ellos. La casa ya estaba pagada. Ya se evitaban muchos gastos. No tuvo que insistirme mucho para que dijera que sí. Tengo que aceptar que tenía algo de razón, era un desperdicio que yo ocupara sola esa casa, con tanto espacio de sobra. El departamento que estaban ocupando también era mucho para mí, por eso busqué otro lugar para alquilar. Con ayuda de tu papá y de tu tío encontré este, acá en Mar del Plata, así que Toby y yo nos cambiamos al poco tiempo. Nunca pensé que vos ibas a venir a vivir conmigo, pero creo que vamos a poder acomodarnos.

—¿No podemos volver a la casa donde vivía con mamá y papá? Ahí tendríamos un montón de espacio para las dos, y también para Toby.

Argelia sabía que no podían hacerlo, por lo que hizo todo lo posible por explicarlo con palabras sencillas: poco después de la desaparición de Débora, los familiares de Benjamín se enteraron de la enorme deuda que este y la madre de su hija tenían con el dueño del departamento que ocupaban. Fueron siete meses exactos sin pagar.

No importaron los intentos que hizo aquel hombre, Bautista se negó a saldar la deuda de su hermano. Argelia pensó en hacerlo, considerándolo su obligación al tratarse de su hijo, pero no contaba con el dinero suficiente para pagarle, y sabía que jamás lo tendría. Ese hombre no tuvo más alternativa que darse por vencido.

Afortunadamente, Carolina estaba enterada de la mayor parte de esto, por lo que su abuela no se vio obligada a explayarse con el tema. No obstante, omitió referenciar los favores especiales que, según supo, Débora tuvo que hacerle al dueño del lugar, antes y después del desvanecimiento de Benjamín, a cambio de paciencia a la hora de esperar el pago del alquiler. Ese hombre siempre lamentó el haber accedido a aquel acuerdo con esa pareja, dejándose llevar por su apetito carnal.

—Vas a ir a una escuela cerca de acá —recordó comentarle Argelia, en el momento en que las dos comenzaron a retirar las cosas de la mesa—. Es muy bonita. Germán va a esa, y me parece que la nena de la torre 7 también. No van a ir al mismo grado, claro, pero se pueden ver en los recreos. Por supuesto que también podés hacerte más amigos en tu salón. Ah, y ya le pedí al papá de Germán que me ayude con el tema del internet. En cuanto esté colocado, vas a poder comunicarte todos los días con tus viejos amiguitos de tu otra escuela.

—No tengo ninguno, abuela —respondió la nena.

A pesar de la indiferencia que esta última hizo notar en su comentario, su abuela no pudo hacer más que guardar silencio unos segundos por la sorpresa que le había ocasionado oír esas palabras.

—¿Ningún amigo? —exclamó ella— ¿Por qué? ¿No había ninguno que te cayera bien?

—No, es que papá no quería —respondió Carolina mientras guardaba la jarra de jugo en la heladera—. Yo quería hacer amigos, pero papá decía que no me convenían esas amistades, porque algún día él iba a conseguir mucha plata, como los tíos. Me decía siempre que esperara, que llegaría el día en que los tres tendríamos amigos de más categoría. Decía que íbamos a impresionar al tío Bautista.

Cada vez que Argelia escuchaba ese tipo de cosas de sus hijos, entristecía más. Casi no habló de nuevo con su nieta hasta la mañana siguiente, pero logró ocultar el malestar que la invadió muy dentro suyo.

Demoró en quedarse dormida esa noche, a diferencia de su nieta que, acostada junto a ella, se durmió en un santiamén.

Rogó que ese hombre llamado Fabián fuera tal y como ella lo veía. Su manera de ser era exactamente como siempre deseó que fueran las de sus hijos, o por lo menos, así lo veía ella tras conocerlo una semana. Y era casi la misma estima que sentía por Germán. Esta se elevó bastante a la mañana siguiente, al verlo llevarse tan bien con Carolina, y siendo tan cordial y tan amistoso con la niña.

Tan distraída la tenían sus pensamientos, y la apreciación de esos dos infantes, que no notó lo inquieto que se estaba poniendo Toby.

—¡Abuela, ya es hora! —le hizo notar Germán, señalando el reloj de la pared.

Fue luego de poner atención a la hora cuando se fijó en el perro, y se percató de que el nene tenía razón: ya había pasado la hora en la que siempre lo sacaba a pasear.

Mientras el niño ponía al tanto de esto a su nueva amiga, Argelia se puso a buscar la correa y un par de bolsas de plástico para juntar los desechos de su mascota.

Germán siempre la acompañó en esos paseos cortos, y ese día no fue la excepción, ya que la señora a cargo de ambos no los dejaría solos en la casa. Los cuatro salieron del complejo para dar el paseo que Toby tanto pedía y necesitaba. Sin embargo, no era el único. Carolina aprovechó para apreciar con más detenimiento las calles próximas a su nuevo hogar. Viviría dentro de las paredes de aquel complejo de torres, pero no planeaba quedarse siempre encerrada ahí. Ya había tenido ocasión de contemplar superficialmente alguno de esos lugares pero en ese momento podía hacerlo más a detalle, y con más calma. Descubrió que, poco después de pasadas las torres, las calles se volvían más angostas, al punto de que sólo un auto a la vez era capaz de transitar por estas, obligando a los conductores a andar con mucha más prudencia en esos lugares.

Los tres humanos y el perro caminaron tanto por la vereda como por la calle, haciendo que Carolina se percatara de que siempre iban en sentido contrario a la dirección que los autos debían tomar en ese sitio, llegando a la acertada conclusión de que su abuela lo hacía a propósito para evitar el ser tomados desprevenidos por los vehículos.

Germán, como las demás ocasiones, solicitó tener el privilegio de llevar por algunos minutos la correa de Toby. Al ver lo contento que este se veía llevando al perro, la niña no pudo resistir la tentación de pedirle a su abuela que también le permitiera hacerlo.

—Podemos ir a la placita de acá cerca uno de estos días —sugirió Argelia, sonriente.

Los dos niños ya estaban terminando sus respectivos helados de agua, invitados por la abuela, cuando el portón del complejo apareció delante de sus caras.

—¿Podemos salir un rato a jugar? —preguntó la enérgica nieta, secundada por Germán, quien demostró tener los mismos deseos de su amiga luego de que los cuatro volvieron a ingresar al departamento de Argelia.

Esta última dedujo, al verlos, que probablemente ambos se habían puesto de acuerdo en hacer este pedido, los dos a la vez, durante las conversaciones que tuvieron en el transcurso del paseo. Tuvo sus dudas respecto a si debía acceder o no, después de todo, estaban bajo su cuidado. No obstante, ese lugar siempre se caracterizó por ser bastante tranquilo, además, mientras se mantuviera alerta, y vigilándolos desde la ventana de vez en cuando, todo estaría bien.

—Bueno, pero un rato nada más —decidió la señora—. Acá adentro. Que ni se les ocurra salir del complejo. Y me llaman ante cualquier cosa que pase.

Después de responder a todo lo que se les dijo, asintiendo con la cabeza, Carolina y Germán se apresuraron a salir de la casa y bajar las escaleras, tal vez temerosos de que Argelia pudiera cambiar de opinión. La niña no había pensado en lo que iban a hacer específicamente, pero no lo consideraba importante, pues se podía decidir eso en cuanto estuvieran abajo. Hasta ese momento no se percató de que Germán había agarrado una pelota antes de salir del departamento. Tenía que haberla llevado él ahí, ya que estaba segura de que no había ninguna pelota en el departamento de su abuela el día anterior.

—¿Querés jugar unos penales? —la invitó él— ¿Alguna vez jugaste a la pelota?

—No, pero me gustaría—respondió su amiga.

Buenísimo. Así practicamos para cuando vayamos a jugar a la placita. Yo fui una vez, hay mucho más espacio que acá.

—Pero, ¿estás seguro de jugar a eso acá? ¿Y si rompemos algo?

—No te preocupes. Solamente hay que tener cuidado, y elegir bien el lugar, como dice mi papá.

—Bueno, si te parece que no hay problema... Hey, ¿y si invitamos a Sofía a jugar? Vamos a ver si está.

Sin pronunciar ni una sola palabra más, ni esperar una respuesta, corrió hacia la torre 7, y hacia la puerta del departamento que, según recordaba, era el de su nueva amiga, seguida de cerca por su acompañante, quien trataba de detenerla.

—Creo que no está —dijo Carolina, deteniéndose a unos metros de la casa—. Tiene las persianas bajas.

—Siempre están así—le informó Germán, luego de pararse junto a ella—. Estén o no estén, dejan las persianas bajas, o a veces las cortinas corridas. Así que podrían estar ahora. Pero mejor no la llamemos. Anoche mi papá me dijo que puedo jugar con ella si quiero, pero que mejor espere a que ella me llame. Podemos molestarlas. Si sale, la invitamos. Por ahora juguemos nosotros nada más.

—Está bien —accedió su amiga.

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Kami
Me gustó la forma de narrar
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias♥️.
total 1 replies
Tae Kook
No puedo creer lo bien que escribes. ¡Me tienes enganchada! 🔥🤩
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias, me alegra saberlo💖.
total 1 replies
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