Una relación nacida de la obsesión y venganza nunca tiene un buen final.
Pero detrás del actuar implacable de Misha Petrov, hay secretos que Carter Williams tendrá que descubrir.
¿Y si en el fondo no son tan diferentes?
Después de años juntos, Carter apenas conoce al omega que ha sido su compañero y adversario.
¿Será capaz ese omega de revelar su lado más vulnerable?
¿Puede un alfa roto por dentro aprender a amar a quien se ha convertido en su único dueño?
Segunda parte de Tu dulce Aroma.
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Capítulo 11
Ya habían pasado cuatro semanas desde que Misha había lanzado aquel desafío imposible el ponerse en pie en un mes. Y contra todo pronóstico —gracia divina, esfuerzo sobrehumano de una alfa obstinada y sobretodo la terquedad de un omega que se negaba a dejarse vencer—, Misha había cumplido su palabra.
Los métodos que Adara había usado eran cualquier cosa menos ortodoxos. Lo sabía mejor que nadie. Aquellas inyecciones experimentales, ese tratamiento con sustancias prohibidas en casi todo el mundo eran una apuesta suicida. Pero cuando su propia vida era la que pendía de un hilo, poco importaban la ética o la legalidad. Y el resultado estaba frente a todos un omega que, aun con costillas adoloridas y respiración forzada se había levantado de la cama.
Esa mañana se preparaba para entrenar. Cada movimiento era un recordatorio del dolor que aún lo atravesaba como agujas clavándose en sus costados, pero se negaba a mostrar debilidad. Se había permitido descansar lo suficiente y ahora era momento de volver al campo. Mientras ajustaba su traje de combate notaba la incomodidad de los músculos agarrotados la rigidez de un cuerpo que aún sanaba.
—Déjeme ayudarle —intervino Haya, la beta, con ese tono solícito que a Misha le resultaba insoportable.
El omega se giró con una mueca de fastidio.
—Haya, te pido que dejes de seguirme como si fuera de cristal.
La beta se quedó quieta sorprendida por la dureza de su voz. Había estado tan pendiente de él, tan encima todo el tiempo, que no se dio cuenta de cuánto lo sofocaba. Retrocedió un par de pasos aunque la preocupación no desapareció de su rostro.
Misha, tras un instante de silencio, chasqueó la lengua y le hizo un gesto.
—Ya que estás ahí… abróchame esto.
Haya obedeció ajustando las hebillas del traje con torpeza. El omega de pie frente al espejo se vio a sí mismo enfundado en el uniforme entallado. Aún pálido, aún con las marcas de la enfermedad recientes, pero imponente. Sus hombros rectos y su porte elegante lo convertían en un espectáculo imposible de ignorar.
Cuando salió hacia el área de combate sus hombres lo miraron en silencio. Algunos con admiración, otros con temor. Aunque su semblante aún dejaba ver que no estaba del todo recuperado su figura irradiaba autoridad.
Comenzó a hacer estiramientos. Cada movimiento era fluido, casi artístico, pero quienes lo observaban sabían que esa aparente delicadeza podía convertirse en un arma mortal. El aire en el lugar cambió los murmullos cesaron y hasta los más distraídos quedaron hipnotizados.
Entonces, un bufido rompió la concentración.
—Tch, no es para tanto… —masculló un alfa al fondo, incapaz de contener su desdén.
Era un sobreviviente de una de las casas de seguridad que habían caído semanas atrás. El único que había salido con vida, aunque todos sospechaban cómo lo había logrado, sacrificando a sus compañeros. Su permanencia allí era un perdón otorgado por conveniencia, no por honor. Y el desprecio en su mirada hacia Misha era evidente.
El omega giró lentamente la cabeza hacia él y una sonrisa divertida, cargada de veneno, se dibujó en sus labios.
—Si vas a hablar hazlo en voz alta para que todos te escuchen. Porque hasta ahora creo que solo yo he oído tus murmullos.
Un silencio helado cayó sobre el lugar. Todos se apartaron un poco, como si quisieran distanciarse de la tormenta que se avecinaba. El alfa, molesto por haber sido expuesto, dio un paso al frente.
—Solo digo lo que pienso —contestó con voz grave—. Eres demasiado débil. Al fin y al cabo, solo eres un omega. En mi unidad, los omegas fueron los primeros en caer. La naturaleza frágil de tu clase no sirve para este mundo.
El eco de esas palabras resonó con fuerza. Algunos bajaron la vista, otros con el ceño fruncido aguardaban la respuesta.
La sonrisa de Misha se ensanchó, aunque se tornó siniestra helando la sangre de casi todos.
—¿Eso crees? Entonces probémoslo. Tú y yo en un combate cuerpo a cuerpo y para hacerlo más interesante… —sus ojos brillaron con un destello oscuro— que sea a muerte.
El alfa se tensó, sorprendido, aunque trató de disimularlo. Se acercó lo suficiente para que su voz retumbara con arrogancia.
—Eso no sería justo. Estás recién recuperado estuviste al borde de la tumba.
—Precisamente por eso —replicó Misha con tono burlón—. Sería un regalo para ti. Podrías acabar conmigo fácilmente para así tomar mi lugar y liderar la organización. Ya que, según tú, un omega no debería estar aquí… ¿no sería perfecto demostrarlo frente a todos?
La risa suave del omega resonaron como un veneno. El alfa, herido en su orgullo, sonrió mostrando los dientes.
—Haré que te tragues tus palabras, omega.
Misha caminó con calma hacia el cajón de armas y sacó dos dagas relucientes. Con un movimiento rápido le lanzó una al alfa.
—Mano a mano solos tú y yo que sea matar o morir.
El peso del silencio cayó sobre los espectadores. Algunos tragaron saliva nerviosos. Otros, que habían visto a Misha luchar antes sabían que el verdadero desventajado era el alfa.
Haya, contra la puerta, se llevó la mano al teléfono. Marcó el número de Yuri con dedos temblorosos.
—Tienes que venir —susurró, desesperada—. Va a matarlo.
Pero antes de que Yuri pudiera siquiera contestar el combate había comenzado.
El alfa atacó primero con movimientos rápidos y certeros, apuntando directo a las heridas que aún sabían que debilitaban al omega. Pero Misha se movía como un espectro. Sus pasos eran fluidos, su respiración acompasada y cada golpe esquivando parecía una danza mortal.
El alfa gruñía frustrado. Cada intento por alcanzarlo era burlado con una gracia cruel. Misha incluso tenía tiempo para reír.
—¿Eso es todo? —provocó, esquivando otra estocada—. Vaya supremacía alfa la tuya… lenta y predecible.
De repente, Misha se giró y golpeó con el puño de la daga en la nuca del rival. El alfa soltó un gruñido y se llevó la mano a la zona dolorida.
—Eres lento —se burló el omega—. Aquí mismo hay omegas que podrían patearte el trasero, no solo yo.
—¡Pelea en serio! —rugió el alfa, con el rostro encendido de ira.
Misha lo miró fijamente y en un movimiento apenas perceptible se lanzó hacia él. La daga brilló un instante antes de hundirse en su cuello con un corte limpio, quirúrgico, que seccionó sus cuerdas vocales. El alfa quedó boqueando emitiendo un sonido gutural mientras la sangre burbujeaba en su garganta.
—¿Sabes qué es lo que me fastidia? —murmuró Misha junto a su oído, sosteniéndolo mientras el otro se desplomaba—. Que crean que ser alfa lo es todo y que su fuerza basta. Pero yo fui forjado en hielo y acero estoy donde estoy porque me lo gané y es algo que tú jamás entenderás.
Con un gesto frío retiró la daga y el cuerpo cayó como un muñeco roto, rodeado de un charco de sangre que se expandía lentamente.
Nadie se atrevió a hablar. La lección estaba dada si alguien aún dudaba de la autoridad de Misha, en ese instante desapareció toda duda.
Fue entonces cuando Yuri llegó, acompañado de Carter. El alfa abrió la puerta justo a tiempo para ver la escena el cadáver en el suelo junto al charco de sangre y, Misha limpiando su arma como si nada.
Los presentes mantenían la cabeza gacha, incapaces de romper el silencio. Carter detrás de Yuri, se quedó clavado en el umbral. Había escuchado rumores, pero verlo con sus propios ojos era distinto. El omega al que llamaban líder no era solo peligroso era un monstruo hermoso y letal.
Por un instante, Misha levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Carter. La tensión en la sala se congeló no hubo palabras, solo esa conexión muda, ese cruce de miradas en el que ambos se midieron a la distancia.
Y en ese duelo silencioso, todo se paralizó.