Ella siempre fue un experimento y nunca había visto el mundo exterior. Cuando al fin la dejaron salir, experimentó de primera mano la complejidad de los humanos y sobre todo, la vida en sí misma, salpicada de melodias alegres y tragicas.
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Capítulo 11
Alice volaba a gran velocidad por el cielo. Jamás había sentido que podía alcanzar mayores velocidades solo por el simple hecho de quitarse el pesado collar, era como ser una pluma, ligera. Y con solo un leve empujón podía viajar a miles de kilómetros.
El aire silbaba en sus oídos y mecía los mechones caídos de su trenza apretada, su ropa revoloteaba mientras continuaba su viaje entre los árboles y montañas a la vista hasta llegar al final del bosque, empezando ver una planicie de suelo rojo. Sabía que tenía que volver.
Se detuvo precipitadamente, como si frenara con sus pies, para que al siguiente instante, con un ligero empujón desde el aire, regresara con la misma velocidad con la que había llegado a ese lugar. En su camino de regreso vio algunos animales, un grupo de venados pastando, entre ellos había algunos con astas en la cabeza y sin dudarlo descendió despacio, evitando espantar a los animales. Los observó desde la cubierta de un árbol grande.
Era la primera vez que veía un animal real, los que había visto solo eran imágenes y en las películas del tío Adonai. Quería acercarse, quería tocarlos, sentir con sus manos el pelaje y los cuernos del animal, pero tal vez emitió un sonido o su presencia era demasiado fuerte que todos se pusieron alerta y en un segundo, huyeron todos en diferentes direcciones.
Alice suspiró decepcionada; y un pitido de su SIA, cosa que le había dado Roger, la sacó de su distracción.
Apretó un botón de la pulsera que traía en su mano derecha y un sonido se hizo presente.
-Ana – era la voz de Roger – ¿Dónde estás? ¿Estás bien?
-Sí, estoy bien – miró en dirección en donde se habían escabullido los animales – Ahora regreso.
-Bien, no te alejes más.
-Sí.
Al siguiente momento, Alice se elevó hasta lo más alto posible, intentando avistar a los animales que se habían escapado, y para su fortuna pudo vislumbrar a un par, que pastaba, pero esta vez ya no se acercó sino que regresó hasta la zona militar. Cuando aterrizó frente a Roger, lo vio suspirar y fruncir el ceño. Parecía enojado y Alice sintió una ligera punzada de culpa.
-Está bien que experimentes pero no te alejes de nosotros – Roger suspiró, tratando de no gritar – Si tuvieras uno de esos ataques, no podríamos ayudarte. ¿Lo entiendes?
-Sí – Alice bajó la mirada – No lo volveré a hacer.
-Eso espero – levantó su mano y la deposito en la cabeza de ella – ¿Quieres continuar? O mejor tomamos un breve descanso.
-No – ella alzó la cabeza y negó, aun se sentía llena de energía – No me siento cansada. Continuemos.
Roger asintió, bien.
Entonces intentó experimentar con la piroquinesis. La habilidad consistía en no solo manipular el fuego, sino crearlo desde la nada con las ondas cerebrales.
Manipulando las partículas del entorno con la mente para crear fuego. Contrariamente a lo que creen las personas de las historias ficticias, lograr esa hazaña era demasiado difícil, casi imposible. Porque no solo bastante el pensamiento para crear fuego, se necesitaba controlar la energía misma del cerebro junto con las moléculas del entorno, deformando el entorno. Todo eso al mismo tiempo desgastaba y cansaba al extremo.
Y como era la primera vez que lo intentaría con todas sus fuerzas, todos suponían que podría llevarla a desestabilizarse y perder el control de sus poderes. En todo caso, todos estaban pendientes de ella mientras se concentraba para intentar crear una llama pequeña entre sus manos.
Alice ya sabía controlar sus ondas cerebrales, podía sentir cómo sus neuronas hacían las conexiones a través de la electricidad del cerebro, también deformar el entorno gracias a su habilidad de la telequinesis, por lo que solo faltaba saber cómo hacer que las partículas lograran la combustión.
Y sin pasar más de cinco minutos, una pequeña flama anaranjada brotó de entre sus manos ahuecadas. Todos, e inclusive ella estaban asombrados, pero la pérdida de concentración llevó a que la llama creciera exponencialmente como un soplete, casi quemándole las pestañas. Logró esquivar al retroceder y por fortuna, el fuego se había extinguido rápidamente.
Todos se acercaron.
-¿estás bien? – preguntó uno de ellos.
-Sí, sí – se tocó el rostro. Estaba caliente por lo cerca que estuvo de quemarse – Perdí a concentración.
-Mejor dejemos por hoy esto – sentencio Roger, pero Alice negó.
-No, aún puedo seguir intentando. Mientras más rápido comprenda la forma en crear el fuego, menos tiempo y carga mental será para mí.
Roger quería negar, pero el tiempo se escapaba de sus manos y la misión debía llevarse a cabo antes de que todo explotara, así que, resignado, terminó aceptando.
Alice no demoró en continuar entrenando su mente, adaptándose a las sensaciones que le llegaban al crear el fuego y en menos de cinco horas, podía crear llamas colosales de sus manos, pudiendo controlarlos con ligereza, y extinguirlas más fácilmente.
Alice estaba feliz de su logro, una inmensa emoción llenó su pecho, sintiendo que podía alcanzar nuevas alturas, pero antes de poder sonreír triunfante, un mareo la desequilibró, causando que su entorno se torciera y su cuerpo se ablandara.
Jeff notó la anomalía de la chica y rápidamente la abrazó justo cuando se desplomaba. Los demás se pusieron nerviosos ante la situación, y Roger comprobó su pulso y a través de la SIA, sus signos vitales.
Dio su un suspiro al notar todos sus signos estables, y que simplemente se había agotado hasta el punto de desmayarse, además de una deshidratación leve. Roger dio la orden de regresar y rápidamente trasladaron a la chica hasta su habitación, colocando una solución salina intravenosa para evitar hidratarla lo más pronto posible y evitar un golpe de calor.
Encendieron el aire acondicionado de su habitación para que se refrescara y la dejaron descansar.
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En una habitación oscura y secreta, el Mayor Chang observaba a través de una cámara oculta, los movimientos de uno de los tantos políticos extremistas que vigilaba. Había logrado instalar cámaras que pasaban desapercibidos, por lograr camuflarse en los lugares instalados. Ya que ellos lo tenían vigilado la mayor parte del tiempo, él también quería saber sus movimientos sobre todo, que nada era seguro cuando se trataba de la guerra. La información era la clave para ganar o perder antes de iniciar la batalla.
No importara lo que hicieran, así solo fuese picarse la nariz, Chang lo grababa todo, no había manera de perderse algún detalle de sus contactos o visitantes, pero estando limitado solo a sus oficinas, era bastante incierto lo que podría atrapar de estos bastardos.
Hoy parecía que era normal, según la grabación del día, el secretario de defensa había estado organizando documentos, parecía otro día infructuoso para Chang, cuando notó la anomalía del sujeto.
Un cubo negro y diminuto apareció en las manos del hombre viejo, con nerviosismo lo bloquear la puerta con una contraseña y poner un desviador de sonido. Luego apretó un botón y el holograma de un hombre con el rostro tan blanco como la nieve y el cabello rubio platino apareció.
Chang lo reconoció como uno de los líderes de los daimon. Uno de los infectados que había alcanzado el punto máximo de sus poderes, luego de casi morir por los efectos secundarios de la enfermedad del virus Delta-101. El virus que no solo asoló a la humanidad, sino que la cambió para siempre y como todo el mundo la conocía.
Ese hombre, era peligroso y como había logrado saber a través de sus investigaciones, se había unido a los políticos con una meta, y tal vez, al fin lograría saber qué diablos tramaban.