"Sin Reglas"
París Miller, hija de padres ausentes, ha pasado su vida rompiendo reglas para llamar su atención. Después de ser expulsada de todas las escuelas, sus padres la envían a una escuela militar dirigida por su abuelo. París se niega, pero no tiene opción.
Allí conocerá a Maximiliano, un joven oficial obsesionado con las reglas. El choque entre ellos será inevitable, pero mientras París desafía todo, Maximiliano deberá decidir si seguir el orden... o aprender a romper las reglas por ella.
Una comedia romántica sobre rebeldes, reglas rotas y segundas oportunidades.
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capitulo 12
París caminaba sigilosamente por los pasillos del internado, tratando de no hacer ruido con sus pasos. Había esperado hasta que todos estuvieran dormidos, pero su estómago rugía con tal intensidad que temía que alguien la oyera incluso desde el otro lado del edificio. Llegó a la cocina, abrió la puerta con cuidado y encendió la linterna que llevaba en la mano.
Comenzó a rebuscar en los estantes, sacando lo primero que encontraba: un paquete de galletas, un pan medio duro, y una manzana algo golpeada. Todo parecía un banquete después de las intensas rutinas de ejercicio que había estado llevando a cabo.
Estaba en pleno festín cuando una voz grave y familiar rompió el silencio.
— ¿Es este tu concepto de un picnic nocturno, Miller?
París pegó un salto, dejando caer la manzana al suelo. Al girarse, vio a Maximiliano parado en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados y una ceja alzada.
— ¿Qué haces aquí? — respondió ella, tratando de recuperar la compostura.
— Esa es mi pregunta — replicó él, cerrando la puerta detrás de él y encendiendo la luz de la cocina. — ¿Sabes lo que te pasaría si otro superior te encuentra aquí después del toque de queda?
— Agradezco que seas tú entonces, ¿contento? — respondió París con sarcasmo, tomando un mordisco del pan.
Maximiliano suspiró, claramente frustrado pero incapaz de ignorar el absurdo de la situación.
— No puedes seguir rompiendo las reglas, París. Ya tienes suficientes problemas.
Ella se encogió de hombros, terminándose el pan y abriendo las galletas.
— Tengo hambre. Es culpa de esos entrenamientos infernales que tú y los demás nos hacen pasar. No tengo energía para seguir, así que vengo aquí. ¿Cuál es el problema?
Maximiliano la miró durante un momento, intentando decidir si debía sermonearla o simplemente dejarla ser. Finalmente, optó por lo segundo.
— Podrías haber pedido algo extra durante la cena — sugirió.
— Claro, porque pedir comida adicional no me haría parecer más rara de lo que ya piensan que soy — replicó ella, rodando los ojos.
Él no pudo evitar reír por lo bajo.
— Tienes una forma peculiar de justificar tus locuras, Miller.
— Y tú tienes una forma peculiar de entrometerte en mis asuntos — respondió ella, cruzando los brazos.
Maximiliano suspiró nuevamente, pero esta vez con un tono más ligero.
— Termina lo que estés haciendo y regresa a tu dormitorio. Si alguien pregunta, no te vi aquí. Pero esto no puede volverse una rutina, ¿entendido?
París sonrió triunfalmente.
— Lo sabía. Eres un blando.
— No abuses de mi paciencia, París — advirtió él, aunque una leve sonrisa jugaba en sus labios.
Ella se limitó a hacerle una reverencia exagerada antes de seguir comiendo.
Mientras Maximiliano se marchaba, sacudiendo la cabeza ante el caos que siempre parecía rodearla, no pudo evitar sentirse divertido. París era un problema constante, sí, pero había algo en ella que lo hacía bajar la guardia de formas que no entendía del todo.
[...]
Los días siguientes a la "aventura nocturna" de París en la cocina fueron, por extraño que parezca, más tranquilos. Ella había vuelto a su rutina de ejercicios con más determinación, y aunque seguía quejándose de vez en cuando, ya no abandonaba las actividades tan fácilmente. Sin embargo, el hambre nocturna no desaparecía, y las miradas cómplices entre París y Maximiliano en los pasillos del internado eran inevitables.
Una noche, después de otro agotador día de entrenamientos, París se encontró nuevamente frente a la puerta de la cocina. Esta vez había sido más precavida, esperando hasta que las luces del internado estuvieran apagadas y asegurándose de que no hubiera nadie vigilando. Pero cuando abrió la puerta, una sorpresa la dejó paralizada.
Maximiliano estaba ahí, sentado en la mesa, con una bandeja llena de comida.
— ¿Qué demonios haces aquí? — susurró París, cerrando rápidamente la puerta detrás de ella.
— Esperándote. Sabía que volverías — respondió él con tranquilidad, señalando la bandeja. — Pensé que era mejor evitar que volvieras a robar la despensa.
París frunció el ceño, pero su estómago rugió al ver la comida. Se cruzó de brazos, tratando de mantener una fachada de dignidad.
— ¿Qué pasa? ¿Ahora eres mi niñera nocturna?
Maximiliano le lanzó una mirada firme.
— No. Pero si vas a seguir con tu rutina de ejercicios, necesitarás alimentarte mejor. Y no voy a cubrirte cada vez que decidas romper las reglas.
Ella suspiró y se sentó frente a él, agarrando un sándwich de la bandeja.
— ¿Esto es tu forma de ser amable? Porque si lo es, no lo estás haciendo muy bien.
— No, es mi forma de asegurarte que no termines en la enfermería otra vez por desnutrición — respondió él, sin perder la calma.
París lo miró mientras comía, intentando descifrarlo. Maximiliano siempre parecía tan rígido, tan estricto, pero esta pequeña tregua era algo que no esperaba de él.
— ¿Por qué haces esto? — preguntó finalmente.
Él la miró con seriedad por un momento antes de responder.
— Porque creo que puedes lograr mucho más de lo que piensas, París. Pero no si sigues destruyendo tus propias oportunidades.
Sus palabras la tomaron por sorpresa, y por primera vez en mucho tiempo, no supo qué responder. Se quedó en silencio, comiendo mientras Maximiliano permanecía sentado frente a ella, observándola con una mezcla de frustración y curiosidad.
Cuando terminó, él recogió la bandeja y se levantó.
— Esta es la última vez que te cubro. Si vuelves a escaparte de noche, no esperes que sea yo quien te encuentre.
París asintió, sin mirarlo a los ojos.
— Gracias — murmuró en voz baja, casi inaudible.
Maximiliano se detuvo por un momento, luego simplemente asintió y salió de la cocina.
Cuando París regresó a su dormitorio, no podía dejar de pensar en lo que había pasado. Por primera vez, alguien en ese lugar había creído en ella, aunque fuera de forma indirecta. Y aunque no quería admitirlo, eso le daba un pequeño impulso para seguir adelante.