En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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Entre la guerra y el deseo: Parte 1
Mientras la guerra avanzaba en el horizonte, con batallas librándose en las tierras del imperio, Louise y Dorian se encontraban atrapados en su propio conflicto interno. Las tropas de Vespera marchaban y los ecos de los combates llegaban hasta las altas torres del castillo, pero dentro de esos muros, se desarrollaba una batalla más sutil y peligrosa. Cada día, Louise se adentraba más en su rol de estratega, colaborando con Dorian para planificar movimientos y anticipar los de sus enemigos. Sin embargo, la cercanía que esto implicaba empezaba a trastornar sus emociones de maneras que no comprendía del todo.
Una tarde, mientras Dorian le mostraba el mapa de la próxima campaña en la sala de estrategia, la tensión entre ellos era palpable. Las antorchas iluminaban la estancia con un resplandor tenue, y los rostros de ambos se perfilaban bajo la luz vacilante. Dorian, con su usual calma fría, explicaba la importancia de una fortaleza en la frontera sur, pero Louise apenas escuchaba las palabras. Estaba más consciente que nunca de la cercanía del vampiro, de la manera en que su voz profunda parecía resonar en cada rincón de la habitación.
—Si logramos mantener esta posición, podremos cortar su avance hacia el oeste —dijo Dorian, señalando un punto en el mapa con su dedo pálido.
Louise asintió, intentando mantener la concentración, pero su mente lo traicionaba, vagando hacia pensamientos que le provocaban un nudo en el estómago. Sentía la contradicción entre la repulsión que le producía Dorian y una atracción inexplicable que lo arrastraba hacia él, como si el vampiro fuese un imán y él, un simple pedazo de metal que no podía resistirse.
De repente, Dorian hizo una pausa en su explicación y se giró para mirarlo directamente a los ojos. Esa mirada rubí, tan profunda como peligrosa, parecía atravesar las defensas de Louise, exponiendo todas las emociones que intentaba esconder. Louise bajó la mirada, pero Dorian no lo dejó escapar.
—Louise, mírame —ordenó Dorian con suavidad, pero con una firmeza que no dejaba lugar a la desobediencia.
Louise alzó la vista, y por un momento, la distancia entre ellos se desvaneció. El mundo exterior, con sus ejércitos y sus amenazas, desapareció, dejándolos a ambos en una burbuja en la que solo existía la presencia del otro. Dorian alzó una mano y la llevó hacia el rostro de Louise, rozando suavemente su mejilla. El contacto fue como un aire frío que recorrió el cuerpo de Louise, quien se quedó inmóvil, sin saber si debía apartarse o dejarse llevar.
—Recuerda que eres más importante de lo que imaginas, Louise —dijo Dorian, su voz suave, casi un susurro—. Este imperio... toda esta guerra... no significa nada si no te tengo a mi lado.
Las palabras de Dorian eran como un veneno dulce, invadiendo lentamente la mente de Louise, haciéndole creer, aunque solo por un instante, que había algo real en los gestos y en las miradas del vampiro. Pero inmediatamente, un torrente de dudas y confusión lo inundó, recordándole que este era el mismo Dorian que lo había arrancado de su vida, que lo había mantenido prisionero, y que ahora lo usaba como una herramienta más en su juego de poder.
—No sé si puedo creer eso —respondió Louise, con la voz quebrada, apartando el rostro de la mano de Dorian—. No sé si eres sincero, o si solo estás jugando conmigo, como siempre lo has hecho.
Dorian lo observó en silencio, y por un segundo, su expresión se suavizó, revelando una vulnerabilidad que casi parecía humana. Pero tan rápido como apareció, esa expresión desapareció, reemplazada por la máscara de calma que Dorian llevaba siempre.
—Quizás un poco de ambas, Louise. Quizás tú me haces querer ser algo más... y al mismo tiempo, no puedo dejar de ser lo que soy.
Louise sintió un peso en el pecho, una mezcla de dolor y anhelo que lo dejó sin palabras. Dorian se alejó lentamente, dejándolo solo en la sala de estrategia. Pero las palabras del vampiro resonaban en su mente, repitiéndose persistentemente. Quizás tú me haces querer ser algo más...
A partir de esa noche, Louise se encontró pensando en Dorian más de lo que deseaba admitir. Intentaba convencerse de que solo lo hacía para buscar alguna debilidad en su captor, una manera de escapar de su influencia. Pero una parte de él, más honesta y dolorosa, sabía que algo en Dorian lo atraía, como un faro que llama a los barcos hacia la costa, incluso si esa costa era peligrosa y traicionera.
Los días siguientes, mientras los informes de las batallas llegaban al castillo, Louise trató de centrarse en su trabajo como estratega, revisando los mapas y ajustando los planes de defensa. Pero las visitas de Dorian se volvieron una distracción constante, una presencia que lo inquietaba y al mismo tiempo, le daba una extraña sensación de consuelo. Era como si, en medio del caos de la guerra, la única constante fuese la figura de ese vampiro, alguien que representaba todo lo que Louise odiaba pero también se había convertido en una especie de ancla en su nueva y caótica vida.