Isabella Dupont ha pasado su vida planificando una venganza que espera borrar el dolor de su infancia. Abandonada a los cinco años por su madre, Clara Montserrat, una mujer despiadada que traicionó a su familia y robó la fortuna de su padre, Isabella ha jurado destruir el imperio que su madre construyó en Italia. Bajo una identidad falsa, Isabella se infiltra en la constructora internacional que Clara dirige con mano de hierro, decidida a desmantelar pieza por pieza la vida que su madre ha levantado a costa del sufrimiento ajeno.
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Capítulo 11
Isabella miraba por la ventana del avión, observando el cielo azul que se extendía infinitamente sobre las nubes. El viaje había sido largo, y la realidad de lo que estaba a punto de hacer empezaba a asentarse en su mente. Cuando la voz del capitán resonó en la cabina, anunciando que estaban a punto de aterrizar en Milán y pidiendo a los pasajeros que permanecieran en sus asientos, Isabella soltó un suspiro, preparándose mentalmente para lo que estaba por venir.
El avión aterrizó suavemente, y después de unos minutos, Isabella y Philippe Marchand se levantaron de sus asientos en primera clase, recogieron sus pertenencias y se dirigieron hacia la salida. La luz del sol de Milán los recibió mientras caminaban por la pista hacia la terminal.
Una vez dentro, se dirigieron al área de recogida de equipaje, donde esperaron a que sus maletas aparecieran en la cinta transportadora. Mientras esperaban, Isabella rompió el silencio que había prevalecido durante gran parte del viaje.
—¿Cuánto dinero piensas invertir en el proyecto? —preguntó, sus ojos clavados en la cinta transportadora mientras las primeras maletas empezaban a aparecer.
Philippe la miró de reojo, con una expresión calculadora en su rostro.
—Lo suficiente para que puedas entrar en Montserrat Construcciones —respondió Philippe con serenidad, como si fuera un hecho que no merecía más discusión.
Isabella asintió lentamente, procesando sus palabras. Sabía que Philippe estaba invirtiendo no solo en un proyecto inmobiliario, sino en su misión personal. Era un aliado crucial, pero también alguien a quien no podía subestimar.
—Supongo que debo decir gracias —dijo Isabella, su voz teñida de ironía.
Philippe esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Te lo debo por lo que pasó con tu padre —respondió Philippe con un tono más grave—. Lamento no haber podido ayudarlo cuando estaba vivo.
Isabella miró al frente, su expresión endureciéndose por el dolor que aún llevaba dentro.
—Está bien —dijo en voz baja—. Ya no hay nada que se pueda hacer por eso.
Justo en ese momento, la cinta transportadora comenzó a moverse más rápido, y las maletas de Philippe y Isabella aparecieron. Isabella las reconoció de inmediato y comenzó a caminar hacia ellas, cuando una voz conocida la sorprendió.
—¡Isabella! —llamó Leonardo Esposito, acercándose a ellos con una sonrisa relajada.
Isabella lo saludó con una ligera inclinación de cabeza.
—No sabía que venías en el mismo avión —dijo, sorprendida de verlo allí.
Leonardo sonrió mientras se acercaba a ellos.
—No te preocupes —respondió—. Estuve en clase turista.
Isabella frunció el ceño, sorprendida. Había supuesto que Leonardo era tan rico como Marcello De Luca, o al menos que tenía suficiente dinero para viajar en primera clase.
—¿Clase turista? —preguntó, tratando de no sonar demasiado sorprendida.
Leonardo se encogió de hombros, restándole importancia.
—No siempre es necesario el lujo, Isabella. A veces, lo más sencillo es lo más eficiente.
Mientras hablaban, las maletas de Philippe y Isabella fueron recogidas. Leonardo los miró y, con su característico tono jovial, les hizo una oferta.
—Si quieren, pueden venir conmigo. Mi coche está en el estacionamiento.
Isabella y Philippe asintieron, aceptando la invitación. Juntos, los tres salieron del aeropuerto y se dirigieron al estacionamiento, donde Leonardo los llevó a su coche, un elegante Alfa Romeo Giulia Quadrifoglio en un impresionante color rojo.
Isabella se acomodó en el asiento del copiloto mientras Leonardo ocupaba el lugar del conductor, y Philippe se sentaba en la parte trasera. El interior del coche era tan impresionante como su exterior: cuero negro, acabados en fibra de carbono, y una tecnología de vanguardia que hacía que cada detalle del vehículo gritara lujo y rendimiento.
Leonardo arrancó el coche y comenzaron a avanzar por las calles de Milán. Isabella observó el paisaje urbano mientras se deslizaban por las avenidas. Milán era una ciudad vibrante, llena de contrastes entre la historia antigua y la modernidad. Pasaron por edificios antiguos de ladrillo, con balcones llenos de flores, tiendas de lujo y cafés que bordeaban las calles. El tráfico era denso, pero Leonardo maniobraba con habilidad entre los coches, manteniendo una conversación ligera mientras lo hacía.
—¿En qué trabajas exactamente, Leonardo? —preguntó Isabella, girando ligeramente en su asiento para mirarlo.
Leonardo sonrió, sin apartar la vista de la carretera.
—Soy arquitecto, como tú. Trabajo de manera independiente, pero De Luca me ofreció unirme al proyecto de Las Torres Émiris.
Isabella levantó una ceja, intrigada.
—¿Dónde conociste a De Luca?
Leonardo sonrió con una pizca de nostalgia en sus ojos.
—Fue mi profesor en la Politecnico di Milano, una de las mejores universidades de arquitectura en Italia. Era el mejor de la clase, o al menos eso decían.
Isabella rió suavemente, disfrutando de la conversación.
—Seguro —dijo, fingiendo un tono incrédulo.
Leonardo le devolvió la sonrisa, mirándola de reojo mientras conducía.
—¿Lo dudas?
Isabella negó con la cabeza, aún sonriendo, y luego volvió a mirar por la ventana. Las calles de Milán pasaban rápidamente, mostrando un mosaico de la vida cotidiana en la ciudad. A medida que se acercaban al centro financiero, los edificios se volvían más altos y modernos, con fachadas de vidrio que reflejaban la luz del sol y coches de lujo que bordeaban las aceras.
Finalmente, llegaron a Montserrat Construcciones, un imponente edificio de cristal y acero que dominaba la avenida principal. La sede de la empresa reflejaba el poder y la influencia que Clara Montserrat había acumulado a lo largo de los años. Leonardo aparcó el coche en el estacionamiento subterráneo y los tres salieron, encaminándose hacia la entrada principal.
Al entrar en el vestíbulo, Isabella no pudo evitar sentirse un poco intimidada por la grandeza del lugar. El mármol pulido, las plantas exóticas dispuestas con precisión, y las enormes pantallas que mostraban los últimos proyectos de la compañía creaban un ambiente que respiraba éxito.
Leonardo los guió hacia los ascensores, y mientras esperaban, Isabella intentó mantener la calma, sabiendo que estaba entrando en el corazón del imperio de Clara Montserrat. Cuando el ascensor llegó, los tres subieron juntos. Justo antes de que las puertas se cerraran, un joven se apresuró a entrar, pidiendo que esperaran.
El joven, visiblemente agitado, era alto y delgado, con cabello oscuro desordenado y unos ojos azules que parecían estar llenos de ansiedad. Vestía un traje que, aunque de buena calidad, estaba un poco arrugado, como si hubiera sido puesto apresuradamente.
—Lo siento, ¿pueden esperar? —dijo con un tono ligeramente nervioso mientras se deslizaba dentro del ascensor.
Leonardo sonrió al ver al joven y le dio una palmada en la espalda.
—Te ves ansioso, Luca —comentó Leonardo, con una mezcla de broma y preocupación.
Luca Santini, aún recuperando el aliento, se encogió de hombros.
—Mi padre me dejó afuera, y tengo que llegar a la junta del consejo. Me dijo que debía hacerlo por mí mismo.
Leonardo sonrió y miró a Isabella y Philippe.
—Déjame que te presente —dijo Leonardo, señalando a Isabella y Philippe—. Ella es Isabella y Philippe,
Y Este chico es Luca Santini, el hijo de Clara Montserrat.
Isabella sintió un pequeño sobresalto en su interior, pero se obligó a mantener una expresión neutral mientras extendía la mano para saludar a Luca.
—Encantada de conocerte, Luca —dijo Isabella, tratando de sonar cordial.
Luca, aún nervioso, estrechó la mano de Isabella con una sonrisa tímida.
—Igualmente… ¿Isabella, verdad? —preguntó, mirando a Leonardo en busca de confirmación.
Leonardo asintió.
—Isabella Tremblay, una de las nuevas arquitectas del proyecto de Dubái.
Luca pareció impresionado por un momento, pero rápidamente recuperó su postura nerviosa.
—Es un placer, Isabella. Espero que te guste Milán.
Isabella sonrió, sabiendo que estaba en la primera etapa de un juego mucho más grande.
—Estoy segura de que así será.
El ascensor continuó su ascenso hasta el piso del consejo, y cuando las puertas finalmente se abrieron, Isabella sabía que estaba a punto de dar el siguiente paso en su plan. La entrada de Luca en su vida era inesperada, pero tal vez podría ser utilizada a su favor. El juego apenas comenzaba, y todos los jugadores estaban tomando sus posiciones.
tiene buen argumento,
hasta el final todo esto está emocionante.
y lo peor es que está arrastrando así hija a ese abismo.
cual fue la diferencia que se quedará con el.
a la vida que si madre le hubiese dado..
Isabella merece tener un padre en toda la extensión de la palabra.
no te falles ni le falles.
la narración buena
la descripción como empieza excelente 😉🙂
sigamos..
la historia promete mucho