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3.4
—Creo que el estar cerca de mí al momento en que se rompió el hechizo te aturdió y por eso te desmayaste —explicó Jared colocando una bandeja sobre la mesa.
Grettel asintió con la cabeza, eso explicaba el hecho de que no recordaba cómo había llegado a ese lugar. Por la mañana despertó entre sábanas satinadas y almohadas rellenas de plumas, comodidades que siendo la heredera del gran imperio de su familia, poseía en su casa, sin embargo los rostros de las doncellas a su alrededor eran desconocidos, detalle que le hizo percatarse de que aquella no era su habitación y mucho menos su casa.
Se sintió un poco desconcertada notando el imperial traje azul de Jared, especialmente por la banda dorada que cruzaba su torso, identificándolo como el príncipe de esa nación; en cambio su indumentaria consistía en un sencillo vestido de manta complementado con un corsé azul.
—Creo —Jared dijo invitándola a tomar asiento en el comedor—, que te debo una explicación.
Grettel se sonrojó aceptando su ofrecimiento.
—No es necesario… su alteza —tartamudeó.
Jared rió suave y seductoramente. Era igual, incluso más guapo que el propio rey con sus ojos azules oscurecidos por la malicia y astucia que su aura y movimientos gráciles exudaban.
—Jared, llámame Jared —corrigió tomando asiento frente a ella, extendiendo una servilleta para colocarla en sus piernas.
—Jared, no me debes ninguna explicación sólo llévame de vuelta a casa —susurró Grettel picoteando el Kiwi de su plato.
Jared vertió un poco de leche en su café.
—Por supuesto, me has salvado de quedarme como hadita de cuento durante el resto de mi vida.
Grettel se sonrojó, evadiendo la mirada astuta del príncipe, era más fácil conversar con él en forma de insecto.
—¿Y no son así naturalmente?
Jared negó con la cabeza después de beber un sorbo de café. Esbozó una mueca, le faltaba un poco de azúcar…
—No, somos normales, así como tú —suspiró colocando su taza en la mesa—. Verás, tuve un pequeño lío con una de las brujas del bosque…, ella pensó que después de retozar juntos en un granero, la convertiría en mi esposa —se encogió de hombros—. Como no fue así se molestó un poquito y me convirtió en el esperpento que conociste en el bazar.
Los ojos de ella estaban a punto de salirse de sus orbitas.
—¡O sea que todo es culpa de una mujer despechada!
—Efectivamente —afirmó el príncipe con cierto descaro y orgullo por su aventura.
—Eres un sínico —gritó Grettel golpeando la mesa con su puño—. Desgraciado, de haber sabido que era la venganza de una mujer a la que deshonraste no te habría besado.
Jared se puso de pie soltando un gruñido cuando Grettel le arrojó su café encima.
—No te enojes —vociferó pensando mil maldiciones para ella, sin embargo se abstuvo de expresarlas—. La mujer no es ninguna puritana…
—Tú tampoco lo eres —le interrumpió Grettel señalándolo acusadoramente—, así que no tienes ningún derecho a criticar.
Jared observó con asombro como Grettel envolvía sus ropas en una pequeña sábana y caminaba dando tremendas zancadas hacia la puerta. Maldijo en sus adentros y se apresuró a detenerla.
—Espera, no tienes por qué tomar esa actitud —dijo agarrándola del brazo—. No he dicho ni hecho nada para ofenderte.
—Me mentiste —vociferó la chica, sacudiendo su brazo—, dijiste que habías luchado contra cientos, miles de hechiceros malvados cuando lo único que hiciste fue devanarte en un sucio granero con una bruja.
—Oh… —exclamó divertido el príncipe—, suenas igual que una mujer celosa. ¿También quieres retozar conmigo en un granero? No tendría problema en hacerlo.
Grettel se ruborizó de pura cólera, y le golpeó la cabeza con su equipaje.
—Imbécil, no quiero que me lleves a ningún lado. No, espera. ¡Exijo que me lleves a mi casa!
—Lo siento, pero a mis padres les agradaste y desean que te quedes a cenar —comenzó a salir de la habitación con Grettel aun entre sus garras—. Mandamos a degollar un carnero para la ocasión, algunos cerdos y…
—Pobrecitos —chilló Grettel—, soy vegetariana.
—Pero nosotros no —Jared agregó con una sonrisa diabólica.
Grettel fue arrastrada hasta la entrada principal del palacio, donde algunos sirvientes se apilaron a los pies del príncipe Lee.
—Saldré con la señorita, dile a mi madre que regresaré a tiempo —musitó a una de las doncellas. Ella se inclinó en una respetuosa reverencia y se retiró del lugar.
Grettel admiró los verdes jardines con un mohín en su rostro. Jared era tan arrogante, detestable, odioso, miserable e increíblemente apuesto.
Jared sonrió a uno de los sirvientes masculinos.
—Tráeme mi alfombra mágica —ordenó.
—¿De verdad tienes una? —preguntó con asombro la chica.
Jared asintió con la cabeza.
—¿No prefiere su corcel? —cuestionó temeroso el sirviente.
—¿Algún problema? —interrogó el príncipe con las cejas alzadas.
—Sí, su perro de tres cabezas acaba de orinarla y la están lavando.
Jared gimió decepcionado al notar la desilusión en los ojos de Grettel, ¿ahora cómo rayos haría para impresionarla? Porque esa jovencita no se salvaría de ir al granero con él, no señor.