Después de mí es una historia de amor, pero también de pérdida. De silencios impuestos, de sueños postergados y de una mujer que, después de tocar fondo, aprende a levantarse no por nadie, sino por ella.
Porque hay un momento en que no queda nada más…
Solo tu misma.
Y eso, a veces, es más que suficiente.
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CAPITULO 10
Elías conducía de regreso a la clínica con el rostro desencajado. Aún podía escuchar las palabras de su madre retumbando en su cabeza, cada una más absurda y cruel que la anterior. Estaba tan perdido en sus pensamientos que el timbre del celular lo hizo sobresaltarse.
Miró la pantalla: era Marcos, su amigo de la universidad, con quien había compartido proyectos y noches de desvelo en la facultad y el que sabia todo sus cretos y problemas tambien, Marcos era uno de los pocos que sabian que Elias estaba casado. Contestó sin pensarlo.
—¿Marcos? Estoy ocupado, hablamos después.
La voz de su amigo sonó seria, casi extraña.
—No, Elías. Necesito saber… ¿qué diablos hacías en el hospital?
Elías frunció el ceño.
—¿Cómo que qué hacía? ¿Por qué me preguntas eso?
Hubo un breve silencio antes de la respuesta.
—Acabo de ver un video… —dijo Marcos con tono grave—. Lo están compartiendo en redes. Un video de una mujer golpeándote en la puerta del hospital. ¿Quién era esa mujer, Elías?
El corazón de Elías se detuvo un instante. Sintió las manos sudorosas al volante. El video. Ya no era un rumor escondido en pasillos, ni algo que quedara entre pocos testigos. Ahora el mundo lo estaba viendo.
Apretó la mandíbula, con la respiración pesada.
—No sé de qué hablas —intentó evadir, pero la voz le temblaba.
—Claro que sabes. —Marcos insistió—. La mujer gritaba tu nombre, te llamaba hipócrita, cobarde… ¡y estaba llena de rabia! ¿Qué está pasando, Elías? ¿Quién era ella?
Elías cerró los ojos un instante, tragando saliva. La imagen de Valeria desmayada, la carta, su madre, todo lo abrumaba. Y ahora, esa verdad que había intentado ocultar durante años comenzaba a explotar frente a él.
Con un nudo en la garganta, murmuró apenas:
—Era… Renata.
...****************...
El video se expandió como fuego en pastizal seco. No era un escándalo cualquiera: se trataba de Elías Montoya, el arquitecto que muchos admiraban, recibiendo una bofetada en plena puerta del hospital, sin responder, sin defenderse, con la mirada perdida.
El video ya estaba en todas partes. No solo mostraba a Elías recibiendo una bofetada monumental frente al hospital, sino también la figura de Renata, seria, con ese porte imponente que la hacía destacar aunque no llevara uniforme.
La gente en internet se preguntaba:
"¿Quién es esa mujer? No parece cualquier amiga."
"Su forma de plantarse… es como si hubiera entrenado toda la vida para enfrentarse a alguien así."
"Si reaccionó así es porque ese tipo hizo algo terrible. Nadie golpea así porque sí."
La curiosidad crecía, pero lo sorprendente era que no había rastro de ella en redes. Nadie sabía de su trabajo, no aparecía en fotos, no tenía perfiles públicos. Era como un fantasma. Eso solo alimentaba el misterio:
Mientras tanto, Elías, ya en la clínica, escuchaba los murmullos y sentía las miradas cargadas sobre él. Lo señalaban, algunos susurraban frases hirientes: “ese es el de la cachetada”, “¿qué habrá hecho para que una mujer así lo enfrentara?”.
Cuando preguntó por Valeria, la enfermera le respondió que ya había sido dada de alta y que había dejado órdenes estrictas: “No dar información a Elías Montoya.”
Elías salió del hospital con el corazón hecho trizas. En su celular, un mensaje de voz de Marcos lo golpeó aún más fuerte:
—Viejo, no sé qué hiciste… pero la mujer que te enfrentó en el hospital, esa tal Renata, la están describiendo como una amiga incondicional. Algunos dicen que hasta pertenece a cuerpos de élite… No sé quién es realmente, pero el hecho de que alguien como ella se haya puesto de su lado lo cambia todo.
Elías apretó el teléfono contra su mano. Cada palabra lo hundía más.
Valeria ya no estaba en el hospital. Y a su lado tenía a Renata, una mujer que no solo la defendía con la fuerza de una amiga, sino con la ferocidad de alguien entrenado para no retroceder jamás.
Entonces Elías sintió que no solo había perdido a su esposa. También había ganado una enemiga peligrosa.
Renata abrió la puerta del pequeño departamento y empujó suavemente a Valeria adentro.
—No es lujoso, pero tiene lo suficiente para nosotras dos —dijo—. Aquí vas a estar segura.
Valeria se dejó caer en el sofá, agotada, mientras Renata se sentaba frente a ella.
—Ahora tienes que cuidarte por ti sola —continuó Renata, con tono firme—. Mañana estaré viajando por mi trabajo. Ese dichoso video dándole la cachetada a Elías me va a costar caro. Se supone que me enviarían de infiltrada para atrapar a una banda de narcotraficantes que además se dedica a la prostitución. A todas les llevan con el cuento de ofrecerles ser grandes modelos internacionales, pero luego las obligan a prostituirse, las venden al mejor postor.
Hizo una pausa y dejó que Valeria procesara la información antes de continuar:
—Le pedí un favor a Julián para que esté pendiente de ti por si vuelves a caer enferma.
—No era necesario que le digas nada a Julián —replicó Valeria—. Yo puedo cuidarme sola.
Renata arqueó una ceja y sonrió, divertida:
—Claro, no… la última vez que me dijiste que podías cuidarte sola terminaste en esto: casada con Elías a escondidas de tu familia y olvidándote de ti misma. Esta vez no te voy a dejar sola. Además, Julián es mi amigo y me está haciendo un favor.
Valeria frunció el ceño, pensativa:
—Pero hay algo que no entendí… me dijo que lo hacía con mucho gusto y no porque yo se lo pidiera, sino por una promesa del pasado. Después le preguntaré a qué se refería.
Valeria soltó una carcajada:
—Ja, ja, ja… ¿cómo puedes decir que Julián es tu amigo si apenas lo has visto? —dijoValeria riendo.
— Es buena onda, me cae bien, además me felicitó por el golpe que le di a Elías, ja, ja, ja. Tenemos algo en común: que no nos cae Elías. Eso nos hace más amigos de lo que piensas. ¿Sabes lo que se siente tener un amigo que comparte los mismos enemigos? Dijo renata
Valeria no pudo contener la risa y se dejó llevar por la comicidad de su amiga, sintiendo un alivio genuino.
—Eres imposible —dijo entre risas— Valeria
—Y tú todavía más —replicó Renata con una sonrisa cómplice—. Pero por hoy, nos quedamos aquí, seguras, y tú empiezas a reconstruirte. Lo demás… ya vendrá poco a poco.
La noche cayó rápida, y el departamento de Renata se llenó de un silencio extraño, apenas interrumpido por los ruidos de la ciudad que se filtraban por la ventana. Valeria se sentó en el sofá, abrazando una manta que Renata le había dejado, mientras veía cómo su amiga acomodaba una pequeña maleta.
—No me gusta dejarte sola —dijo Renata, con un gesto serio, mientras cerraba la cremallera—, pero no puedo faltar al viaje. Es trabajo, y sabes que si no lo hago me despiden.
Valeria asintió, sintiendo un vacío en el estómago.
—Entiendo… de verdad, gracias por abrirme la puerta. Yo… ya encontraré qué hacer.
Renata la miró, con esa firmeza que siempre la había caracterizado.
—No "ya encontrarás". Escúchame bien: tienes que cuidarte, Valeria. Esto es el comienzo de otra vida. Una en la que no estás bajo la sombra de Elías. —Se inclinó hacia ella y le apretó las manos—. Tienes que empezar a pensar en ti, no en él.
Valeria bajó la mirada, tragando saliva. Esa frase le dolía porque era verdad.
—Es que no sé cómo hacerlo… —susurró—. He pasado tantos años viviendo para él que… ahora siento que no sé quién soy.
Renata la abrazó fuerte, como si quisiera transferirle un poco de su coraje.
—Pues vas a descubrirlo. Y te advierto algo: no será fácil. Te va a doler. Pero cada día que pase, vas a estar un poquito más lejos de esa versión de ti que él quiso destruir.
Cuando Renata salió rumbo al aeropuerto, Valeria se quedó sola. La noche era un espejo cruel: el departamento se sentía demasiado grande para ella, demasiado ajeno. Caminó hacia la pequeña mesa del comedor, donde dejó su bolso. De pronto, lo abrió y encontró la cartera que le habían devuelto en el hospital. Dentro estaba la carta… aquella que había escrito con la idea de despedirse de todo.
La sostuvo en sus manos temblorosas, con lágrimas que empezaban a nublarle la vista.
—¿De verdad pensé en dejar todo? —susurró con un hilo de voz.
Y entonces, comprendió: había tocado fondo. Pero también estaba viva, y eso significaba que tenía otra oportunidad.
por dar y no recibir uno se olvida de uno uno se tiene que recontra a si mismo