una chica cualquiera viaja en busca de sus sueños a otro país encontrando el amor y desamor al mismo tiempo...
NovelToon tiene autorización de Gladis Sella para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La Tormenta en el Café y la Luz en la Universidad: Un Corazón Dividido
Las mañanas en "El Rincón del Café" se habían vuelto una sucesión de pequeños campos de batalla. La atmósfera estaba cargada, densa, sofocante. Las fricciones con Berta no eran ya incidentes aislados, sino una constante, una espina clavada que me recordaba a cada instante que no todo era fácil en mi nueva vida europea. Sus miradas de desaprobación, los comentarios solapados que mis oídos, ahora agudizados por la experiencia, captaban al vuelo –especialmente esa recurrente y dolorosa palabra, "inmigrante"–, hacían que cada turno se sintiera como una prueba de resistencia. La envidia y el prejuicio se habían instalado en la barra, contaminando un ambiente que debería ser de camaradería. Era un desgaste emocional silencioso, pero persistente, que amenazaba con eclipsar la otra mitad de mi existencia.
Porque mi vida, por fortuna, se dividía en dos realidades contrastantes. Si el café era la sombra, la universidad era la luz que me envolvía con su promesa y su estimulante desafío. Los días en la Facultad de Derecho de Sevilla transcurrían con una velocidad vertiginosa, un mosaico de clases magistrales, interminables horas de estudio en la biblioteca y, lo más reconfortante, las charlas cada vez más profundas y significativas con Julián. Nuestras interacciones se habían convertido en un bálsamo, un refugio donde podía ser yo misma, lejos de las tensiones del trabajo. Nuestras idas y venidas por los pasillos, las breves pausas entre clases, o los encuentros "casuales" en la cafetería universitaria, se llenaban de conversaciones que iban desde el Derecho Romano hasta la filosofía existencial, siempre con la naturalidad y la complicidad que nos caracterizaba.
En el ámbito académico, los profesores me tenían especialmente en cuenta. Mi aplicación al estudio, mi dedicación incansable, y, sobre todo, mi capacidad para responder y argumentar de manera crítica y fundamentada en clase, no pasaban desapercibidas. Disfrutaba el debate, la exploración de nuevas perspectivas jurídicas, y eso se reflejaba en mis calificaciones. Sin embargo, este buen desempeño, que me había permitido superar el promedio incluso de estudiantes de quinto año de Abogacía, no solo me ganaba el reconocimiento de mis mentores, sino también la sutil, y a veces no tan sutil, envidia de algunos compañeros.
Entre ellos, destacaba Alexia. Ella era, sin duda, la chica popular de la facultad, una figura omnipresente en los eventos sociales y académicos, y la carismática presidenta del centro de estudiantes. Su presencia era magnética; siempre rodeada por un séquito de los "populares", su estilo era la antítesis del mío. Mientras yo optaba por un vestuario sencillo y formal, con poco maquillaje y un aire natural que reflejaba mi practicidad, Alexia era la personificación de la moda y la sofisticación universitaria. Sus atuendos eran siempre de última tendencia, su maquillaje impecable y llamativo, y su cabello, de un negro azabache brillante, caía en ondas perfectas. Su facilidad de palabra y su seguridad en sí misma la hacían brillar, lo que contrastaba con mi perfil más discreto. Aunque la admiraba por su liderazgo y su capacidad para moverse en el ámbito social, sentía una clara distancia entre nosotras, un abismo invisible marcado por nuestras personalidades y estilos de vida tan diferentes.
Los próximos días prometían ser aún más intensos y decisivos en la universidad. Se acercaban las esperadas Olimpiadas Internas de Abogacía, un evento crucial que serviría como preselección para formar el equipo que representaría a la universidad en las competiciones nacionales. Esto significaba que todos los estudiantes con aspiraciones, incluidos los más destacados como yo, estaríamos completando una serie de exámenes rigurosos y prácticas intensivas. Cada uno de nosotros sería evaluado, y nuestra puntuación determinaría quiénes serían los elegidos para integrar ese selecto grupo de los mejores. La presión era palpable, el ambiente se cargaba de una competitividad sana, pero latente.
Y en medio de todo este torbellino académico y laboral, estaba Julián. Él era mi ancla, mi refugio, la persona que me hacía sentir plenamente en Sevilla. Su amorosa atención, su constante preocupación por mi bienestar, su forma de hacerme sentir vista y valorada, eran un bálsamo para mi alma. Cada día que pasaba, cada conversación compartida, cada mirada cómplice, me llevaba un paso más profundo en el laberinto del enamoramiento. Me sorprendía a mí misma fantaseando con él, con su presencia, con su risa. La química entre nosotros era innegable, y la certeza de que él sentía lo mismo que yo era un regalo preciado. A pesar de las tensiones en el café y la presión en la universidad, la creciente felicidad que me aportaba Julián era un contrapeso invaluable, una fuerza que me impulsaba a seguir adelante, a enfrentar cada desafío con una sonrisa y un corazón lleno de esperanza.