Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.
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Una Mirada en el Caos
No sabía cuánto tiempo pasé mirándolo. ¿Un minuto? ¿Diez? El tiempo se volvía borroso, y solo existía él, riéndose con Marcos, mientras inclinaba la cabeza como si estuviera escuchando con atención. Y entonces, como si hubiese sentido mi mirada, sus ojos se alzaron y encontraron los míos. Fue fugaz, apenas un instante, pero pude sentir un calor que me subía por el cuello. Sus ojos son oscuros, profundos, y había algo en ellos que me atrapaba. Giré mi cabeza rápidamente, observando la ciudad como si de repente fuera lo más interesante del mundo. Mi corazón latía demasiado fuerte, y apreté la lata de refresco hasta que el metal crujio.
—¿A quién estás observando tanto? —Una voz logró sacarme de mi trance, y luego sentí unas manos suaves acariciarme la cabeza. Me tensé, dándome la vuelta, y me encontré con Nicolás. Estaba de pie a mi lado, con su sonrisa de siempre, esa que parecía saberlo todo. El olor a cigarrillo y colonia me envolvió, y sus ojos azules brillaban bajo las luces del balcón.
—N-nadie —balbucee, limitándome a apartarme un poco—. Solo estoy tomando aire.
—¿Nadie? —Dice Nicolás, luego levantó una ceja, mientras se apoyaba en la barandilla a mi lado—. Vamos, Lucía, te vi mirando hacia la puerta como si hubieras visto un fantasma. O algo mejor que un fantasma.
—No miraba a nadie —insistí, y sentía las mejillas arder—. Solo... estaba distraída.
—Ajá, distraída. —Se rió, y el sonido era cálido, pero había un filo juguetón que logró ponerme nerviosa—. ¿Quién era? ¿Algún chico de la fiesta? No me digas que es Dani, que está babeando por Sofía ahí dentro.
—No es Dani —respondí, un poco más firme—. No es nadie, en serio.
—Vale, vale, te creo. —Nicolás se encogió de hombros, pero no parecía nada convencido. Luego miró hacia la puerta, donde el hombre de cabello castaño seguía conversando con Marcos. —Si me lo preguntas, diría que estabas mirando al tipo ese. El que está con Marcos.
—No te lo pregunté —replique, pero mi tono sono más débil de lo que quería. Nicolás se rió otra vez, y me di cuenta de que me encontraba atrapada en esta conversación, quiera o no.
—Tranquila, no te voy a delatar. —Se inclinó un poco hacia mí, y bajó la voz—. Ese es Adrián, por cierto. El tío de Marcos. Llegó hace unos días de no sé dónde. Creo que estaba viajando o algo así. Es fotógrafo, o eso dice Marcos.
—¿Adrián? —repetí, sin poder evitarlo. El nombre se sentía pesado en mi lengua, como si tuviese un significado que aún no comprendo.
—Sí, Adrián. —Nicolás me observa, con una sonrisa que parecía saber más de lo que decía—. Parece buen tipo, pero, no sé, tiene esa vibe de “he visto el mundo y tú no”. ¿Te gusta?
—No me gusta —contesto rápido, demasiado rápido. Mi cara debe de estar roja, porque Nicolás se empezó a reír de nuevo, esta vez más fuerte.
—Relájate, solo bromeo. —Me dio un golpecito suave en el brazo—. Pero, en serio, si quieres saber más, pregúntale a Marcos. Aunque, cuidado, Adrián es un poco mayor. No sé si es tu tipo.
—No tengo un tipo —susurro, observando la ciudad para evitar sus ojos—. Y no estoy interesada.
—Claro, claro. —Nicolás se enderezo, introduciendo las manos dentro de los bolsillos—. Bueno, me voy a buscar a kassandra antes de que cause un desastre. Nos vemos adentro, ¿sí?
—Sí, claro —respondí, aliviada de que se vaya.
Nicolás me guiño un ojo y volvió al salón, donde la música seguía retumbando. Me quedé en el balcón, sola de nuevo, con la lata de refresco fría contra mis dedos. Observo hacia la puerta, pero Adrián ya no está. Marcos estaba conversando con otra chica, y el espacio donde se encontraba Adrián parecía vacío, como si nunca hubiese estado ahí. Pero esa mirada, ese instante en que sus ojos lograron encontrar los míos, seguía quemándome por dentro.
Saqué mi cuaderno del bolso —sí, lo traje, porque soy esa persona— y escribí, rápido, antes de que las palabras se me escaparan:
“𝑼𝒏𝒂 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒅𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒑𝒆𝒅𝒊̀,
𝒖𝒏 𝒔𝒆𝒈𝒖𝒏𝒅𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒆𝒏𝒕𝒊𝒆𝒏𝒅𝒐.
𝑳𝒂 𝒄𝒊𝒖𝒅𝒂𝒅 𝒈𝒖𝒂𝒓𝒅𝒂 𝒔𝒆𝒄𝒓𝒆𝒕𝒐𝒔,
𝒚 𝒚𝒐 𝒏𝒐 𝒔𝒆́ 𝒔𝒊 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒐 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐𝒔.”
Cerré el cuaderno y respire hondo. La fiesta seguía dentro, con Sofía bailando, Nicolás y Kassandra siendo el centro de atención, y la música llenando cada rincón. Pero aquí, en el balcón, con la ciudad observandome, sentía que algo había cambiado. No sabía qué era, pero estaba ahí, esperando.