Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven
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Capitulo 11
Los días siguientes transcurrieron con una calma falsa, como si el viento del Vado Gris supiera que algo estaba por ocurrir. Dentro de la mansión Norwyn, los preparativos para el viaje comenzaban en silencio, sin anuncios ni despedidas. Cada paso debía ser calculado, cada palabra, medida.
Eldran insistía en que nada podía delatar el verdadero motivo del viaje. Por ello, a los empleados de confianza y a los conocidos del círculo social, repitió siempre la misma historia: Kaela y su prometido habían salido a "buscar lo necesario para anunciar formalmente su compromiso".
—No es del todo mentira —repetía con una sonrisa astuta—. Antes de acercarse a Arkenhill, hay una ciudad con las mejores tiendas de alta costura de la región. Y que nadie se atreva a decir que una Norwyn se presenta ante la sociedad con un vestido barato.
A los pretendientes que aún rondaban la casa —esos que Eldran llamaba con ironía "los hormonales sin causa"—, les lanzó frases cortantes cada vez que preguntaban por Kaela:
—Mi nieta fue con su prometido. Está en buenas manos, lo que ustedes jamás ofrecerán. Vuelvan cuando aprendan a caminar sin arrastrar los pies ni babear con la boca abierta.
La casa entera entendió que no debía preguntar más.
Kaela, por su parte, colaboraba con cada detalle: desde los víveres seleccionados con discreción hasta la elección de ropa funcional que no llamara la atención en el camino. Lioran revisaba las rutas alternativas y los puntos de parada. Niebla seguía a ambos con atención constante, como si ya sintiera que el viaje que se avecinaba no sería uno cualquiera.
El día de la partida fue elegido con cuidado: un día de mercado local, cuando la mayoría del Vado Gris estaría distraído con ventas, trueques y exhibiciones callejeras. Salieron por la puerta trasera, con un carromato sencillo y caballos fuertes, sin insignias, sin escoltas.
Pero en su interior, cada uno de ellos sabía que la meta no era una tienda de vestidos.
La meta era una torre olvidada.
Y en ella, un hombre que quizás, solo quizás, supiera cómo poner fin al susurro de los muertos.
**
La ciudad de alta costura de Velkaris se alzaba con elegancia entre colinas suaves, como si cada edificio hubiera sido diseñado para deslumbrar. Balcones floridos, fachadas ornamentadas con piedra tallada y vitrinas iluminadas por lámparas de gas que no dejaban una sola arruga en sombra. Era un lugar hecho para mirar y ser visto.
Kaela no podía evitar sentirse fuera de lugar. Aunque su porte era digno y sus ropas sencillas pero cuidadas, el lujo ostentoso del lugar imponía. A su lado, Lioran mantenía la misma expresión firme y vigilante de siempre. Niebla caminaba delante, marcando el paso con la elegancia de un guardián que sabía dónde poner cada pisada.
Caminaron por una calle principal hasta detenerse frente a una tienda de vestidos cuyo escaparate mostraba piezas bordadas a mano con piedras finas. Fue entonces que una voz ronca, cargada de sorpresa y memoria, rompió el murmullo del entorno.
—Imposible…
Un hombre de cabellos blancos, erguido a pesar de su edad, se acercó con pasos seguros. Vestía con elegancia sobria, bastón de marfil en mano, y sus ojos brillaban con reconocimiento.
—¿Eres…? ¿Eres una Norwyn?
Kaela frunció el ceño, sorprendida.
—Sí… ¿nos conocemos?
El hombre sonrió con nostalgia.
—No directamente. Pero conocí a tu madre. Y a tu abuela. Las Norwyn siempre dejaban huella por donde pasaban.
Lioran dio un paso sutil hacia Kaela. Niebla se detuvo, observando al hombre con sus ojos oscuros fijos. El desconocido levantó una mano en señal de paz.
—Tranquilos, muchacho… bestia —dijo, inclinando apenas la cabeza—. No tengo malas intenciones. Mi nombre es Darel Arveth. Soy diseñador y maestro de costura. Trabajé en la corte de tres casas mayores. Tu abuela me confió más de un encargo en sus tiempos.
Kaela asintió lentamente, aún sin bajar la guardia.
—¿Cómo supo que era yo?
—Porque caminas igual que Aelira. Miras igual que tu madre. Y porque alguien como tú no aparece aquí por simple casualidad. —Darel miró de reojo a Lioran—. Y vienes bien protegida. Como debe ser.
Detrás de Darel, un joven aprendiz de unos veinte años observaba la escena desde la puerta del taller. Tenía el cabello castaño claro, rostro fino y un aire algo altivo. Sus ojos, sin disimulo, se clavaron en Kaela con una mezcla de admiración y descaro juvenil.
Lioran lo notó al instante.
No dijo nada. Pero su mandíbula se tensó.
—Venid. No aquí en medio. Dentro. Podemos hablar con más calma —ofreció Darel, haciéndose a un lado.
Kaela asintió tras mirar a Lioran, quien le ofreció un gesto breve de asentimiento.
Entraron en el taller, donde la luz tenue y el aroma a tela nueva daban una atmósfera distinta. Mientras Darel buscaba algo en una caja de hilos, el aprendiz se acercó con una sonrisa que Lioran no encontró en absoluto inocente.
—Señorita… ¿le gustaría que le mostrara los últimos diseños? Algunos… serían perfectos para usted.
Kaela le sonrió con cortesía, pero antes de que pudiera responder, Lioran se colocó a su lado.
—Está bien acompañada —dijo con tono calmo, pero firme.
Niebla, como si entendiera la tensión, se sentó junto al aprendiz… demasiado cerca para ser casual.
Darel, sin girarse, comentó con tono de burla elegante:
—Veo que la joven Norwyn no solo heredó el porte, sino también una escolta que no deja pasar ni una mirada.
Kaela reprimió una sonrisa. El joven aprendiz retrocedió un paso. Y Lioran, satisfecho, dejó que la tensión se diluyera sin más palabras.
Pero en su interior, supo que las apariencias no serían su única preocupación en Velkaris.
Porque ya la reconocían. Y porque las miradas, aunque suaves, podían esconder intenciones mucho más peligrosas que una hoja afilada.