Amar a uno la sostiene. Amar al otro la consume.
Penélope deberá enfrentar el precio de sus decisiones cuando el amor y el deseo se crucen en un juego donde lo que está en riesgo no es solo su corazón, sino su familia y su futuro.
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Capitulo 23. Eco de los Espejos.
El murmullo no se apagó después de la foto. Al contrario, parecía crecer, multiplicándose como un eco que rebotaba entre las paredes doradas del salón. Pequeños grupos se inclinaban unos sobre otros, comentando en voz baja lo que acababan de presenciar: la tensión en la foto, las palabras de Penélope, la reacción brusca de Kylian, la sonrisa desafiante de Eric.
Para la mayoría, era solo un condimento inesperado en una velada de empresa. Para ellos, era dinamita a punto de estallar.
Penélope lo sintió de inmediato: esas miradas que no eran neutrales, esas sonrisas disimuladas que la colocaban en el centro de una intriga que no había pedido. Se irguió, con el vestido marfil brillando bajo las luces, como si pudiera blindarse con su propia postura. No iba a mostrar flaqueza. No esa noche.
Carolina se inclinó hacia ella, con su tono bajo y firme: —Déjalos hablar. Lo único que consiguen es demostrar que tienen miedo de ti.
Penélope asintió, agradecida, pero el calor en su pecho no era fuerza: era rabia contenida.
Mientras tanto, Sophie se deslizaba como un fantasma entre los invitados, siempre cerca de Kylian. Era experta en leer los huecos, en detectar la grieta que podía explotar. Y esa grieta estaba abierta: Kylian no había recuperado el control después del estallido de Penélope. Sus ojos oscuros seguían clavados en Eric, como si el solo hecho de respirar cerca de ella fuera una afrenta.
Sophie lo notó. Sonrió con dulzura envenenada y le ofreció una copa. —Relájate, Kylian. Una fiesta no debería ser un campo de batalla.
Él la aceptó, casi sin mirarla, pero Sophie no necesitaba más que eso: estar ahí, demasiado próxima, visible para todos. Quería que vieran que podía ocupar un lugar a su lado, aunque fuera por un instante.
Eric, desde la distancia, lo captó al vuelo. Y fue directo a Penélope.
—Penn —su voz fue suave, casi íntima, cuando se inclinó hacia ella—. ¿Quieres un respiro? Podría mostrarte algo en el balcón, lejos de estas hienas.
Carolina arqueó una ceja, protectora, pero Penélope le dio un apretón de manos, pidiendo calma. Dudó. Una parte de ella sabía que aceptar era dinamita pura; la otra necesitaba aire, necesitaba salir del círculo opresivo que Sophie y Kylian habían tejido a su alrededor.
—Solo un momento —dijo finalmente, casi para sí misma.
Eric sonrió con triunfo contenido y la guió hacia la terraza lateral, esa misma que antes la había recibido con su aire frío.
Kylian lo notó. Claro que lo notó. Sus ojos siguieron a Penélope como si cada paso de ella se hundiera en su piel. Sophie aprovechó el instante para inclinarse hacia él, su perfume invadiendo el espacio.
—Ella no entiende tu lugar —murmuró, como quien ofrece consuelo envenenado—. No sabe lo que significas para todos aquí.
Kylian giró la cabeza lentamente, y sus ojos ardieron en una mezcla de furia y desprecio.
—No vuelvas a hablar de ella —escupió, dejando claro que Sophie no era aliada, sino un insecto que se había acercado demasiado.
Sophie retrocedió, pero la sonrisa no se borró. Ella no necesitaba vencer esa noche; le bastaba con sembrar la idea.
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En el balcón, Penélope respiró profundo. El aire nocturno le enfrió la piel, despejando un poco la tensión acumulada. Eric se apoyó en la baranda, mirándola como si fueran los únicos en el mundo.
—No deberías dejar que te traten así —dijo él, con suavidad pero cargado de intención.
—¿Así cómo? —replicó Penélope, a la defensiva.
Eric ladeó la cabeza, estudiándola.
—Como si fueras un accesorio, una pieza en un tablero que solo sirve para su imagen. Tú vales mucho más que eso, Penn. —Se inclinó apenas, bajando la voz—. Yo lo sé.
Las palabras calaron hondo, demasiado. Porque tocaban justo la herida que Kylian había abierto con su terquedad, con ese “eres mi esposa” que era más una cadena que un reconocimiento.
Penélope cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, Eric estaba más cerca, su mano rozando la baranda a centímetros de la suya. No la tocó, pero la amenaza estaba allí, vibrando en el aire.
Y entonces lo sintió: la presencia de Kylian. No necesitaba verlo; la intensidad de su mirada era suficiente para helarle la espalda.
Eric lo supo también. Giró apenas la cabeza, y en la penumbra del salón, la silueta de Kylian se recortaba como una sombra vigilante. No avanzaba, no interrumpía. Solo observaba.
Eric sonrió, provocador.
—Siempre vigilando, ¿eh? —susurró, sin apartar la vista de Penélope—. ¿No te cansas de vivir bajo sus ojos?
Penélope tragó saliva. Parte de ella quería retroceder, huir de esa dinámica perversa. Otra parte sentía una corriente peligrosa: la conciencia de que estaba en el centro de un juego de poder que la consumía, pero también la definía.
—No soy de nadie —dijo finalmente, más para sí misma que para ellos.
Eric la miró como si acabara de darle la razón, como si esa frase fuera una grieta que podía ensanchar.
Kylian, en cambio, apretó los puños, y por primera vez esa noche, no avanzó. Se quedó allí, mirando, permitiéndose el tormento de contemplar a su “esposa” —la palabra resonó amarga en su cabeza— siendo cortejada por otro. Y aunque lo carcomía, había algo en esa escena que lo mantenía clavado al suelo: la atracción enferma de ver hasta dónde podía llegar.
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Dentro del salón, el rumor crecía. Varios habían notado la salida de Eric y Penélope al balcón. Y Sophie, oliendo la oportunidad, se acercó a un grupo de ejecutivos con una sonrisa cargada de veneno.
—Parece que algunos disfrutan demasiado la gala —comentó con un guiño.
Las risas fueron bajas, pero suficientes para encender la chispa.
Carolina, que lo escuchó, no lo dudó. Se acercó y, con voz firme, cortó en seco:
—Lo único que disfrutan es un poco de aire. No inventen donde no hay nada.
Sophie arqueó las cejas, fingiendo inocencia.
—Yo no invento. Solo observo.
—Pues observa mejor —retrucó Carolina—, porque si algo queda claro es quién necesita llamar la atención para no ser olvidada.
El grupo se disolvió entre miradas incómodas, y Sophie quedó con la sonrisa helada.
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De vuelta en el balcón, Penélope se apartó un paso, marcando distancia.
—Ya basta, Eric. No quiero ser tu trofeo contra Kylian.
Él alzó las manos, como en rendición.
—No eres un trofeo. Eres la única persona aquí que todavía es real.
La frase la golpeó. Pero no tuvo tiempo de responder. Kylian avanzó por fin, sus pasos resonando como un trueno en el mármol.
—Se acabó —dijo con voz baja, pero tan cortante que heló el aire.
Eric lo miró de frente, desafiante, pero Penélope sintió que la tensión había alcanzado su límite.
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La música del salón seguía, la fiesta continuaba, pero en ese balcón el tiempo estaba suspendido. Tres voluntades chocaban, tres fuerzas se medían, y ella era el epicentro.
Y aunque Penélope había dicho “no soy de nadie”, en el fondo sabía que esa noche la había marcado: ya no había vuelta atrás.
El triángulo estaba trazado. Y cada movimiento futuro sería un paso más hacia el abismo.