Aun cuando los años pasen como un río imparable, la verdad se abre paso como un rayo de luz entre la tormenta, para revelar lo que se creía sepultado en las profundidades del silencio.
Así recaería, con el peso de una tormenta anunciada, la sombra de la verdad sobre la familia Al Jaramane Hilton. Enemigos de antaño, armados con secretos y rencores, volverían a tambalear la paz aparentemente inquebrantable de este sagrado linaje, intentando desenterrar uno de los misterios más sagrados guardados con celo... Desatando así una nueva guerra entre el futuro y el pasado de los nuevos integrantes de este núcleo familiar.
Aithana, Aimara, Alexa y Axel, sobre todo en la de este último, donde la tormenta haría mayor daño.
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CAPITULO 10
Verdades a Medias
Axel (Adulto)
Mis hijos me miran con curiosidad y una mezcla de angustia. El peso en mi pecho se hace más fuerte, y por primera vez, no sé qué decirles. La atmósfera en la habitación es densa, como si el aire se hubiera vuelto más pesado, y cada segundo que pasa se siente como una eternidad.
—Estoy muy preocupada, papá —dice Aithana, mientras abraza a Alexa contra ella.
—¿Por qué mamá reaccionó así? —pregunta Aimara, su voz temblando con la incertidumbre que todos sentimos.
Axel me observa, pero no dice nada. La tensión es palpable, y el silencio se siente como un grito ensordecedor.
—Su madre... Ella —¡joder!—. Su madre ha sentido el mismo miedo que sintió hace muchos años, cuando ustedes tres eran unos bebés —suelto, sintiendo que las palabras se me atragantan en la garganta.
—Papá...
—Fueron secuestrados, mientras estaban al cuidado de sus abuelos por nuestra luna de miel —el asombro se posa en sus rostros, y Alexa se incorpora, como intentando entender más lo que digo.
—Eran unos bebés apenas, estaban en peligro y su rescate fue... Fue peligroso y decisivo para sus captores —digo, recordando las balas que enterré en el cuerpo de Kimbrelyn, Auden y Amber. La memoria es vívida, y el dolor de esos momentos regresa con fuerza.
—¡¿Por qué harían algo así?! —suelta Aithana, su voz llena de incredulidad.
—¿Quiénes fueron? —pregunta mi hijo, y esta es la más difícil de responder.
—Dos mujeres con las que tuve algo antes de su madre, las cuales no quedaron contentas cuando les dejé claro que no tendrían oportunidad conmigo —soy sincero, aunque el peso de la verdad me aplasta—. Y la otra... Él fue... Un nudo se me forma en la garganta. Fue su tío, Auden.
Los cuatro me miran asombrados, y en estos momentos, me pesa no haber sido claro con ellos sobre la historia de esta familia. La verdad ha estado oculta demasiado tiempo.
—¿Tú le disparaste al tío Auden? —pregunta Aimara, su voz temblando.
—Sí —respondo sin más—. Era él o yo, y yo no tenía pensado dejarlos solos junto a su madre.
—¿Por qué el tío haría algo así? —pregunta Alexa, su mirada llena de confusión.
—No me soportaba —soy sincero, y disfrazar las cosas no sirve de nada—. Por hacerme daño, quiso hacérselos a ustedes.
—Papá —Axel se levanta, comenzando a pasarse las manos por el cabello, un signo de que está frustrado—. ¿Qué hay del tío Addiel? —pregunta, y el paso del aire a mis pulmones se dificulta.__Hasta ahora, éramos creyentes de que ambos murieron en un accidente de auto cuando eran jóvenes, pero ahora nos dices esto de Auden, pero nada de él.
—¿Qué fue de él, papá? —Aithana se levanta junto a su hermano, la preocupación reflejada en su rostro.
—Addiel... Él tampoco me soportó mucho. Bueno, él se dejó influenciar por Auden, y cuando quiso remendar todo advirtiéndome de los planes de Auden...
Los cuatro pares de ojos se posan en mí, y me hace sentir cada vez más presionado.
—Él lo mató —digo sin más—. Auden asesinó a Addiel meses antes del secuestro.
El silencio que sigue es ensordecedor. La revelación pesa en el aire, y puedo ver cómo la realidad se asienta en sus corazones. La confusión, el miedo y la traición se reflejan en sus rostros, y el dolor de la verdad se convierte en un lazo que nos une en este momento de crisis.
—¿Por qué no nos dijiste esto antes? —pregunta Aithana, su voz apenas un susurro.
—Porque quería protegerlos —respondo, sintiendo que la culpa me consume—. Pero ahora, con esta amenaza, no puedo seguir ocultando la verdad. Necesitan saber de dónde vienen y lo que hemos enfrentado.
La habitación se siente más pequeña, y el peso de la historia familiar se cierne sobre nosotros. La verdad puede ser un arma de doble filo, y mientras miro a mis hijos, sé que hemos cruzado un umbral del que no hay regreso.
Anna
El olor a sangre se cuela por mis fosas nasales como nunca antes, un hedor metálico que me hace sentir nauseabunda. Mi piel se eriza con cada paso que doy, adentrándome en el túnel frío y oscuro. La humedad se siente en el aire, y el eco de mis pasos resuena en la penumbra, como si el lugar mismo estuviera vivo, observándome.
Podría detenerme, pero algo me impide hacerlo, una fuerza invisible que me llama desde el interior. Es como si el túnel me susurrara secretos oscuros, y la lluvia comienza a caer, aunque estoy dentro de una cueva. El sonido del agua golpeando el suelo se mezcla con el olor a sangre, que no se disipa, sino que se intensifica.
De pronto, un llanto de bebé me hace quedar fría e inmóvil.
—¡Mamá! —escucho gritar, es la voz de mi hijo.
El corazón me late con fuerza, y me hago de toda la fuerza y valentía que tengo. Termino de entrar, sumergiéndome en la siniestra oscuridad. Lo que veo después me deja tiesa, pero mi instinto maternal me hace correr al lugar donde está mi pequeño Axel, sobre un charco de sangre.
Tomo a mi hijo en brazos y comienzo a revisarlo, buscando de dónde proviene esa sangre. Mis manos tiemblan mientras lo examino, y el terror se apodera de mí.
—Pero él no tiene ningún rasguño —susurro, mi voz quebrándose.
—¿De quién es la sangre? —pregunto al pequeño en mis brazos, sintiendo que el pánico se apodera de mí.
—De él —dice, y su pequeña mano apunta hacia un costado... donde lo veo a él, pero de grande.
El horror se apodera de mí al ver la imagen de Axel, pero el bebé en mis brazos se esfuma, y solo me quedo con la imagen de Axel, de adulto, cubierto de sangre... pálido y frío... muerto.
—¡Nooo! —grito, el sonido desgarrador de mi voz resonando en la oscuridad, un eco de mi desesperación.
—¡Anna, despierta! —escucho a alguien decirme, mientras me sacuden con calma—. Venga, cariño, tranquila.
Abro los ojos, encontrándome con la imagen de Tamara, su rostro angustiado y lleno de preocupación.
—Has tenido una pesadilla, Anna. Tus hijos están bien, están con su padre, tranquila —se sube a la cama junto a mí y me estrecha contra ella, su abrazo cálido y reconfortante.
Mientras yo me vuelvo un mar de lágrimas, el alivio y el terror se entrelazan en mi pecho. Otra vez tuve ese sueño, tan real, donde sentí el dolor de la pérdida de mi hijo calar en lo más profundo de mi ser. La sensación de impotencia y miedo me abruma, y aunque sé que es solo un sueño, la angustia persiste, como una sombra que se niega a desvanecerse.
—No puedo seguir así —susurro, mi voz temblando—. Siento que algo terrible va a suceder.
Tamara me mira con compasión, y aunque intenta consolarme, sé que la preocupación también la consume. La oscuridad de mis sueños parece estar más cerca de la realidad de lo que quisiera admitir, y el miedo a perder a mis hijos se convierte en un monstruo que acecha en las sombras de mi mente.
__Todo estará bien.
Asiento, aunque el nudo en mi estómago no se disipa. La idea de enfrentar mis miedos y compartir mis visiones con mis hijos me aterra, pero sé que no puedo seguir guardando silencio. La verdad debe salir a la luz, y aunque el camino sea doloroso, es el único camino que nos llevará a la seguridad.