En un mundo donde zombis, monstruos y poderes sobrenaturales son el pan de cada día... Martina... o Sasha como se llamaba en su anterior vida es enviada a un mundo Apocaliptico para sobrevivir...
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capítulo 11
Esa noche, después de que todos se marcharon a sus habitaciones, Martina se encerró en la oficina con una libreta vieja que había encontrado entre los papeles de su padre. El silencio era absoluto, solo interrumpido por el leve crujido de la madera y el golpeteo intermitente del viento contra las ventanas. El refugio parecía dormir, pero ella no podía hacerlo. No con todo lo que sabía. No con lo que se avecinaba.
Se sentó en la silla frente al escritorio y encendió una lámpara de aceite. El resplandor cálido iluminó sus rasgos tensos mientras tomaba un lápiz y comenzaba a escribir con mano temblorosa. Necesitaba anotar todo. Cada imagen, cada fragmento, cada conexión entre ambas novelas. Si los mundos estaban empezando a fusionarse como creía, lo que antes era ficción ahora era una advertencia.
Empezó por lo más urgente: los dones.
"Mike: fuego. Steven: manipulación mental. James: fuego, hielo, expansión y reducción de objetos." Lo anotó en forma de lista, con subrayados y flechas. Aquello no era solo una mezcla caótica de poderes, era estrategia. Esos dones serían clave para sobrevivir… pero también un riesgo si caían en las manos equivocadas.
El capitán Steven, que hasta ahora se había mostrado firme y reservado, poseía uno de los dones más inusuales. Podía mover objetos con la mente, como si una fuerza invisible respondiera a sus pensamientos. Esa habilidad, aunque útil, podía volverse peligrosa si su concentración se veía afectada o si perdía el control. Martina lo había visto alterar la dirección de una horda completa de zombis sin levantar un dedo, solo con una orden mental. Era impresionante… y aterrador.
James, en cambio, parecía ser una especie de nexo entre ambas realidades. El protagonista original. El portador de los dones más avanzados. Su habilidad para manipular fuego y hielo era solo el comienzo. Podía alterar el tamaño de los objetos, lo que en contextos de campamentos móviles era un regalo. Carpas comprimidas en cápsulas, armas del tamaño de un botón, alimentos que cabían en el puño. Todo eso se describía en la segunda novela, y ahora era real.
Martina tragó saliva y pasó la página.
"La montaña ha caído." Escribió la frase con letras grandes y se quedó mirándola durante unos segundos. En la segunda novela, ese evento marcaba el fin de los grandes refugios. Los grupos comenzaron a disolverse y la lucha por el poder reemplazó la lucha por la supervivencia. El virus había mutado. La cura, que tantos habían perseguido, ya no servía.
Y entonces vino lo peor: el sueño profundo.
Martina recordó con claridad el pasaje. Había sido uno de los momentos más perturbadores del libro, no por lo que se decía, sino por lo que sugería. Durante meses, una espora liberada por una planta infectada —una de las más venenosas del planeta— comenzó a contaminar el aire lentamente. Al principio, los efectos eran leves: cansancio, fiebre, sueños vívidos. Pero cuando la concentración fue suficiente, todos cayeron dormidos. Humanos, animales, incluso algunas plantas entraron en un letargo colectivo. Y al despertar… ya no eran los mismos.
Los dones habían comenzado a manifestarse.
Pero no todos despertaban.
Ese era el verdadero peligro. La espora, aunque otorgaba habilidades, seguía siendo venenosa. Las personas mal alimentadas, débiles, deshidratadas, simplemente no volvían. Morían en sus sueños, sin dolor, sin alarma. Martina recordó la frase exacta del capítulo final: "Y cuando despertaron, el mundo ya no era el mismo. Porque no todos regresaron del otro lado."
Cerró los ojos un instante. Sentía el peso de todo aquello presionando su pecho. El clima había comenzado a cambiar esa misma mañana. El aire era más denso, más húmedo. Una niebla ligera cubría el bosque cercano, y los animales habían desaparecido. No necesitaba más señales. Sabía lo que venía.
Tenía que preparar al grupo.
Volvió a escribir con rapidez:
"Advertencias antes del sueño profundo:
Proveer hidratación constante.
Reforzar alimentación.
Seleccionar refugios herméticos.
Aislar espacios con musgo o líquenes infectados.
Preparar listas de vigías rotativos (aunque eventualmente también caerán)."
Debía asegurarse de que todos lo supieran antes de que fuera demasiado tarde. Aunque no pudieran evitar el sueño, podían aumentar sus probabilidades de sobrevivir a él.
Pensó en Lara, en su hermano Mike, en Stiven. Incluso en James, que, aunque un desconocido, ahora era parte de ellos. Todos eran piezas de una historia que se reescribía a sí misma.
Volvió a la libreta y comenzó una nueva sección: "Síntomas iniciales". Si podían reconocer el inicio del proceso, tal vez ganarían algo de tiempo.
Síntomas del sueño profundo:
Insomnio intermitente seguido de fatiga extrema.
Dolores articulares, especialmente en la base del cráneo.
Sueños compartidos (varios miembros relatan el mismo sueño).
Percepción alterada del tiempo.
Olfato hipersensible (las esporas afectan los sentidos antes de dormir)."
La lámpara parpadeó, y Martina alzó la vista. El reloj marcaba casi las tres de la madrugada. Se frotó los ojos y suspiró. Aún quedaba tanto por revisar... Los archivos de su padre, por ejemplo. Si había construido este refugio sabiendo lo que venía, seguro había dejado más que cámaras y muros gruesos. Tal vez había escondido información entre las líneas de sus diarios, códigos, referencias cruzadas entre documentos científicos y novelas de ficción.
Martina se levantó, tomó un tomo grueso de la estantería y lo colocó sobre la mesa. Era el cuaderno de campo de su padre. Lo abrió con manos decididas.
En la primera página, escrito en tinta roja, se leía:
"Todo comenzó con un sueño que no era mío."
Ella sonrió, cansada pero decidida. Aquello lo confirmaba todo. Su padre también había tenido visiones. También lo había sentido.
El amanecer comenzaba a teñir el horizonte de un gris pálido. Pronto, el refugio despertaría, ignorante del cambio inminente. Martina dobló la libreta, la guardó bajo su abrigo y salió de la oficina.
Era hora de reunir al grupo una vez más. No para hablar de zombis ni de mutaciones.
Sino para prepararse… para dormir. Y ojalá, para despertar.