Una mujer de mediana edad que de repente se da cuenta que lo ha perdido todo, momentos de tristeza que se mezclan con alegrias del pasado.
Un futuro incierto, un nuevo comienzo y la vida que hará de las suyas en el camino.
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El amor genuino
Mi cuerpo parecía no responder, ver a aquella mujer en la puerta de mi casa, precisamente el día en el que mis hijos cumplían años fue absolutamente desconcertante. Jamás imaginé que ella tendría el descaro de hacer algo semejante, aunque de haberlo pensado antes que ella estuviera conjunto hombre casado hablaba bastante de que clase de mujer era. Y no lo digo por querer culparla a ella, ya que Charles no es ningún santo y parte de este asunto es responsabilidad suya.
Sin saber exactamente como, caminé hacia la puerta.
—Esta mujer no tiene nada que hacer aquí —dije, Charles se giró en mi dirección al oírme, se veía sorprendido, desbordado.
—¡Yo estoy donde se me da la gana! —espetó ella sintiéndose poderosa.
—Por favor, Annette. Marchaté, mañana hablamos. —dijo Charles, casi en una suplica. Y yo no entendí hasta ese momento que tan importante era esa relación para él.
—¡Ah, ahora sí quieres hablar! —se quejó la tal Annette. —¡Pues, fíjate que yo ahora no quiero hacerlo!...
—¡A mi no me importa quien seas! Pero te vas de mi casa ahora mismo —dije interrumpiendo sus palabras, luego miré a Charles —Llévate a esta mujer de aquí. Arreglen sus asuntos en otro lado, no voy a permitir que arruinen la fiesta de cumpleaños de mis hijos.
Charles no dijo nada al principio. Se quedó allí parado, mirando de ella hacia mi, como si hubiera descubierto de golpe el abismo que él mismo había cavado entre nosotros, en veinte años de casados nunca había levantado la voz, a nadie. Pero esta situación me había sobrepasado.
De manera casi mecánica, Charles se volvió hacia la mujer que seguía de pie en la puerta y, sin levantar la voz, le dijo con firmeza:
—Vamos, por favor.
—¿Es en serio? ¿Después de todo lo que hemos vivido… me vas a sacar como si fuera basura? —replicó ella, con una mezcla de rabia y dolor.
—Te lo pido por favor, Annette. No aquí. No hoy. Vamos...
La mujer me miró con un dejo de desprecio y burla, lanzó una carcajada despectiva sintiéndose ganadora y se giró para marcharse. Charles la siguió en silencio. Y yo...Yo me quedé allí, viendo cómo ambos se alejaban y, en cuanto la figura de ambos se perdió tras el portón, cerré la puerta con un golpe seco. El sonido retumbó en mis oídos como si fuera el eco de mi propio corazón partiéndose en miles de pedazos.
Sintiéndome son ninguna fuerza, me dejé caer en el sofá del recibidor, llevándome las manos a la cabeza, con los codos apoyados en las rodillas, los dedos hundidos en el cabello y las lágrimas que comenzaron a brotar sin permiso, era una mezcla explosiva de impotencia, rabia y tristeza. Todo lo que había logrado contener durante días, explotó de golpe en ese silencio tan repentino. A pesar de que en el exterior de la casa el bullicio y la alegría fluían.
—¿Sam? —dijo Alma desde el pasillo, entrando del jardín con una bandeja en las manos. Al verme dejó lo que tenía sobre una mesa y corrió hacia donde yo estaba —¿Qué pasó, Sam? ¿Estás bien?
Sin poder contener las lagrimas abracé a mi hermana, negando insistentemente con la cabeza, intentando dejar de llorar y secarme las lágrimas sin éxito.
—Estuvo aquí, Alma —dije entre sollozos —Aquí, en mi casa. —mi voz se quebraba con cada palabra.
—¿Quién estuvo aquí, Sam? —indagó ella desconcertada sin entender una palabra.
—La mujer que encontré con Charles en la oficina —dije devastada.
Los ojos de Alma se abrieron como platos.
—¿Qué? ¿Qué hacía esa bruja en tú casa?
—No lo sé… supongo que vino a buscarlo, a Charles… Vino a reclamarle sin importarle hacerlo delante de todos, delante de mí. —una risa amarga escapó de mis labios. — Fue como si no le importara nada. Sé que lo que yo sienta o piense no le importa, pero tampoco le importó el cumpleaños de los chicos, ni el lugar. Nada.
Alma frunció el ceño y se puso de pie de golpe.
—¿Y Charles? ¿Donde está? ¿Qué hizo? —me preguntó escaneando la sala, intentando hallarlo.
—Sé fue con ella —respondí nuevamente avergonzada por las acciones ajenas —Le pidió que se fuera. Pero no con enojo, ni con vergüenza… con una súplica. Como si la necesitara, Alma. Como si ella le importara más que el cumpleaños de nuestros hijos, más que yo...
—¡Ese imbécil! —soltó Alma, furiosa— Te juro que si no fuera por Lu y Alex, le pedía a Josh que se ocupara.
No pude evitar que su exabrupto me hiciera reír un poco, entre lágrimas.
—No quiero que nadie se entere, Alma. Ni los chicos, ni nadie. Quiero que esta noche siga siendo de ellos.
Alma se agachó frente a mí, me tomó las manos con ternura.
—Lo que acabas de hacer… es increíble, hermana. Eres una mujer muy fuerte. Pero no tienes que cargar sola con esto. Sabes que estoy aquí, ¿verdad? —agregó, yo hice un movimiento afirmativo —Y también sabes que pase lo que pase, no voy a dejarte sola en esto. Nunca.
Volví a asentir en silencio. Respiré hondo, me sequé las lágrimas, y me obligue a ponerme de pie, a recomponerme. No porque el dolor se hubiera ido, sino porque mi corazón ya estaba en modo supervivencia, y las únicas personas que importaban eran esos dos adolescentes que estaban allí afuera, quienes no merecían que se arruinara su día especial.
—Vamos. Mis hijos cumplen dieciséis años. — dije sacando fuerzas de donde no tenía —Y eso no puede pasar desapercibido.
La fiesta fue un éxito. A pesar del caos interno que llevaba encima, me esforcé por regalarles a mis hijos la mejor noche posible. Luana y Alex estaban rodeados de amigos, risas, música y fotos, vivieron su celebración de los dieciséis con la intensidad y la emoción propias de su edad. Verlos felices me dio un impulso de energía que ni yo sabía de dónde salía. Tal vez del amor. Del amor más genuino que tengo en esta vida.
Alma estuvo a mi lado toda la noche, cubriéndome cada vez que sentía que podía quebrarme. Me bastaba una mirada suya para volver a juntar los pedazos de dignidad y seguir sonriendo. Nadie sospechó nada. Y eso era todo lo que quería. Al menos por ahora.
Cuando el último invitado se fue y los chicos subieron a sus habitaciones agotados pero felices, la casa quedó en silencio. Recogí algunos platos, apagué las luces del patio y me senté en la cocina con una taza de té entre las manos, sintiendo cómo la tensión que había acumulado durante horas comenzaba a desinflarse lentamente. No sabía si sentir alivio o tristeza. Tal vez las dos cosas. Tal vez ninguna.
Cerca de las cuatro de la mañana el sonido de la puerta abriéndose me hizo girar la cabeza y al verlo entrar, supe que ya no podía evitarlo.
—No pensé que volverías —dije en voz baja, sin moverme de mi lugar.
Él cerró la puerta con cuidado, como si el silencio fuera una especie de tregua que no se atrevía a romper del todo.
—No podía no volver —respondió. Su voz era suave, contenida, como si eligiera cada palabra con precisión quirúrgica— Necesitamos hablar.
Lo miré por un momento. Se notaba cansado, tenso… pero no arrepentido. Y eso dolía más que cualquier cosa.
—¿Hablar? ¿Ahora? —tomé un sorbo de té frío— Hoy era el cumpleaños de nuestros hijos, Charles. ¿Tienes idea de lo que podría haber pasado si ellos la escuchaban?
—¡Lo sé… lo sé y te juro que no era mi intención. No sabía que vendría!
—¿Pero sabías que estaba furiosa? Y supongo que la debes conocer bastante como para imaginar que podría aparecerse por aquí...
No me respondió. Ni falta hacía.
—No quiero hablar ahora, Charles. No esta noche. No después de todo esto —me levanté, dejando la taza en el fregadero. Él me siguió con la mirada pero no se acercó. Supo, al menos, no cruzar esa línea.
—Solo quería decirte que no tienes que pelear sola con esto. Que estoy acá. Que... estoy dispuesto a hablar cuando quieras.
Me giré hacia él con una sonrisa amarga.
—No estoy peleando, Charles. Estoy sobreviviendo. Que es distinto.
Y sin agregar nada más, subí las escaleras con el corazón pesado, deseando que el sueño llegara rápido y se llevara, al menos por unas horas, el dolor.
Seguiré leyendo
Gracias @Angel @azul