Tras un matrimonio, lleno de malos entendidos, secretos y mentiras. Daniela decide dejar al amor de su vida en libertad, lo que nunca espero fue que al irse se diera cuenta que Erick jamás sería parte de su pasado, si no que siempre estaría en su futuro...
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capítulo 11
ERICK
Las palabras de presentación aún resonaban en su cabeza. "Mi socio y amigo". Erick mantenía el rostro neutro, aunque por dentro sentía una punzada punzante en el estómago. Las flores sobre la mesa, los regalos delicadamente envueltos, la naturalidad con la que ese tal Dimitri se movía por la casa... todo eso le dejaba en claro algo: había una parte de la vida de Daniela que él desconocía por completo, y que ahora estaba chocando con la suya.
Se aclaró la garganta.
—Vine a ver a los niños —dijo, dirigiéndose únicamente a Daniela, evitando mirar a Dimitri por más tiempo del necesario—. Y también... necesitábamos hablar.
—Claro —respondió ella con una calma serena, como si no notara la tensión que había tomado asiento entre los tres.
En ese momento, se oyó una segunda puerta abrirse. Dylan, el hermano menor de Daniela, apareció con su energía habitual, una bolsa en una mano y el celular en la otra.
—¿Qué tal, hermana? Vine a dejarte el pedido que me encargaste... —dijo al entrar, pero se detuvo al ver el panorama. Sus ojos pasaron rápidamente de Erick, a Dimitri, y luego a su hermana.
—Vaya, parece que llegué justo para el triángulo de tensión —bromeó, sin filtro, mientras dejaba la bolsa sobre la mesa. Luego, se giró directamente hacia Dimitri con una sonrisa más cálida—. Tú debes ser Dimitri, ¿cierto? Gracias por ayudar tanto a mi hermana. Me ha hablado muy bien de ti.
Dimitri le devolvió la sonrisa y el apretón de manos.
—Un placer, Dylan. Tu hermana es una mujer excepcional. Solo hice lo que cualquiera habría hecho si tuviera su talento al frente.
Erick se mantuvo en silencio, sintiéndose cada vez más fuera de lugar. Dylan lo notó enseguida. Lo miró con una ceja alzada y un tono más serio.
Se acercó a él y susurro.
—Hay amigo mío creo que te salio competencia. — Dylan sabía perfectamente que tipo de relación tenía su hermana con Dimitri. Ella le había contado todo sobre su estadía en Italia y el gran apoyo que había sido Dimitri, pero jamás le había insinuado nada más. Pero en cuanto vio la cara de pocos amigos de Erick decidió jugarle algunas bromas qué al parecer no le habían caído nada en gracias.
Erick frunció apenas el ceño, manteniendo la compostura. No iba a morder el anzuelo. No frente a Daniela, no frente a Dimitri.
Dylan soltó una risita baja, satisfecho con la reacción medida de Erick. Se apartó con elegancia, como si su único propósito fuera agitar las aguas lo justo antes de retirarse a la orilla.
Daniela le lanzó una mirada rápida de advertencia a su hermano, pero él simplemente se encogió de hombros.
—¿Qué? Solo digo lo que todos están pensando —susurró mientras tomaba una galleta del plato sobre la mesa como si nada—. Además, Erick necesita recordar que no es el único en el planeta dispuesto a cuidar a mi hermana.— susurró esta vez lo bastante bajo, como para que solo lo oyera su hermana.
—Dylan, basta —dijo Daniela con tono firme, aunque sin enojo. Estaba acostumbrada a su sentido del humor punzante, pero había momentos que requerían un poco más de mesura.
Dylan se encogió de hombros nuevamente y le guiñó un ojo a su hermana.
—Está bien, está bien. Yo ya cumplí mi parte de hermano fastidioso. Me retiro antes de que la tensión se vuelva tan espesa que pueda cortarse con cuchillo.
Y con eso, tomó su celular, saludó nuevamente a Dimitri con una palmada en el hombro y lanzó una última mirada a Erick antes de salir de la habitación.
El silencio que dejó tras su salida fue incómodo. Erick se pasó una mano por la nuca, intentando liberar algo de la presión que sentía crecer en su pecho.
Dimitri, por su parte, se limitó a observar a Erick con discreción, como si analizara cada uno de sus gestos.
Daniela suspiró. Sabía que tarde o temprano tendría que poner un límite a todas estas batallas silenciosas.
—¿Quieres ver a los niños? —preguntó, quebrando el hielo.
Erick asintió, y por primera vez desde que entró, su expresión cambió. Se suavizó apenas. Hablar de los bebés siempre lograba mover algo dentro de él que ni siquiera la presencia de un hombre como Dimitri podía opacar.
—Sí... más que nada vine por eso.
Daniela lo guio hacia el salón donde estaban los gemelos, dejando atrás a Dimitri, quien observó en silencio la escena. No había celos en su mirada, sino una preocupación honesta. Sabía que la historia entre Daniela y Erick era mucho más compleja de lo que él alcanzaba a comprender, pero si algo tenía claro… era que no iba a dar un solo paso atrás.
***
Los gemelos dormían plácidamente en sus cunas gemelas, uno con el ceño levemente fruncido como su madre, y el otro con los labios curvados en una mueca casi burlona que tanto le recordaba a Dylan. Daniela los contemplaba con ternura mientras acomodaba una mantita que uno había empujado con su manita regordeta.
Erick, de pie al otro lado de la habitación, los observaba en silencio. La imagen era tan hermosa como dolorosa. Era consciente de todo lo que se había perdido y, aunque no lo admitiría en voz alta, ver a Daniela en ese entorno —segura, serena, rodeada de gente que la protegía— lo hacía sentir como un extraño en su propia historia.
Se aclaró la garganta, sin apartar la vista de los niños.
—¿Hace cuánto lo conoces? —preguntó de pronto, con voz baja, cuidando cada palabra como si cada sílaba pudiera romper algo.
Daniela levantó la mirada, sabiendo exactamente a qué se refería.
—¿A Dimitri?
Él asintió con un leve movimiento.
—Lo conocí poco después de llegar a Roma. Fue... una casualidad que terminó siendo fortuna.
Erick apretó la mandíbula. No era celoso por naturaleza, pero algo en la naturalidad con la que Dimitri se movía por la casa, en la familiaridad con Dylan, incluso en la forma en que la miraba… le estaba dejando claro que no se trataba solo de un socio.
—Se ve muy... cercano —comentó, casi con desgano, como si hablara del clima.
Daniela sonrió con suavidad, sin sarcasmo ni burla, simplemente con una paz que le desarmaba cualquier armadura.
—Lo es. Me ayudó en momentos muy duros, Erick. Sin él, no sé cómo habría sacado adelante mi marca, o cómo habría sobrevivido los primeros meses del embarazo sin volverme loca. Es mi amigo. Y no tengo que disculparme por eso.
Él la miró. Tenía tantas cosas que decirle, tantas emociones mezcladas que no sabía por dónde empezar. Pero en lugar de discutir o reclamar, bajó la mirada hacia sus hijos y murmuró:
—Me perdí de todo eso... y más.
Daniela también miró a los pequeños, con una expresión más nostálgica que rencorosa.
—Lo sé. Pero estás aquí ahora.
Y por primera vez en mucho tiempo, hubo una tregua. Breve, silenciosa, pero real. Aunque las heridas seguían ahí, aunque el pasado seguía pesando entre ellos… por un instante, sólo fueron dos padres, contemplando el milagro de sus hijos.
El silencio que se había instalado entre ellos era inusualmente cómodo. Erick no sabía cuánto tiempo llevaban mirando a los gemelos, pero por primera vez desde su llegada, su pecho no sentía el peso del enojo, la impotencia o los celos.
Aun así, había algo que necesitaba decir.
—Daniela... —comenzó, con voz más baja de lo habitual—. Mis padres quieren ver a los niños.
Ella no respondió enseguida. Movió con suavidad una mantita sobre uno de los bebés antes de mirarlo.
—¿Y tú? ¿Quieres que los vean?
Erick pareció pensarlo por un instante pero luego agregó.
– Sí, por supuesto, son mis padres. Se que la última vez que hablaron no fueron nada cordiales contigo, pero también debes comprender que ellos estaban preocupados por mí.
— Lo sé, y no es que no quisiera que ellos estuvieran, es solo que aún no superó el hecho de qué muchos de nuestros malos entendidos en el pasado fueron por su culpa. Tu madre nunca me vio a tu altura, siempre que puso me humilló, y tu padre... bueno él está en la misma bolsa que el mío, ambos colaboraron para arruinar nuestras vidas. Si no hubiera estado de por medio ese estúpido contrato...
Erick sabía lo que Daniela sentía. En los últimos días, había experimentado los mismos sentimientos e incluso se reprochaba el hecho de no haber hecho más el esfuerzo de encontrarla. Se había perdido muchas cosas e incluso en estos momentos se estaba perdiendo de más, al tener que volverse a ganar el respeto y la confianza no solo de Daniela, sino de la familia Montero completa.
Erick bajó la mirada. Las palabras de Daniela no eran nuevas, pero escucharlas ahora, con los gemelos durmiendo entre ellos como un frágil puente de reconciliación, dolían de otra manera.
—Tienes razón —admitió en voz baja, con un deje de culpa que le caló hondo—. Mi madre siempre fue dura contigo... demasiado. Y yo, en lugar de defenderte, me escondí detrás de sus expectativas. Me dejé arrastrar por lo que querían para mí... por lo que creían que debía ser mi vida.
Daniela no respondió, pero su silencio no era indiferente. Lo estaba escuchando. Eso ya era un avance.
—Y mi padre... —continuó—. Él no era tan directo, pero apoyó cada decisión que ella tomó. Incluso el contrato. Esa “alianza” entre familias que terminó por destruirnos a los dos.
La palabra “contrato” se quedó flotando un segundo en el aire, pesada, con la fuerza de todo lo que implicaba: decisiones tomadas por otros, afectos condicionados, una relación forzada a cumplir un guion ajeno.
—No sé cómo reparar todo eso, Daniela —confesó, con la mirada fija en sus hijos—. Pero quiero intentarlo. Por ellos. Por ti, si me dejas.
Daniela respiró hondo, sintiendo que cada palabra de Erick tocaba una parte de ella que había mantenido resguardada por mucho tiempo. No era fácil bajar la guardia, no cuando tanto había costado reconstruirse desde las ruinas. Pero verlo ahí, sin máscaras, sin excusas, tenía un peso distinto.
—Tendrás que ganártelo, Erick —dijo finalmente—. No solo a mí. A ellos también. A Dylan, a Sebastián, a Diego... y a mi padre. No confían en ti. No después de cómo se dieron las cosas.
—Lo sé —asintió él, sin rastro de queja—. No espero que sea fácil. Pero no voy a rendirme.
Ella lo miró con detenimiento. Por un segundo, el pasado se disolvió, y lo que tuvo enfrente fue al hombre que alguna vez amó, profundamente. Aún no sabía si volvería a amarle del mismo modo, pero al menos ya no lo veía como un enemigo.
—Hablaré con Eloísa —dijo al fin—. Si alguien puede poner orden en esta casa, es ella. Si mis condiciones se cumplen... pueden venir a conocer a los niños.
Erick sintió que el aire volvía a entrar con más ligereza a sus pulmones. No era perdón, ni tampoco reconciliación total. Pero sí una posibilidad.
Y en ese momento, entre el silencio de la habitación y el susurro pausado del respirar de sus hijos, Erick supo que todavía había esperanza.
Daniela volvió al salón principal, donde Dimitri hojeaba unos documentos desde su tablet. Al verla entrar, alzó la vista y sonrió, pero había algo en sus ojos que sugería que tenía algo importante que decir.
—¿Todo bien? —preguntó ella, tomando asiento frente a él.
—Sí. Más o menos. Hay algo de lo que tenemos que hablar —dijo, dejando la tablet a un lado—. Me escribió el equipo de Milán. Ya tenemos fecha definitiva para el lanzamiento de la colección.
Daniela entrecerró los ojos, confundida un segundo, hasta que la realidad la alcanzó.
—¿Tan pronto?
—En un mes. Nos necesitan allá al menos dos semanas antes. Pruebas, fittings, presentación a prensa... tú sabes cómo es esto.
Daniela se quedó en silencio. Sabía que ese momento llegaría. Habían trabajado por meses para llegar a ese punto. Pero ahora… ahora había dos pequeños seres en su vida que lo cambiaban todo.
—Dimitri... —susurró, llevándose una mano a la frente—. No sé si puedo dejar todo esto. No tan pronto.
Él la miró con suavidad, comprendiendo el conflicto en sus ojos.
—No estoy aquí para presionarte. Pero necesito que lo pienses. Este proyecto también es tuyo. Tú lo creaste. Lo hiciste crecer desde cero, incluso embarazada. No puedes dejar que te lo arrebate el miedo o las circunstancias.
Daniela asintió lentamente, sintiendo cómo el vértigo de las decisiones importantes se cernía sobre ella.
Y supo, en lo más profundo, que muy pronto tendría que elegir: entre el pasado que intentaba sanar y el futuro que estaba a punto de despegar.