Arabela es una adolescente que la mayor parte del tiempo se la pasa perdida en sus pensamientos, tratando de entender el interés que despertó en una de sus compañeras de salón, cuando antes de jugar botella ambas eran invisibles en la vida de la otra.
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CAP 11. CHASQUIDOS Y FRESAMENTA
Me fui a casa. Corrí a mi cuarto disimulando que estudiaría, así mi papá no me molestaría en toda la tarde.
Pasaron dos horas y no había rastro de Rebeca, bajé la intensidad de mi papel actuado de Arabela estudiosa, acomodé mis cuadernos en mi escritorio y me dejé caer en mi cama boca arriba.
No va a venir, me repetía una y otra vez, ¿cómo lo haría después de lo que le hice pasar? La rechacé de la forma más horrenda, fue como si le cerrara dos veces la puerta en la cara.
—¡Qué tonta! —remilgué al darme la vuelta y apretar la almohada en mi rostro.
¿Por qué lo había hecho? ¿Por miedo? ¿Por vergüenza? Arabela, Arabela, Arabela, tienes miedo de que se burle de ti, ¿recuerdas? No solo ella, sino toda su pandilla. Tienes miedo de que ella destroce tus sentimientos por medio de sus amigas, te mienta, te manipule con sus encantos y tú quedes como farsante por no ser la persona dura y distante que tanto presumes.
Tocaron el timbre, no hice caso. Comencé a leer una revista, la hojeé un par de veces antes de que volvieran a tocar.
—¡Arabela!, ¿puedes abrir? —quedé atenta a la voz de papá que se filtraba por mi puerta.
—¿No esperas a nadie? —exclamé sin soltar la revista.
—¡Sí, una pizza!
Papá odiaba la pizza, su respuesta fue sarcasmo eso quería decir que...
Aventé la revista y tomé una de las hojas de ecuaciones, ¿por qué lo hice?, quién sabe, la adrenalina se apoderó de mis sentidos, salí disparada a la puerta y abrí sin titubeos.
—Hola —dije tranquila tratando de controlar mi respiración agitada.
—Creí que no estabas —respondió Rebeca.
—No, lo que pasa es que no escuché el timbre —apreté con ambas manos el perfil de la puerta.
Rebeca dio unos pasos hacia la sala.
—Hoy vamos a trabajar en mi cuarto —La tomé de la muñeca, ¡neta! ¿la tomé de la muñeca? Rebeca notó mi acción sin objeción y dejó que la guiara.
—¡Alcancé a ver que entraste con alguien! —gritó papá desde el patio.
—¡Sí!, ¡aún tienes buena vista! —respondí en el mismo tono antes de cerrar la puerta de mi cuarto.
—¿Por qué vas a cerrar?
—¡Voy a estudiar! — por fin cerré. Al darme la vuelta un minúsculo grito escapó de mí cuando Rebeca me abrazó por la cintura y me pegó a su cuerpo.
—¿Qué haces? —pregunté alagada.
—Esto es lo que querías ¿no? —sus palabras olor fresa menta fueron inhaladas por mis fosas.
¡Mierda! ¡Mierda!, la tenía tan cerca, ella me hablaba, pero había momentos en los que solo me concentraba en el grosor de su boca en movimiento, la tela entre nuestros torsos friccionada por nuestra respiraciones, el calor que me transmitía su cuerpo, sus dedos aferrados a mi cintura, no quería oler sus palabras, quería devorarlas.
—¿De qué hablas? —me apretó aún más.
—O ¿por qué me trajiste a tu cuarto? —cuestionó.
—¡Arabela! ¡la puerta! —gritó papá desde algún lugar de la casa, ambas nos quedamos quietas escuchando.
—Él es muy molesto —respondí pensando si me aliento estaba bien. ¿qué comí antes?, ¿qué? galletas, no, gomitas, no. Tamarindo enchilado, con razón me arden los labios.
—Bueno, aún tengo más razones. ¿Para qué querías que viniera si tú podías corregir esos ejercicios?
—Es tu responsabilidad asegurarte de que no me harás reprobar. Estoy haciendo que cumplas tu palabra.
Rebeca me miró entre cerrando los ojos e inclinó su semblante directo a mi boca. ¿Cómo era posible que aún hubiera espacio entre nuestras caras? Su aliento se había convertido en mi oxígeno, un oxígeno que amaba.
—Y por último, si no es lo que querías, ¿por qué parece no incomodarte?
Abrí los ojos aún más, fue una reacción que no planeé. Rebeca, mi Rebeca tenía razón, me encantaba la posición en la que estaba, me emocionaba sentir esa electricidad conectándonos. Esperaba que la dilatación de mis pupilas no fuera tan notoria que delatara mi placer por su coqueteo.
Sus labios se deslizaron por el aire buscando un refugio en los míos. ¡Oh! magníficas constelaciones, ¿qué es este universo que se mueve en mi boca del estómago, recorre mi garganta y descienden estrellas por mis piernas?
Tomé aire y alcé la hoja de ejercicios que saqué de mi bolsillo trasero.
—Primero corrige tus ejercicios y quizá después tengas el beso que buscas —Rebeca no se apartó mientras hablaba, como si disfrutara la proximidad de mi voz en su boca. Ladeó la cabeza, mordió su labio y exhaló arrebatando la hoja de mi mano.
—¡Bien! —exclamó soltándome y se dirigió a la cama acomodándose boca abajo.
Me quedé quieta observando a su mano escribir y a su cabello descender por enfrente de su mejilla. Poco después tomé asiento y comencé a resolver la parte que me tocaba.
Antes de que terminara, Rebeca se acercó y me entregó su ejercicios, hice a un lado mis hojas, revise los números saltando de "x" en "x" y "y" tras "y", en tanto lo hacía, ella se sentó en la esquina de la cama quedando detrás de mí.
—Ya están bien, lo único que te faltaba eran los signos, ahora que ya supiste acomodarlos, los resultados cuadran. Mira —Rebeca se paró y se inclinó para ponerme atención.
—Este y estos son los más complicados, pero ya quedaron, le señalé con el lápiz y la volteé a ver. Nos sonreímos, ella se percató de la cercanía, miro mis labios, lo iba a hacer, besarme, sentía mi pecho oprimirse.
"Ponerte a ti como el castigo fue una vil burla", escuché la voz de Marlen en mi cabeza y me eché para atrás.
Rebeca se detuvo y abrió un poco la boca fastidiada, se levantó poniendo los ojos en blanco con una exhalación que despertó mi pánico a perderla, tomó su mochila y yo sujeté su mano.
—No te vayas —supliqué —en serio me gustas.
—Y si te gusto ¿por qué no solo me besas?
Me quedé en silencio. Otra vez ese sonido de fastidio salió de su boca, estaba a punto de darse la vuelta, solté su mano y le tomé la cara, apreté mis labios en los suyos dejando que ellos mismos buscaran la forma de acomodarse. Me aparté esperando su reacción. Rebeca me contempló con la cara congelada, como si no pudiera asimilar lo que acababa de pasar, luego intentó seguir pero por acto reflejo retrocedí. Arrugó las cejas.
—Estoy harta de tus jueguitos de estira y afloja. Yo también tengo sentimientos, ¡carajo! Y tú indecisión me lastima ¿sabías?, podrías dejar de ser tan...
—Tengo miedo —confesé interrumpiéndola. Me sinceré, sus ojos me observaban atentos hasta escuchar mi última palabra. Agaché la mirada pero aún la seguía mirando de reojo. —tengo miedo de que te burles de mí, de que tu acercamiento sea una farsa y que termines riéndote de mis sentimientos con tus amigas o con César.
De pronto, sus manos capturaron mi nuca y sus labios se movían entre los míos.
—Nunca me burlaría de ti —susurró sin soltarme el cuello, la miré un segundo y fui yo la que quiso volver a explorar la textura de su piel dulce. Me correspondió, rodeó mi cuello con sus brazos y yo la tomé por la cintura, una sensación plena, tan grata como las fogatas en invierno como el viento en primavera. La fuerza de mi beso la hizo dar pasos hacia atrás tropezando con la pata de la cama, perdimos el equilibrio, Rebeca cayó encima del edredón y yo sobre ella, nos contemplamos antes de que me tomara de la nuca y me atrajera hacia sí. Nuestras bocas eran un eclipse, un amanecer, las montañas cubiertas de nieve refrescante, una sensación tan tersa como la miel, tan cítrica como el deslizante sabor de duraznos en almíbar.
¡Demonios! Rebeca me estaba buscando, lo disfrutaba, sus suspiros lo confesaban, ella disfrutaba de mis besos, estaba sobre ella, ¡sobre ella! Sentía nuestra respiración sincronizarse bajo la ropa. Mi pelvis se acopló a la suya, no podía rechazarla, no quería, los besos se desenvolvieron con soltura entre pequeños chasquidos parecidos a cuando saboreas un caramelo, hasta que nuestras lenguas se entrelazaron en la boca de la otra, como un pincel sobre el lienzo.
Ella buscaba mis besos, ¡ella! la misma chica que acariciaba mi espalda por debajo de la tela sin soltar mis labios, demasiada complacencia, no quería un final.
—¡Arabela! —no sobresaltamos —¡Esa puerta! —se escuchaban los reclamos de papá afuera de mi cuarto—. ¡Abre!