Tras sacrificarlo todo para preservar la vida de su hija, se ve obligada a ocultar su supervivencia para enfrentarse a una de las mayores batallas de su existencia: la lucha contra un ejército de no muertos que ansían la muerte de su propia hija.
Decidida a obtener la victoria, Genevieve se embarca en una peligrosa misión para recuperar la corona de su abuelo, el último rey de los tritones, arrebatada por el hombre que la mantuvo prisionera y la sometió durante años. En su odisea, se cruza nuevamente con el padre de su hijo por nacer, cuya muerte lo dejó desolado.
¿Logrará Genevieve reclamar la corona perdida y garantizar la seguridad de su familia frente a las fuerzas de la oscuridad?
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CAPÍTULO 10
—¿Recuerda las últimas palabras de su abuelo?—le cuestionó—verá princesa, su regreso de la muerte no fue gratis. Si bien su abuelo tuvo parte del mérito, al arrodillarse frente al dios de la muerte, su eminencia exigió dos cosas a cambio.
De inmediato, Genevieve bajó la cabeza, recordando el semblante lleno de preocupación que su abuelo mostraba. Si bien no sabía a ciencia cierta cómo fue la interacción del último rey de los tritones y del dios de la muerte, para que su abuelo mostrara tal mirada, era porque había sido muy pesada la situación.
—¿Qué fue lo que el dios de la muerte le exigió a mi abuelo?—preguntó asustada.
—La primera exigencia fueron tus recuerdos—le habló directo al grano—no solo tus recuerdos serán arrebatados con el paso del tiempo, sino también quedarás en blanco: te comportarás como si fueras una niña.
—¿Y la segunda?—volvió a preguntar aún más asustada.
—Que el hijo que lleves en tu vientre sea la nueva reencarnación del dios de la muerte en la tierra—respondió.
—¿Hijo? ¿En mi vientre?—cuestionó confusa—no sé...
—Princesa, ¿recuerda lo que hizo antes de morir?—le recordó Yuna.
De inmediato la tez de Genevieve se puso pálida, agachando su mirada y dirigiéndola hacia su vientre, el cual palpó enseguida. Sabía muy bien a lo que Yuna se refería, lo sabía muy bien: antes de morir había sido la amante del sobrino de quien ahora era el esposo de su hija y su semilla había germinado en su interior.
—Si el dios de la muerte desea el cuerpo de mi hijo como su encarnación—dijo al borde del llanto—¿es porque él murió?
—En efecto, está en lo correcto—le aclaró—cuando usted murió, logró salvar a su hija; sin embargo, el alma de su hijo no nato murió y aunque volvió a la vida con usted, ahora mismo cargará a la próxima representación del dios de la muerte en la tierra.
Sin poder aguantar más su llanto, la princesa caída escondió su rostro entre sus manos y lloró a más no poder, sintiendo como su garganta se quemaba por el ardor de su dolida alma. No se arrepentía por haber salvado a su hija mayor; sin embargo, se reprochaba por no haber sabido qué estaba embarazada y que su decisión provocó que su bebé no nato muriera con ella.
—¿cuánto más?—preguntó en un susurro.
—¿Qué cosa?—cuestionó Yuna.
—¡¿Cuánto más tengo que sufrir?!—gritó.
Llena de ira se levantó y tumbó la mesa, provocando que el plato con comida se rompiera en mil pedazos. Sin saberlo, una energía interna comenzó a brotar de ella, haciendo que un aura azul no solo cubriera su cuerpo, sino que colocara sus ojos de una tonalidad tan brillante que parecía reflejar a la misma luna, siendo apenas de día.
—La vida suele ser jodidamente injusta, con las personas más buenas que pueden existir—le fue clara—ahora mismo usted se enfrenta a dos posibles caminos: poner fin a esta segunda oportunidad de vida...
Dijo colocándose de pie, poniendo en la mano de la princesa caída un cuchillo, el cual hizo que ella misma se apuntara directo a su corazón. El tacto con la piel de Yuna hizo que sintiera un frío aterrador, el mismo que palpó en el cuerpo sin vida de muchos de los que murieron en la caída de su reino.
—O levantarse y caminar por más dolor tenga, tomando venganza del maldito hombre que comenzó esto—dijo refiriéndose al emperador—la estaré esperando en el cozo de entrenamiento, si no va al final del día, entenderé que decidió volver a morir.
Una vez quedó sola, Genevieve se sentó en la que una vez había sido su cama y se quedó observando por varias horas la daga que Yuna le había entregado. Quería morir, poner fin a todo; sin embargo, su hija mayor aún la necesitaba y, aunque el bebé en vientre no tuviera alma, seguía siendo su hijo.
—Abuelito—dijo en un susurro, recordando las palabras de este—¿Por qué?
Observando el filo de la daga a solo centímetros de su corazón, el atardecer llegó y cuando estuvo por oscurecer tiró a un lado la daga y salió de su habitación. Mientras corría, provocando que su bata blanca ondulara con el viento, las memorias de su pasado volvieron de inmediato.
Recordaba con cada paso que daba el mismo camino que estaba recorriendo y como lo había cruzado en su momento, corriendo despavorida, siendo tan solo una niña en aquella trágica noche en que perdió todo. Sin verlo, varios orbes plateados guiaron el sendero casi inexistente por el paso del tiempo.
Las almas de todos sus familiares, las almas de cada ciudadano de su reino, se encontraban formándose en una calle de honor, dándole la bienvenida a la nieta más amada del último de sus reyes. Fue así que, tras varios minutos, logró llegar al cozo de entrenamiento, un edificio anexo al palacio real.
—¡Quiero luchar!—gritó abriendo la pesada puerta—¡QUIERO VIVIR!