La Rebelde Mila Y El Mafioso.

Un hombre blanco de unos 1.80 cm de altura, delgado, cabello rubio oscuro, una barba muy sexy, el cabello es largo y lo trae en un moño, sus ojos son verdes y no creo que tenga más de 35.

Pero qué mierda desde cuándo hacen a estos condes tan divinos aliso mi vestido para que se acerque a saludar, está muy bueno sin ninguna duda, tiene el rostro angelical, tan diferente a Horacio, que parece un demonio, que quiere arrastrarme al infierno, me doy una cachetada mental, que hago pensando en él.

—¿Tú debes ser Mila?—Tiene una voz muy ronca.

—Yo misma soy, ¿y tú eres?—Nunca voy a dejar de ser tan odiosa.

—Soy el conde Ben Birchmeier a tus órdenes— me da un beso en los dedos de mi mano, un beso húmedo, no sé con qué intensión. Quiero aclarar que es un hombre hermoso, es alto, carita de niño bueno, pero no sé, no me da buena espina. Además, sus manos son calientes, no sé qué demonios hago pensando en eso ahora. —Eres más hermosa que en las fotos—fotos, este idiota tiene fotos mías, ¿cómo porque?

—Soy lo más hermoso que verán tus ojos en la vida—le sonrió con cinismo.

—Veo que eres muy segura de ti misma, tienes mucha fuerza—Se acerca a mi oreja—Pero te domaré cómo a las yeguas que tengo en la finca.

¡Qué vulgar!

—Sigue soñando, querido—sonrió cuando mi papá nos mira—es mejor que te bajes de esa nube, podrás estar muy bueno, pero eso no es lo único que se necesita para enamorar a una mujer como yo—Sonríe. —Estarás comiendo de mi mano en menos de nada, ya lo verás niña malcriada, un par de nalgadas y listo. —¡idiota! —Pasemos a la mesa—Dice mi mamá. Todos nos dirigimos al lugar indicado, mi apuesto, pero arrogante Conde se sienta a mi lado, comenzamos a comer, todo está tranquilo hasta que siento una mano sobre mi rodilla.

Miró la mano y miro a Ben Birchmeier, ¿qué demonios?, este idiota me está tocando con descaro, respiro profundo para no levantarme y lanzar toda la comida al suelo del escándalo que voy a formar.

Tomo su mano y le agarro el dedo del medio, él abre los ojos sorprendidos por mi acto, pero no tiene una puta idea de que pretendo hacer.

Agarro el dedo con firmeza y luego lo doblo hacia arriba, sacando un alarido estremecedor.

¡Ayayay!—Chilla.

—¿Te sucede algo?—dos de sus hombres se acercan para revisar que todo esté bien.

Me mira con odio, pero no puede decir nada.

—¿Sucede algo?—mi papá se alarma.

—No, no es nada, creo que fue algún bicho que me pico—me mira, yo solo me meto un trozo de comida a la boca con tanta inocencia, sé que igual no me creen.

—¿Qué le hiciste?, mi papá me mira inquisidor. —No he hecho nada, no escuchas que le pico un bicho raro—ruedo los ojos con cinismo.

—No pasó nada, señor Kunis, mejor sigamos con la cena—calma la situación.

Comienzan a conversar sobre la refinería, lo que hago es mirarlo, veo que en el lóbulo de su oreja tiene una perforación, veo que el conde esconde muchas cosas.

Lo veo muy interesado en el tema de la refinería.

—El oro es una gran inversión, es la mejor forma de ahorrar, de mantener tu dinero, el oro es una moneda que es aceptada en cualquier país, las personas que poseen oro lo pueden utilizar para huir en medio de una guerra, así pueden vivir tranquilos.

—El oro es mágico—dice mi papá.

—Tan mágico que todos lo quieren tener—veo algo en sus ojos, será posible que esté rufián, se quiera casar conmigo solo porque se quiere quedar con las refinerías de mi papá a cuenta de ser mi esposo, creo que tener dinero es una maldición.

Siguen hablando de sus estupideces, ahora mi hermano se interna en esta larga conversación sobre el bendito oro.

Qué fastidio, este estúpido conde debería decirle a mi papá que le dé un puesto en la refinería para que así pueda estar cerca del oro.

La cena termina, gracias a Dios, porque ya no soporto más escucharlos, hablar de trabajo.

Vamos a la terraza donde siguen conversando de lo mismo, al parecer al conde le interesa mucho sobre el tema.

—Me retiro, tengo mucho sueño, está visita ya me aburrió.

Todos me miran mal, por ser tan indiscreta.

—Hija, no seas tan grosera, el conde está aquí para conocerte, para hablar contigo.

No parece, parece que solo quiere saber sobre la refinería, mejor me voy a dormir, mañana tengo un espectáculo que hacer, con permiso—Salgo de allí, las voces de mis padres y hermano llamándome, qué ridículo conde, lo que tiene de bello lo tiene de interesado.

Me voy al jardín, quiero respirar aire puro, no sé si está sea la última noche que pase en esta casa con mis padres, cuando Horacio llegué y le digamos a todos que nos casamos, mi padre se va a enojar mucho y es lo que quiero, quiero que se enoje para que me deje hacer mi vida como a mí me plazca.

Una suave brisa toca mi rostro, veo como las hojas de los árboles se mueven por un momento.

Esa brisa se sintió como al toque de las manos de Horacio. Porque este hombre tan misterioso se metió en mis pensamientos, que es lo que tiene que me llama tanto la atención.

…

Me despierto porque hay un montón de gente dentro de mi habitación— ¿qué demonios hacen aquí?—grito cómo desquiciada.

Todos me miran—Disculpe la señora nos dijo que podíamos entrar—todos están estáticos.

Me voy al baño para darme una ducha, que fastidio, Horacio, Horacio, cuando me vas a sacar de esta prisión.

Le marco y nada, le escribo desde anoche y nada, si no viene, si me tengo que casar con ese arrogante conde.

…

Mis padres están esperando que baje para irnos a la catedral donde será la boda, yo iré en una limusina con 30 guardaespaldas, mis padres van en otro auto.

—Mami—La llamo antes que se suba al auto—Quiero que sepas que te amo mucho, los amo a todos a pesar de esto, los voy a extrañar—Le doy un abrazo.

No te vas a ir tan lejos, solo será un par de horas de camino, nos seguiremos viendo seguido.

—Lo sé—la abrazo nuevamente.

Me subo en la limusina, si Horacio no llega diré que ya estoy casada, no pienso casarme con ese hombre, así sea muy guapo.

El auto estaciona abruptamente, intento mirar que sucede, pero no me dejan.

Unas camionetas nos interrumpieron el paso, mantengan a salvo a la señorita—Habla uno de ellos por el intercomunicador del auto.

—¿Quiero saber qué pasa?— me pongo a decir.

Como puedo salgo del auto y veo a Horacio caminar en mi dirección—Horacio—mi corazón palpita tan fuerte que parece que se va a romper.

Camino en su dirección, veo como hay muchos hombres, con armas.

Cuando me acerco me ve con la mirada tan fría como él temprano de hielo.

—Horacio que bueno que. . . Me detengo en seco cuando una mujer se acerca a él y me mira con una sonrisa malvada.

—Métanla en el auto—Le dice a unos hombres.

El Conde Ben Birchmeier,