Cómo Agua Entre Los Dedos

El señor Marco salió de su casa con la agilidad de un gato, subió a su auto y sin mirar atrás se dirigió hacia el trabajo de su hija, él sabía que al regresar encontraría un infierno. Mientras tanto, doña Ofelia se había quedado dormida en el suelo de la habitación de su hija, lloro y grito hasta que sus energías se acabaron, pero seguía convencida que haría lo posible para hacerlos entrar en razón.

Penny se apresuró a bajar de la oficina, pues quedó en encontrarse con su padre en un pequeño restaurante a unas dos cuadras, ella estaba familiarizada con el lugar, la dueña era una mulata muy amable, cariñosa y extrovertida que siempre le guardaba las más crocantes empanadas, se despidió del portero y empezó su caminata hacia el restaurante hasta que fue sorprendida por el claxon del auto de su padre.

—¡Mierda! Casi me das un infarto.

— Qué son esas palabras, así no te hemos criado.

—¡Papá!.

— Sube, cariño.

Al llegar al lugar, Penny lo llevo hasta la mesa que frecuentaba y de inmediato pidió los platillos esperando que a su padre le gustarán.

— ¿Conoces mucho el lugar?.

— Sí, tiene buen ambiente, además de tener las mejores empanadas. Bueno, quería preguntarte por mamá.

— Ella está bien, el enojo se le pasará con el tiempo. Preocúpate por ti de tu madre, me encargo yo.

—¿Estás seguro?

— cariño, tengo veinticinco años de estar casado con tu madre acaso, ¿crees que me quedara grande estar con ella unos diez más?.

— De verdad que eres seguro.

— Toda la vida. Ya a comer que estoy que babeo.

Cenaron a gusto hablando de cualquier cosa hasta su padre se animó a probar las famosas empanadas, tanto fue su gusto que decidió llevar algunas para comer en casa o durante el trayecto de regreso de eso no estaba seguro. El señor Marco la llevo hasta su casa esperando hasta que entrara al edificio, luego de percatarse de eso siguió su camino escuchando un bolero de Altemar Dutra, esa música le recordaba mucho el pasado en casa de sus padres.

Penny iba sonriente hacia el ascensor cuando al abrirse vio una cara conocida, su sonrisa cambio de felicidad a una de asombro.

— ¡¿Eres tú?!.

—¡Penny!. ¡Qué pequeño es el mundo!.

— ¿Qué haces aquí, Santiago?.

— Lo mismo digo.

— Yo vivo aquí.

— Yo también.

— Me acaba de explotar la cabeza.

— ¿A cuál piso vas?

— Al tercero.

— Yo también vivo en ese. 11 C

— 12 C, definitivamente esto es mucha coincidencia. ¿Hace cuánto vives aquí?

— Un año y tú.

— llevo solo dos días. Bueno, fue un placer verte me voy.

— Oye espera, subiré contigo, solo recogeré un paquete. No me mires así, tenemos cosas de que hablar, así que aún no te subas, por favor.

— Está bien.

Ella lo espero justo al lado del ascensor, fue rápido con lo de su paquete y con una gran sonrisa la ayudo a entrar para subir juntos a su piso. Santiago no dejaba de sonreír y eso estaba empezando a molestar a Penny, quien no disimulaba su desagrado.

— Oye, me estás asustando con esa cara.

— ¡Oh!, lo siento es que aún no me creo que seamos vecinos. Cómo después de nuestra cita no volviste a contactarme.

—¿Cita?. Mira, creo que recuerdo que tú me dijiste que arreglarías el malentendido, pero eso nunca ocurrió.

— En cuanto a eso no pude me asusté al escuchar sobre el temperamento de tu madre, me recomendaron dejar las aguas quietas.

— Eres un idiota.

— Oye, hace mucho que no me lo dicen en mi cara. Perdóname, sí, además, ¿cómo saliste de sus garras?.

— No gracias a ti, llegamos así que buenas noches.

— No te vayas, podemos seguir charlando.

— Lo siento, estoy muy cansada.

— Está bien, que descanses.

— Igualmente.