Voluntades Inquebrantables

Mis pensamientos aún estaban nublados, sabía que era lunes, y, sin embargo, no quería levantarme.

Detestaba los lunes de por sí. Es un martirio levantarse temprano.

Lo bueno es que es la última semana en la academia, y la verdad, no quiero asistir.

Mientras trataba de imaginar mis palabras en el aire de mis pensamientos, escuché la puerta de mi habitación abrirse de golpe.

Solté un suspiro que llevaba años de pereza.

– ¿Por qué siempre entras sin tocar? –. Pregunté con desgana.

Escuché las cortinas correrse, y una tenue luz comenzó a filtrarse por mis cobijas.

– ¿Es qué acaso no piensas asistir a la academia, Valian? –. Preguntó mi hermana Amara.

"Sinceramente no quiero ir, pero mis padres pagan una buena suma de dinero para que asista a esa prestigiosa academia, y sería desastroso que un hijo de un familiar, tan prestigiosa no asista a la academia."

– Iré, pero ya déjame tranquilo –.

– No hagas esperar al chófer, el también tiene que asistir a mis padres, así que, mueve el trasero –. Exhortó mi hermana.

Solo saqué la mano derecha de mis cobijas e hice un pulgar arriba, en señal de afirmación.

No escuche nada más de su boca, aparte de un chasquido de lengua; solo el caminar de sus pasos hacía el pasillo.

Solté un profundo suspiro de resignación, me froté la cara, y luego pateé las cobijas para proceder a levantarme.

Tuve que entrecerrar los ojos, hasta acostumbrar mi ojos a la luz dorada de la mañana, que iluminaba toda mi habitación, dejando a la vista un descomunal desorden.

Mi habitación estaba repleta de libros regados por todo lados, unos abiertos con mis escritos de estudio; otros cerrados con bolígrafos encima.

– Cierto, ayer me desvelé estudiando la teoría de la voluntad –.

Todo para nada.

– Mejor me apresuro, no quiero escuchar el sermón del chófer hasta la academia –. Después de todo, eso sería otro martirio.

Mientras viajaba junto al chófer, Brocker; aunque todos lo conocen por Brock. No pude dejar de ver las bellas aves que volaban por el firmamento, eran coloridas, y viajaban en forma de triangulo; eran patos.

– Brock, creo que se acerca el invierno, los patos andan migrando –.

Brock solo se limitó a levantar los hombros, ni siquiera miró por el retrovisor.

"Apesta saber que ni si quiera mi chófer me respeta."

Dejando de lado su comportamiento irreverente, presté atención a las espléndidas calles pavimentadas y limpias. Solo aquellos con cierta cantidad económica, podían darse el lujo de vivir y pisar estas calles. Los imponentes edificios se alzaban como gigantes, haciendo sombra, a la luz del sol. Hecho, ya estábamos en la ciudad principal, que también es la capital, además de ser la zona donde las familias más adineradas podían vivir y estudiar.

Las personas que veía pasar estaban bien vestidas de pies a cabeza; unos vestían ropa formal; otros con ropa deportiva de marcas; y las mujeres con sus finos vestidos, a juego con sus bolsos.

Ver tanta opulencia me producían ganas de arrancarles sus trajes con corbatas y despedazarlas.

– Joven Valian, deje de sacar tanto los ojos, y revise que este bien arreglado, llegaremos en un minuto –. Advirtió Brock con un tono bastante burlón.

Sin molestarme en responder comencé a arreglarme, después de todo hay que cuidar las apariencias.

No importaba cuántas veces viera la gloria de la academia, esta no dejaba de impresionarme. Sus enormes murallas talladas en mármol blanco, se alzaban como pequeñas colinas en defensa; también para aparentar prestigio. Los rosales exuberantes que anidaban alrededor de las murallas, le daban un toque medieval. Las imponentes puertas de una aleación tan fuerte y oscura como el onix, se alzaban en protección contra desastres naturales. Las estatuas de guerreros arrodillados frente a frente, y con sus brazos descubiertos dejando ver la fina mano de obra tallado en marfil, sosteniendo ambos un enorme sol dorado; símbolo de nuestro reino. Me daban una sensación de admiración por los escultores.

– Sin duda alguna, esto costo millones de solaris amarillos –.

Y antes de seguir apreciando la obra de arte ante mis ojos, Brock tocó el claxón del automóvil y dijo sin más miramientos: – Recuerde no deshonrar el apellido... señorito –. Lo expresó con un tono tan sarcástico, tanto así, que sus dientes blancos se mostraron cuando levantó una pequeña sonrisa burlona.

– Piérdete Brock –. "Ojalá le pase algo".

El chófer se fue haciendo rugir el potente motor del automóvil, dejando solo el humo de las llantas quemadas en el suelo.

Solté un pequeño suspiro cansado y luego volví a caminar hacia las puertas de la academia.

Mis pensamientos volaban a mis escritos, recordando sobre la teoría y la creación de los núcleos de voluntad. "Según un importante investigador de los laboratorios del continente oriental norte, explica que los núcleos se forman bajo la prominente naturaleza de nuestra voluntad. El investigador Rowellp, explica que nuestra naturaleza humana, nos da el instinto de supervivencia, o el instinto de ser fuertes".

– Mmm... esto me hace doler la cabeza –.

Me agarré la cara con frustración deslizando mis manos por mis cabellos. Fue cuando una mano se posó en mi hombro derecho, de reojo pude ver que era Richard, el segundo hijo del rey. Este chico arrogante, siempre andaba bien vestido, con sus cabellos rubios peinado hacia atrás, con unos cuantos mechones hacia delante, formando un leve flequillo; sus ojos carmín, parecían brillar bajo la luz del día; su tez blanca se lucía con la camisa blanca que contenía intrínsecos bordados desde los hombros, bajando por el pecho hasta la cadera, con un bello sol bordado en hilos dorados; un pantalón negro con bordados dorados en los lados, haciendo juego con sus lustroso zapatos negros de Charolina. Además, llevaba una placa en el lado frontal izquierdo de la camisa, ahí estaba inscrito su nombre y el apellido de su familia. Richard Solaris.

Todos los que pertenecen a una familia real, poseían una placa de plata con sus nombre y apellidos inscritos; también yo poseía esa placa.

Me veía con un deje de superioridad, pero sin llegar a menospreciar.

– ¿Qué tanto piensas, Val? –. Preguntó con curiosidad evidente en sus ojos.

"¿Val?, acaso tendremos tanta amistad como para que me llame Val y no Valian".

– ¿Vas a ayudar con lo que te pedí? ¿o no? –. Pregunté con un tono bastante aburrido.

– Claro, después de todo prometiste que harías lo imposible para que tenga una cita con tu hermana –. Respondió, afirmando mi promesa antigua.

Acordamos la hora y fecha de reunión, y luego el siguió su camino a clases.

Mientras caminaba por los lujosos pasillos de la academia, mirando por las ventanas en forma de sol, podía deslumbrar los colosales rascacielos que se alzaban sobre las murallas de la academia, y aún con todo ese poderío de altura, no podían igualarse a la academia, pues esta, puede albergar una ciudad en sí misma.

Asomé la cara fuera de la ventana, viendo entrar a los demás estudiantes con sus uniformes bien puestos, dirigiéndose al patio estudiantil, que es donde se organizaban en filas para entonar el himno de la nación.

– Mejor me alejo, escuchar eso me va a dar dolor de estómago –.

Bajando por las escaleras, a la planta baja, pude notar que un trío de chicos me seguía sigilosamente. "No... no de nuevo".

Sin mirar atrás eché a correr a toda prisa, queriendo llegar rápido al patio "prefiero entonar el himno; antes de que me dejen oliendo a huevo podrido".

– ¡Quédate donde estas lisiado! –. Grito el que parece líder.

– ¡Dejen de joderme, o se arrepentirán! –. Sin embargo, me alcanzaron.

"Ahora si ya valí".

Fue tan sutíl y casi indetectable, pero pude sentir como el ambiente comenzaba a ponerse más pesado. "Hecho, los desgraciados activaron sus voluntades".

Los tres activaron su voluntad, sus ojos sin brillo, comenzaron a brillar bajo la esencia de su voluntad.

"Rayos, ya he perdido la cuenta. Ojalá esto solo termine con unos huevos". La verdad, no quisiera llegar a la casa oliendo mal, pero bueno, peor es llegar moreteado.

Mientras divagaba en mis pensamientos el chico de cabello oscuro y desordenado habló: – Sabes, esta vez te mandaremos con un bello regalo en el rostro - mis ojos se abrieron como platos - tal vez, una buena marca de por vida –. Sus palabras salían entre risas y cháchara.

"Rayos, este va a ser un largo día".