Dany es un adolescente nerd con una vida común. Lo único que desea en esta vida es lo que todo ser humano normal aspira y estima: paz.
Pero pareciera que nunca la tendría con Marcos dando vueltas: despiado, altivo, arrogante...
Porque Marcos era el típico macho de la escuela que jugaba fútbol. Ese tipo de chico que miraba a las personas como Dany como insectos.
No había manera de escapar de lo que se le venía encima o acaso si podría domar a la bestia.
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Huellas en el Barro
El hoodie de Marcos todavía está en mi mochila. Lo olí ayer siete veces antes de dormirme, como si ese olor a detergente barato y Axe pudiera explicar por qué hizo lo que hizo.
Vale patea mi zapato bajo el escritorio en clase de Literatura.
—¿En qué planeta estás? —susurra.
—En uno donde los bullies tienen crisis existenciales —respondo, garabateando un dragón en mi cuaderno.
Ella sigue mi mirada hacia el fondo del aula. Marcos está inclinado sobre su celular, pero no parece estar viéndolo. Tiene esa arruga entre las cejas que sale cuando está pensando demasiado.
—Ojo, que te vas a quedar bizco —Vale me da un codazo—. ¿En serio te crees lo de ayer?
—No. Quizá. No sé.
El profesor anuncia un trabajo en parejas. Javi inmediatamente gira hacia Marcos, pero él… me mira a mí.
Mi corazón hace una pirueta estúpida.
Me encierro en un cubículo. Respira, Danny. Solo son dos semanas de trabajo. Pero no puedo evitar recordar cómo Marcos dijo "Lárguense" ayer, con esa voz que no admitía discusión.
La puerta del baño se abre. Reconozco los pasos.
—¿Vas a salir o qué? —Es Marcos. Habla como si estuviera haciendo un esfuerzo por no gruñir.
Bajo la puerta del cubículo, veo sus zapatillas manchadas de barro. ¿Por qué sigue buscándome?
—Tengo que entregar el ensayo contigo, López. No es personal.
Abro la puerta. Él está más cerca de lo que esperaba. Lleva el mismo hoodie que me prestó ayer. ¿Lo habrá lavado? ¿Habrá notado que lo olí como un psicópata?
—¿Y tu fan club? —pregunto, señalando hacia afuera.
Marcos se pasa una mano por el pelo corto.
—Javi es un imbécil.
El mundo se detiene. ¿Acaba de insultar a su mejor amigo?
—Entonces… ¿el trabajo? —digo, porque no sé cómo procesar esto.
—Mi casa. Hoy a las cinco. No voy a hacerlo yo solo.
Se va antes de que pueda responder. Cuando salgo, Javi está al final del pasillo, mirándonos con los puños apretados.
**4:50 PM. Frente a la casa de Marcos.**
Es una construcción pequeña con pintura descascarada. Un auto viejo en el jardín. No parece la guarida del rey de la escuela.
Toco el timbre. Una mujer con ojos cansados y el mismo mentón cuadrado que Marcos abre la puerta.
—¿Eres el compañero de clase? Pasa.
El living huele a café y a humedad. Marcos baja las escaleras con una remera blanca que deja ver demasiado su abdomen. Dios odio ser gay a veces.
—Arriba —dice, sin mirarme.
Su cuarto es un caos ordenado: ropa limpia en una silla, posters de fútbol, y en la pared… ¿son boletas por suspensión?
—¿Qué? —se defiende al seguir mi mirada—. Mi viejo cree que los castigos en la pared dan vergüenza.
—¿Funciona?
—No.
Nos sentamos en su cama con los libros entre los dos. Su pierna roza la mía. Él no la mueve.
—¿Por qué me ayudaste ayer? —pregunto de pronto.
Marcos deja el lápiz.
—Porque Javi se pasa.
—Tú te pasas.
Él exhala fuerte.
—¿Quieres el trabajo hecho o no?
Trabajamos en silencio. Cada vez que me inclino para ver su cuaderno, noto que huele a jabón de limón. Nada que ver con el perfume empalagoso que usa en la escuela.
De pronto, su mano tapa la mía para detener mi escritura.
—Esa cita está mal.
Sus dedos son cálidos. Más suaves de lo que imaginaba.
—Ah —es lo único que atino a decir.
Marcos me mira entonces. De verdad me mira. Y hay algo ahí… como si también él estuviera descubriendo algo.
Un portazo abajo nos separa de golpe.
—¡Marcos! —ruge una voz masculina.
Él palidece.
—Es mi viejo. Tienes que irte. ¡Ahora!
Bajo las escaleras corriendo. Al pasar frente a la cocina, veo a un hombre alto derramando whisky en un vaso. Tiene los nudillos llenos de cicatrices.
En la puerta, Marcos me alcanza.
—No vuelvas a venir —dice, pero su voz suena quebrada.
Hoy aprendí tres cosas:
Los monstruos tienen monstruos mayores.Marcos Rojas sabe más de literatura de lo que admite. Nadie me ha tocado así en años… y fue por un maldito ensayo.