Su muerte no es un final, sino un nacimiento. zero despierta en un cuerpo nuevo, en un mundo diferente: un mundo donde la paz y la tranquilidad reinan.
¿pero en realidad será una reencarnación tranquila?
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vivir pt.2
En una pequeña habitación silenciosa, el llanto de un bebé recién nacido se elevó como un eco frágil y desorientado, chocando contra las paredes y colándose entre las rendijas de la madera.
Era un sonido puro, sin malicia, pero con una angustia tan intensa que parecía arrastrar consigo el peso de una historia muy pesada, de un alma cansada que no terminaba de comprender dónde estaba.
El pequeño cuerpo se revolvía entre las mantas suaves.
Su pecho, apenas del tamaño de una fruta, subía y bajaba con cada sollozo entrecortado, como si el mundo le doliera desde el primer aliento.
El aire le quemaba los pulmones, la luz detrás de sus párpados cerrados lo hería, el tacto lo estremecía.
Todo era demasiado.
Un grito más lo sacudió.
—"WAAHH... WAAHH..."
La habitación era cálida, sí, pero no lo suficiente para calmar la presión en su diminuto pecho.
La sensación del frío aire al rozar su piel suave era abrumadora.
Era como si el mundo estuviera demasiado vivo, demasiado presente, y su cuerpecito no pudiera con todo al mismo tiempo.
El bebé era Zero. O, al menos, lo había sido.
Un nombre, una identidad, un pasado… todo eso todavía palpitaba en lo profundo de su conciencia, aferrado como una raíz vieja que se niega a morir.
Pero ese ya no era su nombre.
Ahora tenía otro.
Leo....
Leo...
El nombre nuevo flotaba en el aire era muy desconocido.
Como un guante que aún no calzaba del todo, pero que poco a poco comenzaba a envolverlo.
La confusión no tardó en convertirse en miedo.
Su llanto se hizo más agudo, más desesperado.
No podía ver bien, no podía moverse, no podía hablar.
Todo lo que era, todo lo que había sido, estaba encerrado en un cuerpo diminuto, incapaz de reaccionar como su mente le pedía.
Y sin embargo, en medio de ese llanto, la verdad se volvió imposible de ignorar.
Sí. Había reencarnado.
No era un sueño.
No era una alucinación.
Lo entendía, con esa certeza cruda que sólo se alcanza cuando se ha vivido demasiado.
Ya no estaba en su antiguo mundo.
Ya no era Zero.
Era Leo.
Un bebé recién nacido.
Había vuelto a empezar.
Y eso, lejos de consolarlo, lo hundía más.
Su llanto continuó.
Su cuerpecito se sacudía por el esfuerzo, los músculos débiles se contraen sin fuerza, las manos temblaban sin dirección.
El llanto brotaba como una cascada contenida durante demasiado tiempo.
Sus lágrimas eran saladas y calientes, resbalaban por sus mejillas redondas y palpitantes.
Volver a nacer trajo consigo muchos problemas.
Uno de los más inquietantes era que, cada vez que se quedaba dormido, siempre recordaba algo de su vida anterior.
No importaba cuánto intentara aferrarse a la calma que ahora sentía, el pasado lo alcanzaba en sus sueños.
A veces eran fragmentos vagos: el sonido de la lluvia golpeando contra una ventana rota, el olor metálico de la sangre impregnando el aire, el crujido de escombros bajo sus pies. Otras veces, eran recuerdos tan vívidos que, al despertar, le costaba reconocer el mundo en el que ahora vivía.
En sus sueños, el pasado volvía a envolverlo con un peso realmente insoportable.
No solo veía los recuerdos malos de su vida anterior, sino que también escuchaba esa voz que, si no volvía a oír una vez más, nunca la recordaría del todo.
Era una voz que resonaba en su sueño con una nitidez aterradora.
Una voz que no se atrevía a olvidar, pero con el paso del tiempo le costaba recordar.
Era un eco persistente en su mente, suave, pero firme, como un susurro en la oscuridad.
A veces le hablaba con dulzura, otras con un tono severo que lo hacía estremecer.
Pero la voz seguía allí en su mente.
Era una voz verdaderamente cálida.
Era una voz que acababa de recordar muy claramente.
"Mi pequeño Zero, no tengas miedo, mamá te va a proteger."
Las palabras llegaron a él, acariciando su ser de una manera tan profunda que lo hizo temblar, como si esa voz pudiera sanar todas las heridas, todas las ausencias que sentía en su pecho.
La voz lo envolvía con ternura, como una manta invisible que acariciaba su alma.
Su pecho se apretó con fuerza. "Mamá...".
Esa palabra se sentía extrañamente pesada.
En su vida anterior, no recordaba haberla pronunciado con tanta claridad.
Esa palabra resonaba en lo más profundo de su ser, pero al mismo tiempo, le parecía tan lejana, tan extrañamente familiar y a la vez tan distante.
"WAAAHHHH"
Zero, mientras seguía llorando, no se dio cuenta de que alguien caminaba hacia él.
Tak… Tak…
—"Leo, cariño…" —dijo una voz suave, acariciando el aire.
Leo. Así lo había llamado.
Ya no Zero.
Ya no el sobreviviente del fin del mundo.
Ahora era Leo.
Un bebé… un niño deseado y amado.
¿Acaso realmente lo era?
No sabía qué pensar.
La mujer se acercó, y el bebé sintió su calor antes de sentir sus brazos.
Ella lo levantó con sumo cuidado, lo acunó con manos firmes y dulces, y comenzó a arrullarlo con lentitud.
El movimiento era hipnótico, y aunque su llanto aún se oía, el ritmo de su respiración comenzó a cambiar.
—"Shhh… ya está… mamá está aquí…"
La voz femenina no era la misma que recordaba en sus sueños, pero era parecida.
Lo suficiente para que sus pensamientos desaparecieran aún más.
Su corazón latía con fuerza, agitado, atrapado entre sus dos realidades: el pasado que se negaba a morir, y el presente que aún no entendía.
Aun todavía no había aceptado esto.
Pero su cuerpo no le daba opción.
Estaba cansado.
Tan, tan cansado…
Una fatiga, más allá de lo físico, lo aplastaba. Como si hubiera vivido mil años y ahora todo su peso cayera sobre sus pequeños huesos de recién nacido. Cada respiración era un esfuerzo. Cada sollozo le raspaba la garganta.
Y entonces, justo cuando su cuerpo empezaba a rendirse, lo sintió.
Un calor en la frente.
Leve al principio, como una caricia tibia.
Luego más persistente.
Una fiebre.
Su cuerpecito reaccionaba al estrés y a la batalla silenciosa entre su alma y su pequeño cuerpo.
La mujer —su madre— lo notó de inmediato. Acarició su frente con ternura, murmuró palabras reconfortantes que Leo no entendía, pero cuyo tono lo envolvía como un bálsamo.
—"Todo está bien, mi amor. Solo estás cansado. Mamá está aquí."
Leo no comprendía las palabras, pero sí el tono
Era como escuchar música bajo el agua, distante pero reconfortante.
Cerró los ojos un instante.
La fiebre era extrañamente acogedora.
No ardía como en su vida anterior, cuando las enfermedades significaban la muerte.
No.
Esta fiebre era diferente.
Su cuerpo se relajó un poco más.
La tela del vestido de su madre le rozaba las mejillas.
Su manita temblorosa se aferró torpemente a ella, instintiva, como si supiera que ese contacto lo anclaba a la realidad.
No quería soltarla.
No ahora.
No cuando por primera vez sentía algo parecido a un refugio.
El llanto ya no salía.
Su garganta ardía, sus ojos estaban pesados.
Solo quedaba el murmullo del corazón de su madre latiendo cerca del suyo, como un tambor suave que le decía: estás a salvo, estás aquí, puedes descansar.
La fiebre subió apenas un poco más.
Pero no le importó.
No había peligro.
No había monstruos.
No había alarmas, ni hambre, ni lluvia ácida, ni disparos.
Solo el vaivén lento de los brazos de su madre y su voz arrullándolo en un lenguaje que su alma comprendía aunque su mente no pudiera traducir.
—"Mi pequeño bebé Leo… tienes una gran fuerza."
Las palabras lo abrazaron, y con un último suspiro, se entregó al sueño.
Por primera vez, Leo dejó de resistirse.
Y simplemente… se permitió descansar.
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^^^Editado 2^^^