Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
NovelToon tiene autorización de Kathy Tallarico para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
1. Nunca Tú
El aire frío de la habitación se sentía como una bofetada en mi rostro, cortando mi piel con cada respiro. Las paredes de piedra, oscuras y mohosas, parecían cerrarse a mi alrededor. Me sentía sofocada, atrapada, y no era por las cadenas de plata que mordían mis muñecas. No, el verdadero peso que me aplastaba era la traición, un veneno que se filtraba en cada rincón de mi ser.
El eco de mi propia respiración era lo único que rompía el espeso silencio, un recordatorio constante de mi aislamiento, de la prisión que me habían tendido, más poderosa que cualquier jaula. Yo estaba sola. Sola frente a los dos príncipes que ahora me dominaban.
— De rodillas. — Ordenó Sebastian, su voz resonó como un eco seco en la habitación vacía. No había compasión en su tono, sólo la frialdad de alguien acostumbrado a que sus órdenes fueran obedecidas sin cuestionamiento.
Mi cuerpo reaccionó automáticamente, mis rodillas golpearon el suelo con fuerza. El dolor se extendió por mis piernas, pero lo ignoré. Debía ignorarlo, no tenía otra opción.
— ¡¿Por qué?! — Mi grito desgarró el aire como un animal herido, rompiendo el pesado silencio que se cernía sobre mí. El sonido rebotó en las paredes, multiplicando mi desesperación hasta hacerla insoportable.
El dolor en mi pecho era un puño cerrado, apretando sin piedad, asfixiándome. No era solo rabia, era algo más profundo, algo que me quemaba por dentro, algo que nunca había sentido antes. Era la decepción, la traición en su forma más pura. Lágrimas, calientes y amargas, se desbordaban de mis ojos, pero no hacían nada por aliviar el dolor que retorcía mi corazón.
— ¿Por qué me hacen esto? — mi voz se quebró, en un susurro roto que se perdió en la penumbra. — Creí en ustedes…
Y lo hice. Creí en cada palabra, en cada promesa que me hicieron bajo la luz de la luna. Creí en Marcus, en su silencio cargado de significado, en Sebastián, en su sonrisa que siempre prometía algo más. Me ofrecieron su protección, su fuerza, y yo, estúpida, lo tomé sin dudar. Pero ahora, las cadenas en mis muñecas me mostraban lo que no quería aceptar: todo había sido una mentira.
— Pobre ingenua, — una voz gélida y llena de desprecio rompió el silencio, clavándose en mi pecho como un cuchillo afilado.
Astrid. Su sola presencia llenaba el cuarto de un aire aún más opresivo. Caminaba hacia mí con esa gracia altanera que me repugna, con una sonrisa maliciosa jugando en sus labios, saboreando mi dolor. Todo en ella gritaba poder, superioridad, y odio. Era la elegida, la que todos habían preparado para ser la reina, para ser la Luna de los príncipes, mis compañeros. Sus dedos rozaron mi barbilla, forzandome a levantar la cabeza y mirarla.
— ¿De verdad pensaste que podrías ser su reina? — Su risa era como un cascabel envenenado, resonando en mis oídos mientras apretaba su agarre. — ¿Tú? Una cualquiera, sin linaje. ¿Qué te hizo pensar que podías competir conmigo?
Quise responderle, gritarle, atacarla, pero las palabras se atoraron en mi garganta, ahogadas por la impotencia. Mi mirada, llena de rabia y dolor, se dirigió a Marcus y Sebastián, buscando en sus ojos una chispa de compasión, alguna señal de que todo esto era un malentendido, una cruel broma. Pero no encontré nada. Solo frialdad. Solo el vacío que acompaña a la traición.
Marcus, su mirada que me había transmitido amor puro, ahora era pura indiferencia, la rabia se reflejaba en sus ojos, con su expresión tensa, distante. Como si ni siquiera pudiera soportar mirarme. Y en verdad así era, no soportaba verme.
Sebastián… él ni siquiera se molestaba en ocultarlo. Sus ojos, los mismos que alguna vez me habían mirado con una calidez que pensé real, ahora eran hielo. Era como si ya no hubiera nada que salvar. Como si yo no fuera más que una carga. ¿Cómo podía alguien que alguna vez arriesgó su vida por mí, hacerme esto?
El aire en la habitación se volvió insoportable, como si estuviera siendo aplastada por un peso invisible.
— Ellos nunca te quisieron, — susurró Astrid, cada palabra que salía de su boca estaba impregnada de desprecio. Su aliento frío como hielo chocaba contra mi piel. — Ya te lo había advertido. Ellos solo me quieren a mí. Yo seré su reina. No tú. Nunca tú.
Mis labios temblaron, el sabor de la amargura era tan fuerte que casi podía saborearla. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que iba a estallar en cualquier momento, pero no era miedo lo que me empujaba, era algo muy distinto. Era la verdad que Astrid, con su maldita sonrisa triunfante, pretendía poner frente a mis ojos. Que ellos nunca me quisieron. Ni como su reina, ni como su compañera.
— No... — mi voz salió rota, casi inaudible, pero seguí hablando. Tenía que hacerlo. — No, ustedes...
— Claro que sí, — insistió Astrid, sin dejarme terminar, con un tono afilado, cortante. — Ellos nunca te quisieron. Para ellos, no eres más que una molestia, un objeto con lo que tienen que cargar.
Nada de lo que Astrid dijera, podía lastimarme tanto como las palabras de Sebastián:
— ¿En serio pensaste que merecías ser nuestra reina?
Cada palabra fue una daga que se clavó profundamente en mi alma, pero fue el silencio de Marcus lo que realmente me podía romper. Él no necesitaba hablar para destrozarme. Ya lo había hecho con su indiferencia, con su traición.
Sentí que las lágrimas volvían a caer, pero esta vez no eran lágrimas de derrota. No. Estas lágrimas eran otra cosa. Porque detrás de todo este sufrimiento, detrás de esta traición, había algo que Astrid no sabía.
Mientras Astrid me observaba desde arriba, creyéndose victoriosa, sentí el fuego en mi arder. Una llama creciendo constantemente. El dolor, la humillación, todo eso solo alimentaba mi sed de venganza.
Los príncipes se giraron para irse, siguiendo a Astrid, pero justo antes de cruzar la puerta, Marcus me lanzó una última mirada. Sus ojos, por un breve instante, se suavizaron, y vi algo que hizo que mi corazón se detuviera. Una sonrisa. Apenas un esbozo, pero lo suficiente para hacerme saber que esto recién empezaba.
Este dolor, esta humillación era solo el principio. Sin importar que, yo no iba a caer sin luchar.
Porque este no era mi final. Esto es solo el inició de algo más.