La joven, cuyo corazón había sido destrozado por la crueldad de aquellos que una vez habían sido sus seres queridos, ahora caminaba por un sendero de venganza. Había perdido todo: su hogar, su familia, su inocencia. La amargura y el dolor habían dado paso a una sed de justicia, que la impulsaba a buscar a aquellos que le habían arrebatado todo. Sin embargo, el destino, que parecía tener un plan propio para ella, nuevamente la pondría a prueba. La joven se encontraría cara a cara con su pasado, y debería enfrentar las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. ¿Podría encontrar la fuerza para perdonar y seguir adelante, o la venganza la consumiría por completo? Eso solo el tiempo lo diría.
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capítulo 2
Han pasado décadas desde que partió, ha dejado que el tiempo cure sus heridas, ha oído noticias del rey y su gloria en el trono. Su vida siguió en las guerras, convirtiendose en el mejor guerrero del ejército Occidental.
Pero todo cambió de repente... Las espadas golpean con fuerza.
"Vamos, estás muy lento."
César, su compañero de entrenamiento, sonríe.
"Narón, tengo que hablar contigo."
El general lo esperaba en la carpa.
"Debes partir."
Narón pensó en el Reino de Oriente, enemigo de Occidente.
"¿Enfrentaremos al reino de Oriente al fin?"
El general se acercó.
"No, Narón... El rey está enfermo y debe volver."
Un frío recorrió su espalda.
"¿Volver?"
El general entregó una carta que mencionaba el estado del rey y su solicitud de presencia en el palacio.
"Haz lo correcto, es hora de volver, Príncipe."
Narón recordó sensaciones y recuerdos amargos.
"No tengo opción, tengo que volver."
Ahora es el rey de las guerras, un monstruo creado por ellos mismos.
"Den aviso que preparen el carruaje."
Aprieta la carta y la lanza a la fogata.
"Mañana por la mañana partiré al palacio."
Elizabeth salió de la vieja mansión, junto a Marlene, su única amiga, mientras su padre yacía ebrio e inconsciente. La opresión de su infancia la perseguía, pero la libertad de ese momento la llenaba de esperanza.
La feria del pueblo bullía de vida. Comerciantes de todos lados exhiben sus tesoros. La voz de un hombre resonaba: "¡Damas y caballeros, acérquese!" Marlene la llevó hacia el espectáculo. Un hermoso caballo avellana llamaba la atención, se encontraba a un lado del tablero, y los hombres emocionados charlaban entre sí. "¡Quien pueda apuntar al blanco con esta flecha se llevará este hermoso semental!", gritaba el hombre. Elizabeth se acercó a un puesto de joyas que le llamó la atención.
"¡Son hermosas!", exclamó. El hombre la miró y sonrió, alardeando: "Claro, señorita, vienen de San Carlos, son piedras preciosas y muchas de ellas vienen del otro continente". Un collar de oro con rubíes rojos brillaba en la luz del sol.
Preguntó por su valor, pero no contaba con el dinero. Decidió dejarlo y tomar nuevamente su collar, pero ya no estaba; el comerciante lo había tomado. "¿Qué hace? ¡Devuélamelo, por favor!", le pidió Elizabeth.
Marlene se acercó y escuchó la conversación. El desagradable hombre la miró de manera burlona y dijo arrogante: "¡Vete si no quieres problemas!" Marlene insistió que lo dejara y que se fueran, pero Elizabeth no podía hacerlo; era el collar de su madre, lo único que conservaba de ella.
De repente, un fuerte ruido sorprendió a todos. La gente corrió aterrada, y un caballo se dirigió corriendo hacia su dirección. Marlene gritó: "¡Corre, corre!" Elizabeth se quedó estática, viendo cómo el animal se acercaba.
En ese instante, una tela cubrió su rostro y la envolvió completamente, sujetándola fuertemente y lanzándola al suelo. Un rico aroma golpeó su nariz asustada. Abrió los ojos y se encontró cubierta por un gran torso.
Un cabello dorado como el sol, unos hermosos ojos verdes que la contemplaban, y una voz varonil preguntaron: "¿Se encuentra bien?" Contestó: "Sí, sí". Tomó su mano y la ayudó a ponerse de pie.
"Gracias", dijo. Miró su uniforme y prosiguió: "Oficial". Alrededor, los puestos estaban destrozados, y las personas se reunían para ayudar. "¿Amiga, estás bien?", preguntó Marlene.
"Debo irme, me alegra que estés bien", dijo el oficial. Hizo una leve pausa: "Espero verla de nuevo, señorita". Contestó rápidamente: "Elizabeth, me llamo Elizabeth". Él reveló una agradable sonrisa.
"Un placer, Elizabeth", dijo. Se detuvo un momento, mirándola suavemente a los ojos, y Elizabeth se sintió derretir. "Henry, a su servicio". Elizabeth no podía comprender qué le sucedía.
Marlene aprovechó la situación: "Sabe, oficial, mañana vendremos a la misma hora. Si usted está por aquí, podrían conversar un poco. ¿Qué le parece?" Henry miró a Elizabeth, y ella intentó disimular, pero era notable que quería volver a verlo.
"No es mala idea", dijo. La miró nuevamente, y sus mejillas ardieron. "Las veré aquí entonces". Se despidió, dejando un alboroto de sensaciones. Marlene se apoyó en su hombro mientras lo veían alejarse.
"Te entiendo, es una belleza", sonrió Marlene. Tomó su mano y puso algo en ella; era el collar de su madre. "¿Cómo?", preguntó sorprendida
El reencuentro con su amado está muy próximo