En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Bajo las Olas.
A una semana del décimo cumpleaños de las gemelas, el sol brilla intensamente sobre el Egeo. La familia Fletcher ha organizado una salida de pesca en el lujoso yate de los padres de Dylan, ansiosos por pasar un día especial en alta mar con sus nietas, Marina y Meredith. Las niñas están emocionadas, corriendo por la cubierta mientras su abuelo, Martin, les enseña las cuerdas del arte de la pesca.
—Ven a ver lo que puedo hacer, marina.
—No te acerques a la orilla de la baranda, te puedes caer.
Marina, siempre curiosa y audaz, se inclina demasiado sobre la baranda, mirando la profundidad del océano.
— No te preocupes, si caigo no pasará nada.
—Te caíste hace un año y papá estuvo muy preocupado. Estuvimos seis meses sin venir al mar por tu culpa.
—Solo quiero comprobar algo.
En el despacho del yate, Dylan se encuentra solo. Con una copa de whisky en la mano, mira hacia la oscuridad que habita en su mundo desde hace casi una década. El dolor que siente se hace más fuerte cada año, especialmente en estos días, cuando se acerca el cumpleaños de las gemelas, una fecha que coincide cruelmente con la pérdida de Helena y su propia ceguera.
Dylan toma un trago largo, sintiendo el ardor del licor mientras su mente lo arrastra hacia el pasado. El recuerdo de aquella noche es un peso constante, un tormento del que no logra liberarse. A veces, se pregunta si el destino simplemente le ha jugado una mala pasada, si todo hubiera sido diferente si no hubiera asistido a esa fiesta, si se hubiera quedado en casa con Helena y las gemelas a salvo en su vientre.
—Helena…—murmura, su voz ahogada por la tristeza. Sus dedos tiemblan ligeramente mientras recuerda los últimos momentos en que la había visto. Su mente le devuelve retazos confusos del accidente: el chirrido de los frenos fallando, los gritos de Helena, el impacto y luego la oscuridad. Recuerda la fría sensación del agua inundando el auto y el dolor en sus ojos, como si miles de cristales le quemaran la piel antes de que todo se desvaneciera.
El dolor de saber que no podía ver los rostros de sus hijas, y peor aún, que no podía ver el de Helena en ellas, lo sume en un abismo de tristeza.
—Si tan solo pudiera verlas— piensa, preguntándose cómo serían sus miradas, si tienen los mismos ojos de Helena o la misma sonrisa que alguna vez iluminó su vida.
Dylan termina su copa y se deja caer en el sillón, hundiéndose en el recuerdo de su amada, sin saber que en las profundidades del mar, alguien que lo ha salvado en el pasado está mucho más cerca de lo que puede imaginar, velando por sus hijas desde el lugar más inesperado.
Unos golpes suaves en la puerta sacan a Dylan de sus pensamientos. Es su hermano menor, Aaron, quien entra en el despacho sin esperar respuesta. Al ver la expresión sombría de Dylan, deja escapar un suspiro silencioso y se acerca con paso decidido.
—Dylan, ¿otra vez aquí solo? —pregunta Aaron, alzando una ceja y echando una mirada al vaso de whisky vacío en su mano—. Sabes que es el cumpleaños de las niñas en unos días. No es momento para ahogarse en recuerdos.
Dylan suelta el vaso y se lleva las manos al rostro, frotándose los ojos cerrados. Aaron siempre ha sido directo con él, especialmente en los últimos años, y aunque a veces le molesta, sabe que su hermano está ahí para apoyarlo.
—Es solo… pensar en Helena y en lo que perdimos —murmura Dylan, la voz áspera—. No puedo evitarlo, Aaron.
Aaron asiente, entendiendo el dolor, aunque nunca ha experimentado una pérdida tan profunda como la de Dylan. Sin embargo, sabe que Dylan necesita mantenerse ocupado, y justo en ese momento, una idea cruza su mente.
—Mira, tal vez hablar de negocios te distraiga un poco —comienza, intentando cambiar de tema—. ¿Has pensado en las nuevas técnicas de pesca que he estado investigando? Con la demanda creciente, podríamos hacer algo innovador en la flota. He visto barcos usando redes más grandes y equipo de última tecnología. Seríamos los primeros en implementarlo aquí.
Dylan frunce el ceño, claramente incómodo. La idea de modificar las técnicas tradicionales de pesca no le agrada en lo absoluto, especialmente si puede tener un impacto en el ecosistema. Desde que era joven, ha valorado el respeto por el mar, el mismo respeto que Helena compartía, y no soporta la idea de dañar los fondos marinos.
—¿Redes más grandes? ¿Equipo más agresivo? —responde Dylan con firmeza, sacudiendo la cabeza—. No, Aaron. El mar ya ha sufrido bastante. Sabes lo que pienso al respecto. Las técnicas de pesca intensiva solo destruyen el fondo marino y afectan la vida marina a largo plazo. No puedo estar de acuerdo con algo así, y tú lo sabes.
Aaron suspira, notando la tensión en el rostro de su hermano. Sabe que Dylan tiene un profundo respeto por el mar, pero él ve las cosas desde otro ángulo. Piensa en la expansión de la empresa familiar, en mejorar la producción y en llevar su flota a un nivel superior. Pero, al ver la seriedad en los ojos de Dylan, comprende que esa conversación no llevará a ninguna parte.
—Entiendo, hermano, pero al menos piénsalo. Puede que encontremos una forma de hacerlo sin dañar el ecosistema, quizás con tecnología menos invasiva —dice Aaron, tratando de suavizar el tema. Aunque duda que Dylan cambie de opinión, no quiere insistir y causar más tensión en un momento como este—. Solo quiero que sepas que estoy aquí, no tienes que cargar con todo esto solo.
Dylan asiente, agradecido por la preocupación de su hermano, aunque en su mente la tristeza y la frustración siguen presentes. La idea de que el mar, el mismo que le arrebató a Helena, sufra aún más por decisiones humanas es un pensamiento que lo atormenta. Decidido, se pone de pie y coloca una mano en el hombro de Aaron.
—Gracias, Aaron. Y sé que quieres lo mejor para la empresa, pero también quiero lo mejor para el mar y su equilibrio —murmura, con un leve gesto de despedida—. Ahora, será mejor que volvamos con las gemelas.
Aaron le devuelve una sonrisa leve, entendiendo que, por hoy, no logrará cambiar la opinión de Dylan. Ambos salen del despacho, y mientras caminan hacia la cubierta donde esperan las gemelas, el mar sigue meciéndose en calma, guardando en su interior secretos que Dylan aún no puede comprender.
Cuando Dylan y Aaron llegan a la cubierta del yate, las risas de Marina y Meredith llenan el aire. Las gemelas están jugando, lanzando cuerdas al agua y mirando la superficie con curiosidad, esperando ver alguna criatura.
Marina, siempre un poco más atrevida y aventurera, se inclina demasiado sobre el borde en un intento de ver más allá, y en un instante de distracción, su pie resbala. Un grito ahogado escapa de su garganta mientras cae al agua, desapareciendo bajo la superficie. Meredith y sus abuelos gritan, alarmados, mientras Dylan y Aaron corren hacia el borde, sin poder ver claramente debido a la profundidad del mar.
—¡Ahh!
—¡Hermana!
Un chapoteo rompe la calma mientras la familia grita alarmada.
Bajo el agua, Bellerose, una sirena que vigila la zona, percibe la agitación de las corrientes y el llamado instintivo que la conecta con las gemelas desde hace años. Al ver la pequeña figura que se hunde, su corazón late con fuerza. Sabe que esta niña es Marina, una de las gemelas que rescató años atrás cuando estaba en el vientre de su madre y luego cuando tenían dos años y que, en cierto modo, considera suyas. Sin dudarlo, Bellerose se lanza hacia ella con la velocidad y la gracia de un ser acuático, envolviendo a la niña en sus brazos y llevándola a la superficie sin ser vista.
—« De nuevo...ya van dos veces que la salvo»— piensa, con el corazón latiendo acelerado. Sabe que estas niñas son las mismas que ha rescatado años atrás, las hijas de aquella mujer que se desvaneció en sus brazos.
A medida que Marina empieza a recuperar la conciencia en el agua, siente la seguridad de unos brazos que la sostienen con delicadeza, aunque no logra ver nada en la confusión del momento. Bellerose se asegura de llevarla hasta la escalera del yate y, en silencio, la deja allí, donde Martin rápidamente la toma y la sube a bordo, sin notar la presencia de la sirena.
Una vez a salvo, Marina tose y respira, aturdida, pero alzó la mirada al agua, con la sensación de que algo o alguien la ayudó. Sus ojos, sin embargo, no logran encontrar nada. En su corazón, una inquietud extraña le recuerda aquel primer contacto que tuvo con el mar cuando era una bebé. No está segura de qué ha pasado, pero el recuerdo de una figura lejana y desconocida comienza a latir en su mente.
En el yate, Dylan se arrodilla junto a Marina, envolviéndola en un abrazo desesperado. Aunque no puede verla, sus dedos recorren su rostro, asegurándose de que está a salvo.
—¡Gracias a Dios, Marina! —dice en un susurro, su voz quebrándose—. No sabes lo que pensé en ese momento… no puedo perderte.
Marina lo abraza, con los ojos fijos en el agua, como si algo dentro de ella le pidiera volver a mirar.
—Perdóname papá, no fue mi intención preocuparte.
—Las inscribiré en una clase de natación, porque se que no puedo alejar las del océano por que lo aman. Pero deben saber que es peligroso.
—¡Hermana! Me asustaste un montón.
—Lo siento hermana.
Esa noche, mientras la familia duerme en el yate, Marina tiene un sueño que la lleva de vuelta al agua. Ve una figura femenina, de cabellos ondeantes y mirada dulce, observándola desde el fondo del océano. Su corazón se acelera; en el sueño, se siente conectada con esa misteriosa criatura, que parece protegerla.
.
El amanecer apenas comenzaba a pintar el cielo con tonalidades cálidas y suaves. Marina despertó con una sensación profunda, como si algo invisible la estuviera llamando. Miró a su alrededor, asegurándose de que todos en el yate aún dormían, y, con sigilo, se deslizó de su cama para encontrar a Meredith, su hermana gemela. Ambas siempre habían compartido una conexión única, un lazo tan fuerte que a veces parecían sentir lo mismo al mismo tiempo, sin necesidad de palabras.
Marina encontró a Meredith sentada en un rincón de la cubierta, ya despierta, como si hubiera sentido el mismo impulso. La brisa marina acariciaba sus rostros mientras compartían una manta, observando en silencio el vasto mar que se extendía frente a ellas. Por un momento, ambas se quedaron en calma, solo escuchando el suave susurro de las olas.
Finalmente, Marina rompió el silencio, su voz temblorosa.
—Mere… hay algo que tengo que contarte. Es sobre lo que pasó ayer… cuando caí al agua.
Meredith frunció el ceño, un escalofrío recorriéndole el cuerpo, como si algo extraño estuviera por suceder. La conexión entre ellas era tan fuerte que podía sentir el misterio en la voz de su hermana. Sabía que algo importante se estaba revelando.
—¿Qué pasó, Mari? —preguntó con suavidad, sus grandes ojos reflejando la luz del amanecer—. ¿Por qué siento que hay algo… extraño?
Marina la miró fijamente, su expresión seria y decidida, algo que solo Meredith comprendía. Era el momento de compartir lo inexplicable.
—Creo que… había alguien allí, alguien que me salvó. No era papá ni el abuelo. Era alguien más… —Marina bajó la voz, casi en un susurro—. Era una sirena, Mere.
Meredith la miró fijamente, sorprendida, pero sin duda alguna. Siempre había confiado en las palabras de Marina, sabía que no hablaba a la ligera.
—¿Una sirena? —susurró, casi sin poder creerlo, aunque algo en su interior la hacía sentir que podría ser verdad—. Pero… ¿cómo estás tan segura?
Me encanta tu novela
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