Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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La Trampa del Destino
La noche en Las Vegas era, como siempre, brillosa y llena de personas con una enérgica chispa contagiosa. El placer, el éxtasis y la picardía culposa podían olerse en el aire.
Balbin recorrió la luminosa avenida principal por un rato; el magna que emanaba de cada persona era exquisito. No por nada el distrito cinco era uno de los que más magna recolectaba en todo el mundo.
La magnificencia de un sector repleto de placeres más allá del físico era un espectáculo digno de admirar; los ojos color miel brillaron en su tono ámbar. Cuanto más cerca estuviera de este lugar, más suyo lo sentía, más personal. Más importante, para Balbin no había nada más que su misión y meta: lograr cumplirla, sentarse en el trono de esta ciudad.
Su viaje continuó hasta la suite de aquel lujoso, si no es que el más lujoso hotel, con una arquitectura moderna que le hacía recordar a cualquier ostentoso ricachón soberbio dónde gastar su dinero sucio.
Balbin entró como una ráfaga por el ventanal, presenciando la lujosa suite con indicios de una ya lejana fiesta, ya que estaba vacía como se había dictaminado.
Cuando sus pies se posaron en el suelo, una extraña sensación lo invadió, pero ya estaba demasiado entusiasmado con su última prueba, que yacía durmiendo boca abajo en aquella gran cama circular. Los muebles y alrededor, como las sábanas de calidad, eran de color negro. Tal y como se espera de un lugar así, el espacio estaba realmente bien ambientado para lo más pecaminoso que se puede hacer en las habituales noches de Las Vegas.
El íncubo se acercó y un escalofrío recorrió el cuerpo del humano, más aún cuando la traslúcida mano le movió los mechones negros para mirarlo un poco más. Era pálido, con el cabello ondulado y sus facciones, ¡como el condenado demonio, bellísimo! Cejas no muy pobladas, rectas y oscuras; pestañas arqueadas, nariz puntiaguda y labios que tentaban a cualquiera. Balbin no podía sentirse mejor; no podrían haber elegido a un joven más perfecto para finalizar su prueba.
Volvió a mirar la desnuda espalda y los firmes glúteos cubiertos por las sábanas de seda negra brillante. El íncubo se enderezó para sacudir la mano y ver una aureola aparecer en su muñeca derecha, la cual rápidamente se multiplicó para aferrarse a la muñeca del humano, quien se removió un poco.
Ambos brazaletes brillaron, volviéndose de un material oscuro y sólido.
Ya fijados en las muñecas de ambos, en cuestión de segundos, el brazalete de Balbin comenzó a desplegar energía, la cual materializó el cuerpo del íncubo. Las manos, antes espectrales, se volvían sólidas, la brumosa bata desapareció, dejando a descubierto la piel clara y suave, los brazos, el cuello, los glúteos y el cabello rubio que caía tan suave, lleno de vida. Un cuerpo hermoso.
Balbin tomó otra bocanada de aire y exhaló, terminando de ajustar su caparazón, ya físicamente materializado. En efecto, estaba listo para su última pasantía.
Se incorporó hasta el oído del humano.
—Bien hecho, Agustín —susurró y lamió el lóbulo de aquella oreja. Las cálidas manos de Balbin viajaron suavemente por la espalda de Agustín, quien comenzó a respirar más rápido.
El íncubo no tardó en subirse a la cama, y voltearlo, quedando sorprendido no solo por el peso, sino también por lo espectacularmente hermoso que era el torso atlético y estirado de su víctima.
Balbin se juró que, de querer hacer una réplica, hasta los mejores armeros, creadores de caparazones, del infierno podrían tardar milenios en intentar crear un caparazón tan detalladamente espectacular.
El deseo ardiente de poseerlo comenzó a invadirlo. Se sorprendió un poco por su estado, entendía que el entusiasmo por pasar la prueba era bueno, pero debía mantenerse enfocado. Suspiró y se lo repitió justo cuando Agustín abrió muy despacio los ojos, mostrando sus pupilas azules brillantes.
Era la parte más importante de la prueba: lograr disipar el pánico, usar "Sugestión", algo que un íncubo de su nivel lograba fácilmente. El poder de influenciar los deseos más reprimidos era, quizás, el estado natural más puro de un íncubo.
Balbin sonrió y procedió. Ahora, este humano solo vería a quien más deseaba.
—Agustín, tranquilo, estoy aquí para hacerte sentir bien —habló, hipnotizando con su voz sensual. Se acercó para besar suave y pausadamente el cuello, bajando hasta el pecho y abdomen.
—Tranquilo... Balbin se retiró un poco y tanteó aquel falo, logrando agitar más el pecho del joven. Cuando él le bajó y quitó el bóxer, tragó seco, alzó una ceja, y le dieron ganas de hacerle unos ajustes a su caparazón. Esa cosa era impresionante.
Balbin sintió el peso de aquellos ojos azules y sonrió con picardía.
—¿Eres afortunado, no? —se burló, volvió a sostener las mejillas de Agustín y le abrió la boca para pasar su lengua por todo el paladar. Mientras Agustín intentaba enfocar aquel rostro y escuchar más de cerca la lejana voz que lo estaba poniendo ansioso. Este sueño mojado era extraño; jamás había estado con un hombre, pero por alguna razón no pretendía despertar.
Balbin continuó besando suavemente los labios mientras le acariciaba los muslos, Agustin dejó salir una queja, y a su vez, la firmeza debajo era una clara señal.
—¿Quieres... que... continuemos? —cuestionó entre susurros, besando y lamiendo cada rincón del cuello. Mientras el exaltado humano apretaba los dientes con una clara necesidad de liberar esa tensión insoportable.
Balbin sonrió con entusiasmo; todavía no hacían nada y el magna que el joven irradiaba era impresionantemente alto. Estaba literalmente llenando el aire de magna, un festín impresionante. Otro escalofrío llegó a su muñeca y Balbin miró el brazalete curioso, hasta que Agustín volvió a mover los ojos buscando al íncubo.
El íncubo acomodó sus rodillas a los lados de él, tomó ambas partes de ambos y comenzó a frotarlas entre sí, tensando sus cuerpos.
Mientras el inmóvil Agustín empezaba a tener una imagen más clara de aquel encima suyo, Balbin tiraba la cabeza hacia atrás y sacudía con más fuerza sus manos. Quizás era por el final de la prueba, pero esta situación lo estimuló muchísimo; se sentía tan bien y exaltado como la primera vez que probó magna.
—¿Dime, Agustín, no se siente realmente bien? —sonrió, agitado por el placer que se plasmó en su cara. Ahora un Agustín realmente consciente quedaba hipnotizado por la belleza del extraño sobre él.
Definitivamente era un hombre, recorrió con los ojos el descubierto cuerpo delgado pero sensual, con músculos armoniosos. No parecía un deportista, pero sí alguien saludable. Las manos de aquel que agarraba lo suyo eran pálidas, con dedos delgados, y por extraño que le pareciera a Agustín, cada rincón de este desconocido le erizaba la piel.
Su voz al llamarlo por su nombre, al preguntar "¿Agustín, qué tan bien se siente?", "¿Te gusta?", "Me fascinas, eres increíblemente hermoso", todas estas palabras estaban despertando el deseo ardiente por escucharlo más y más. Literalmente estaba por hacerlo explotar de impotencia; no podía moverse, pero por cada toque de este hermoso rubio, lo embriagaba de placer y Agustín empezaba a sentir cada vez más real este sueño. Cuando las cálidas manos comenzaron a agitarse con rudeza, la tensión llegó a sus límites y ambos acabaron juntos.
Balbin rió y se llevó aquello a la boca, terminando de sorprender al humano. El íncubo se enderezó y se lamió los dedos, mezclando aquello con saliva.
—¿No pareces una fuente ahora? Eres hermoso —afirmó y se acomodó entre las piernas del desnudo, quien frunció un poco el ceño. Balbin lo notó y volvió a acercarse al cuello de Agustín, lo besó por bastante tiempo hasta llegar a la oreja.
—Relájate, es tu turno de llamarme por mi nombre… —la mano del íncubo viajaba hasta aquel lugar—. Llámame Bal —dijo con la certeza de que Agustín jamás lo vería a él o lo escucharía decir su verdadero nombre. Cuando Bal llegó a apenas rozar aquel escondido orificio, en cuestión de segundos terminó quedando debajo de un agitado y extasiado Agustín.
—Haa... Bien. Ya me preguntaba cuál era tu nombre —dijo al sonreír grande, cosa que estremeció al ahora íncubo lleno de pánico.
quiero ver a Balbín admitir que le gusta Agustin
...necesito terapia.
me embaracé. Siwel cásate conmigo¡!