Corazonada

RILEY

 

 

Anoche no pude descansar para nada bien. Salí de una reunión muy tarde en la noche, ya cuando llegué a la casa, una migraña insoportable apareció y me estuvo atormentando. Sentada en mi escritorio, entró a la oficina Katie. Se veía fatal. Sus párpados lucían inflamados, como si hubiera estado llorando. Las ojeras hablaban por ella misma en que no pudo dormir tampoco nada anoche. Pareciera que su espíritu es el único que está aquí presente. Se detuvo frente a mí escritorio y bajó la cabeza.

—Buenos días, Sra. Brown.

—Ni tan buenos. Pareciera que estoy viendo a un muerto. ¿Qué hay con ese ánimo?

—No tuve una buena noche, pero estoy aquí para darlo todo.

—¿Darlo todo? — arqueé una ceja y levantó la cabeza.

—Quisiera hablar con usted. ¿Tiene algo de tiempo para atenderme?

—Siéntese.

Se sentó en la silla de al frente de mi escritorio y tragó saliva.

—Soy todo oídos.

—Siento mucha pena por lo que estoy a punto de preguntarle, pero necesito hacerlo. Sé que este uniforme me lo compró usted con la mejor intención del mundo, en especial para ayudarme al no tener ropa adecuada para el trabajo y es algo de lo que estoy muy agradecida.

—Continúe.

—¿Es posible cambiar el uniforme por uno más cómodo? ¿Tal vez un pantalón y una camisa sin escote?

Descansé los codos sobre el escritorio y la miré fijamente.

—¿Tiene algo que ver con lo ocurrido ayer?

—No.

—Entonces, ¿por qué está pidiendo eso? Ayer se veía muy contenta y cómoda con el uniforme.

—Mis padres no quieren que lleve este tipo de ropa puesta.

—¿Qué hay con esa ropa? No está mostrando nada. Esa falda le llega más abajo de su rodilla y esa camisa tiene botones que puede ajustar a su gusto.

—¿Puede darme una oportunidad de ponerme la ropa que siempre he utilizado, al menos mientras consigo un uniforme más cómodo?

—Vaya, ya comprendo. A la niña la han regañado sus padres…

—Sí. He sido regañada y no me da pena decirlo.

—Pero sí le da pena ser castigada. Qué cosas, ¿no?

—Esa es otra cosa de la que quieres hablar con usted — me miró de una manera que no me agradó en lo absoluto—. Quiero pedirle encarecidamente que no vuelva a hacerme lo que hizo ayer. No me siento a gusto con ello, y tampoco creo que sea correcto. Es cierto que cometí un error y merecía ser regañada, pero no merezco que me ensucie y me humille de esa forma.

—¿Ensuciarla? — el disgusto en su comentario me nubló los pensamientos—. En primer lugar, no es como que esté muy limpia que digamos. Tal parece que eso de la pureza se lo ha llevado muy al fondo, Srta. Bermúdez. Debe conocer su lugar. Usted es una empleada que ha sido contratada por mí, por lo que su deber es seguir mis órdenes al pie de la letra, pero si no está de acuerdo con ello, entonces no hay nada más de qué hablar. No es quién para decidir sobre qué método utilizo para enderezar a mis empleados. Por otra parte, yo no la obligué a nada, tampoco le amenacé. Usted misma hizo todo y no protestó, por lo que considero que quejarse de ello ahora es una completa estupidez.

—Lo sé. Admito que lo hice, pero no quiero hacerlo más, por favor. Sé que usted es una buena persona, que es justa y comprensiva, por eso mismo se lo ruego, no me haga hacer eso más — juntó sus manos, con lágrimas en los ojos.

Es la primera mujer que se atreve a hacer tal cosa y a mostrar disgusto de mí. Puedo verlo en sus ojos. Tiene pavor, como si estuviera mirando a un monstruo.

—Vaya al departamento de finanzas y dígale al Sr. Kiatt que le muestre la carpeta de informes de los últimos cuatro años. No regrese a esta oficina hasta que los haya organizado por completo.

—¿Informes de finanzas? Disculpe mi necedad e ignorancia, pero ¿es eso algo que debo hacer yo?

—Sí. Lo he decidido en este momento. No importa cuánto le tome, lo quiero para hoy mismo. ¿Qué está esperando para levantarse? ¿Necesita que le guíe al departamento de finanzas?

—No, Sra. Brown. Iré enseguida. Permiso — salió de la oficina y le di un sólido golpe al escritorio.

¿Qué se ha creído esa estúpida para hablarme y mirarme así? Está cogiendo mucho vuelo ese pajarito. Me temo que deberé cortarle las alas.

Durante todo el día, quise mantenerme concentrada en mis asuntos. Estuve prácticamente casi todo el día fuera de la empresa haciendo algunas diligencias y asistí a una reunión con unos socios. Dejé a Scott al pendiente de esa mocosa y ya me había llamado durante la tarde para notificarme que aún estaba haciendo lo que le pedí. Debería ser agradecida, pues no la despedí como se merecía.

Cuando regresé a mi casa, decidí preparar mi mochila y las cosas para ir al gimnasio. Hace exactamente tres meses no había venido y ya me hacía falta liberar el estrés y la molestia que llevo cargando por dentro. Golpeaba el saco con fuerza tras tener sus palabras en mi cabeza. Toda una mosquita muerta la malagradecida esa. Desde el día en que llegó supe que aceptarla en mi empresa iba a resultar siendo un maldito dolor de cabeza. Bueno que pase por terca y no hacerle caso a mi corazonada.

Me detuve a secar el sudor con la toalla y Alana se acercó con una botella de agua.

—Toma.

—Gracias.

—Hace tiempo no te veía por aquí.

—Sí. Hace algo de tiempo no vengo.

—Pensé que te habías cambiado de gimnasio.

—No. Este es el más accesible que tengo.

—¿No vas a levantar pesas hoy? — su mirada coqueta y sus intenciones las pude captar de inmediato.

—¿Por qué levantar pesas, si puedo levantarte a ti?

Una cosa llevó a la otra. Incluso cuando no estoy de ganas, siempre me convencen y termino enredada. Supongo que hay costumbres que no son fáciles de cambiar. Ya cuando había caído en cuenta, ahí estaba con Alana, en la ducha del gimnasio, con su cuerpo totalmente desnudo acribillado contra la pared y el agua recorriendo nuestros cuerpos. En la búsqueda de sentirme bien, de sentir así fuera una simple conexión con ella, presioné su cuello, enterrando mis uñas en el mientras besaba sus labios, pero todo se vio afectado en ese momento. No podía concentrarme, no me sentía caliente, ni siquiera podía ver la misma expresión coqueta por la cual decidí llegar hasta aquí con ella. Su rostro estaba rojo, no podía casi respirar por la presión que ejercía en el y luchaba débilmente por soltarse.

Mi mente se transportó a ese momento con la niña tonta, donde tuve su pequeño y frágil cuello entre mi mano, y su expresión en ese momento la hacía ver tan indefensa. Necesito diversión y algo de motivación, pero esta horrenda mujer no tiene ni una pizca de lo que busco.

—Eres muy aburrida — dejé ir su cuello y la escuché toser sin pausa—. Las mujeres como tú, lo único que saben hacer es hablar, pero a la hora de la verdad, no sirven ni para calentar.

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Comments

rubi salgado

rubi salgado

está desde el primer momento se clavo con su empleada por eso la contrato sabiendo que es una inexperta en el trabajo

2024-12-14

0

mariposa 🦋

mariposa 🦋

de acuerdo desde el primer momento no debió permitirlo de una ers para irse si no le hubiese gustado.... y x otro lado que clase de jefe es eso castigos!!!! a parte si no te gusta a quién empleaste despidelo y ya xq humillarlo de esa manera 🤔🤔🤔

2024-01-07

2

Viviana Bustos Aldana

Viviana Bustos Aldana

Jefecita ella tiene temor de Dios, porque los papás le han infundado que algo asi son cosas del demonio. 🤨🤨

2022-07-06

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