Episode 7

Sola, en la mesa del desayuno, había visto a su alrededor, por debajo de sus pestañas. Alvise, el hermano mayor de Lucrezia, estaba sentado frente a ella. Parecía silencioso y su carrera inescrutable. Parecía como si tuviera una carga muy pesada. Pero bueno, ¿Que Heredero Secreto no lo tenía en estos días? A Ranieri y Tancredi parecía que les caía bien, o al menos hablaban de el con respeto, pero Micol pensaba que tal vez era por qué no tenían otro lado donde ir y nadie más a quien pedirles ayuda más que los Vendramin.

Micol aún podía oler la casa de su familia que se quemaba. Todavía podía ver las flamas afuera de las ventanas mientras corrían. Recordaba a los demonios de la tierra que le agarraron sus tobillos y a Tancredi que les corto sus blancas  manos llenas de barro con garras afiladas; y a los demonios esclavos, los perros con cara de humanos, que los persiguieron todo el camino hasta el escondite que su familia tenía a la orillas del lago. Se quedaron ahí por un día y una noche, escuchando los gruñidos y rasguños del exterior, hasta que los guardabosques de los Vendramin vinieron a ayudarlos. Fue un milagro que lograrán escapar.

_Debes comer algo\, Micol_ dijo Amablemente el ama de casa.

Pero su estómago era un nudo, los delirantes gritos de Ranieri que llegaban de arriba la entristecía.

El palacio era enorme, pero la acústica era extraña. Podías escuchar casi todo desde cualquier parte. Micol se preguntaba si había sido construida así a propósito, para mejorar la seguridad. Ya sabía que los Vendramin eran paranoicos. Aparentemente, había trampas por todo el palacio. Estaban ahí para mantener a los Sarari fuera, pero Micol sospechaba que también tenían otro propósito: mantener a sus hermanos y a ella adentro.

Lo siento, no tengo hambre respondió, empujo el plato y se levantó. Me voy a mi cuarto.

Quería estar sola.

Al sentarse en su suntuosa cama, las lágrimas que había contenido finalmente cayeron. Enterró la cabeza en la fina seda de su vestido, no había traído nada consigo, obviamente, y le habían dado ropa de Lucrezia para que la usará. Nada de pantalones de mezclilla ni playeras vistosas, nada normal, solo vestidos largos que parecían haber surgido de un maligno cuento de hadas.

Micol lloro mucho tiempo, su vergüenza por actuar como débil y vulnerable había sido derrotada por el dolor y el miedo. Ni siquiera había tenido tiempo de llorar por sus padres adecuadamente, pensó mientras un nuevo ataque de sollozos la aquejaba. Apenas estaba enfriándose en sus tumbas cuando todo lo demás fue destituido.

De repente, alguien tocó levemente la puerta.

_¿Sorellina? Soy yo_ dijo una voz. Era Tancredi.

_Pasa contesto Micol con un tono que esperaba fuera lo suficientemente firme.

Sin tener que preocuparse por Micol, Tancredi ya tenía bastante en su mente.

Tenía que ser fuerte. Se secó las lágrimas lo mejor que pudo pero dejo manchas oscuras en las mangas del vestido.

Oye, has estado llorando....

_No\, no es cierto. Me acabo de lavar la cara_ repuso sin convicción.

Tancredi se sentó en la cama, a su lado, y la abrazo. Ella se acurrucó y, contra su voluntad, las lágrimas empezaron a caer de nuevo por sus mejillas.

Ranieri era fuerte, en el que todos se apoyaban. Era valiente y generoso, aunque un poco distante, un poco más como un padre que un hermano. Tancredi, en cambio, era su mejor amigo. Había más de diez años de diferencia entre ellos, pero eran tan cercanos que la diferencia de edad no importaba. El amor que sentía hacia el le apretujaba el corazón. Ranieri estaba tan enfermó; ahora solo quedaban Tancredi y ella, como dos náufragos en medio de un océano hostil.

Está bien, sorellina. Vas a ver. Estaremos bien. Encontraremos ayuda para Ranieri y nos iremos a casa pronto. Te lo prometo.

Micol no le creyó.

 

 

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