Sebastián pasó la noche en vela. Había dado vueltas por la ciudad, fumando sin cesar, tratando de ordenar el caos en su cabeza. Su orgullo herido lo carcomía por dentro, pero algo más lo atormentaba: la imagen de Martina, su recuerdo, la certeza de que ella había sido lo mejor que tuvo y que la había dejado escapar.
El remordimiento era una sensación desconocida para él. Siempre había hecho lo que quería sin importarle a quién lastimaba. Pero ahora, cuando el karma lo había golpeado de la manera más cruel posible, se daba cuenta de su error. ¿Y si Martina aún lo quería? ¿Y si podía recuperar lo que había destruido con su egoísmo?
Al amanecer, con los ojos rojos por la falta de sueño, se dirigió al departamento de Martina. No sabía si aún vivía allí, pero tenía que intentarlo. Al llegar, se quedó de pie frente a la puerta, dudando. ¿Y si ella no quería verlo? ¿Y si ya no sentía nada por él? ¿Y si había alguien más?
Respiró hondo y tocó el timbre. Esperó. Nada. Volvió a tocar. Escuchó pasos al otro lado de la puerta y su corazón se aceleró. Cada segundo de espera se sentía eterno.
La puerta se abrió lentamente, y allí estaba ella. Martina.
Había cambiado. Su cabello estaba un poco más largo, su expresión más serena, sus ojos ya no reflejaban la inocencia de antes, sino una madurez que Sebastián no recordaba en ella. Y lo más impactante: su mirada ya no brillaba al verlo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Martina con voz firme.
Sebastián sintió un nudo en la garganta. Intentó esbozar una sonrisa, pero le salió torcida.
—Tenía que verte —respondió—. Necesito hablar contigo.
Martina cruzó los brazos y apoyó el hombro contra el marco de la puerta. Su expresión era neutral, casi fría. No había rastro de la emoción que solía reflejar cuando lo veía.
—No tenemos nada de qué hablar, Sebastián.
—Sí, sí lo tenemos —insistió él, dando un paso adelante—. Yo… cometí un error. Un error enorme. Dejé ir a la única persona que realmente me quiso.
Martina lo miró en silencio. No había rastro de emoción en su rostro, solo paciencia. Como si estuviera esperando que terminara su discurso para seguir con su día.
—Te engañé, te humillé, te lastimé —continuó Sebastián, desesperado por una reacción—. Y lo pagué caro. Nora me traicionó, me utilizó, me hizo lo mismo que yo te hice a ti. Y me di cuenta de que… de que tú eras lo único verdadero en mi vida. Te extraño, Martina.
Ella suspiró, bajando la mirada por un momento. Cuando volvió a alzarla, había una tristeza en sus ojos, pero también determinación.
—Sebastián, me alegra que te hayas dado cuenta de todo eso —dijo con calma—. Pero llegaste tarde.
El estómago de Sebastián se encogió.
—¿Qué quieres decir con "tarde"?
Martina dudó por un momento y luego abrió un poco más la puerta. Sebastián sintió que el aire abandonaba sus pulmones cuando vio a un hombre en el interior del departamento. Era alto, moreno, con una expresión amable, y tenía su brazo alrededor de la cintura de Martina de manera posesiva, pero natural.
—Te presento a Tomás —dijo Martina con una leve sonrisa—. Mi novio.
Sebastián sintió que el mundo se le venía encima. Su mandíbula se tensó y su pecho ardió con una mezcla de celos y rabia. Pero lo que más le dolió fue darse cuenta de que Martina se veía feliz. Genuinamente feliz.
Tomás le extendió la mano con una sonrisa cordial.
—Sebastián, ¿verdad? Martina me habló de ti —dijo sin rastro de hostilidad, pero con una seguridad que irritó aún más a Sebastián.
Él no respondió. No podía. Su mente estaba atrapada en el hecho de que Martina ya no era suya, que había encontrado a alguien más y que ese hombre la hacía feliz de una manera en la que él nunca pudo.
—Espero que encuentres paz, Sebastián —dijo ella con suavidad—. Pero ya no tengo espacio para ti en mi vida.
Martina cerró la puerta suavemente, sin dramatismo.
Sebastián se quedó allí, de pie, con el alma rota, sabiendo que había perdido lo único que realmente valía la pena.
Con los puños apretados, dio media vuelta y comenzó a caminar sin rumbo fijo. Todo lo que había tenido, todo lo que había dado por sentado, ahora estaba fuera de su alcance. No podía hacer nada. Martina había seguido adelante sin él.
Y por primera vez en su vida, Sebastián se sintió verdaderamente solo.
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