CAPÍTULO III

La luz del sol se filtraba por las cortinas de la habitación cuando Martina abrió los ojos. Por un instante, se sintió desorientada, pero en cuanto sintió el calor del cuerpo de Sebastián junto al suyo, todos los recuerdos de la noche anterior inundaron su mente. Giró la cabeza lentamente y lo vio dormir, su respiración tranquila, su pecho subiendo y bajando de manera pausada. Se veía tan diferente a la versión segura y encantadora de la noche anterior. Ahora parecía vulnerable, casi tierno.

Martina sonrió y se quedó observándolo por unos minutos, hasta que él comenzó a moverse. Sebastián abrió los ojos despacio y al verla, una sonrisa ladina se dibujó en su rostro.

—Buenos días, preciosa —murmuró con voz ronca.

Martina sintió un cosquilleo en el estómago al escucharlo. Se mordió el labio y desvió la mirada, algo avergonzada. No estaba acostumbrada a este tipo de intimidad, pero con Sebastián todo se sentía natural.

—Buenos días —respondió con suavidad.

Él extendió la mano y acarició su mejilla con el dorso de los dedos.

—¿Dormiste bien? —preguntó con una expresión divertida.

—Sí… muy bien —confesó ella, sintiendo cómo su rostro se calentaba.

Sebastián sonrió con satisfacción y, sin previo aviso, la atrajo hacia él, envolviéndola en sus brazos. Martina dejó escapar una risa sorprendida mientras él la aprisionaba con su cuerpo.

—No me mires así —dijo él—, o no me dejarás otra opción más que besarte otra vez.

—¿Y quién dijo que no quiero que me beses? —replicó ella con picardía.

Sebastián alzó una ceja, divertido por su respuesta, y cumplió con su promesa. El beso fue lento, perezoso, como si quisieran prolongar aquel momento para siempre. Pero un ruido en la calle los sacó de su burbuja, recordándoles que el mundo seguía girando afuera de aquella habitación.

—Creo que deberíamos levantarnos —dijo Martina con una risita.

—Mmm… o podemos quedarnos aquí todo el día —propuso Sebastián con un tono sugerente, deslizando su mano por su cintura.

Martina rió y lo apartó juguetonamente.

—Nada de eso. Necesito una ducha y café. Mucho café.

Se levantó y tomó una camisa que tenía cerca, cubriéndose con ella mientras caminaba hacia el baño. Sebastián la observó con una sonrisa satisfecha antes de levantarse también.

Mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo, Martina dejó que sus pensamientos la inundaran. La noche anterior había sido increíble, pero un pensamiento inquietante comenzó a formarse en su mente: no habían usado protección. Su estómago se encogió ante la posibilidad. ¿Cómo había podido ser tan irresponsable? Siempre había sido cuidadosa con esas cosas, pero la pasión del momento la había cegado por completo.

Intentó tranquilizarse. Sabía que un solo encuentro no significaba necesariamente que algo malo pasaría, pero la preocupación ya se había instalado en su pecho. Tal vez debía hablarlo con Sebastián, pero ¿cómo reaccionaría él? No quería parecer exagerada ni arruinar la atmósfera que se había creado entre ellos, pero tampoco podía ignorarlo.

Cuando salió del baño, se encontró con Sebastián en la cocina, sirviendo café. Se veía despreocupado, como si todo estuviera bien, como si no hubiera ninguna consecuencia que afrontar. ¿Debería decirle algo? ¿O simplemente esperar a ver qué pasaba?

Un rato después, ambos estaban sentados en la cocina, compartiendo un desayuno improvisado. Martina notó cómo Sebastián la miraba con intensidad mientras bebía su café. No parecía alguien que acostumbrara a quedarse después de una noche así, y sin embargo, ahí estaba.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, sintiéndose un poco cohibida.

—Nada. Solo pensaba que me gusta estar aquí contigo —respondió él con sinceridad.

Martina sintió que su corazón se aceleraba. No sabía qué significaba eso exactamente, pero no podía evitar sentirse emocionada.

—A mí también me gusta que estés aquí —admitió en voz baja.

Sebastián sonrió y, sin decir más, extendió la mano para tomar la suya. El contacto fue simple, pero significativo. Era el inicio de algo más, algo que ninguno de los dos podía definir aún, pero que ya comenzaba a tomar forma.

Sin embargo, en la mente de Martina, la preocupación seguía latente. ¿Debería mencionarlo o dejarlo pasar? No quería arruinar el momento, pero tampoco podía ignorar la realidad. Lo único que sabía con certeza era que esta relación, fuera lo que fuera, ya estaba empezando a volverse más compleja de lo que imaginaba.

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