El aire estaba cargado de tensión cuando Sebastián revisó su teléfono por décima vez en el día. Había estado notando algo extraño en Nora últimamente: su actitud era más reservada, evitaba mirarlo a los ojos y, lo peor de todo, cada vez que hablaban del bebé, ella esquivaba el tema o cambiaba de conversación. Algo no cuadraba.
Decidido a averiguar la verdad, Sebastián comenzó a husmear. Primero, revisó su teléfono cuando ella se quedó dormida. No encontró nada incriminatorio, pero había llamadas recientes a un número desconocido que se repetía con demasiada frecuencia. Su instinto le decía que siguiera indagando.
Un par de días después, mientras Nora se duchaba, Sebastián tomó su computadora portátil y revisó sus redes sociales, sus correos. Fue entonces cuando encontró un mensaje eliminado recientemente en su bandeja de salida, pero aún recuperable. Al abrirlo, su sangre se heló.
Era un mensaje para Julián:
“Tenemos que hablar. No sé cómo manejar esto, Sebastián está convencido de que el bebé es suyo. No puedo sostener esta mentira por mucho más tiempo.”
La rabia le nubló la vista. Su respiración se aceleró y sintió un nudo de furia en el pecho. Nora lo había engañado. No solo lo había usado, sino que había estado viendo a otro y, lo peor de todo, lo había hecho creer que el bebé era suyo.
Cuando Nora salió del baño, Sebastián estaba sentado en la cama con el teléfono en la mano. Su mirada era fría, letal.
—¿Cuánto tiempo pensabas seguir con esta farsa? —su voz fue baja, pero cargada de veneno.
Nora se congeló al ver la pantalla del teléfono en su mano. Supo en ese instante que todo se había derrumbado.
—Sebastián, yo…
—¡No te atrevas a negarlo! —rugió, levantándose de la cama de golpe—. ¿El bebé ni siquiera es mío, verdad?
Nora tragó saliva. Su mente buscó desesperadamente una salida, pero sabía que no tenía ninguna.
—Yo… No estaba segura…
—¡No estabas segura! —Sebastián soltó una carcajada amarga—. ¡Me hiciste creer que iba a ser padre! ¿Qué clase de basura eres?
El silencio que siguió fue pesado. Nora no tenía palabras. Sebastián la miró con desprecio, sintiendo que el suelo se abría bajo sus pies.
Se sintió estúpido. Manipulado. Usado.
—Bien merecido lo tienes —soltó Nora con una sonrisa burlona—. Esto es karma, Sebastián. Engañaste a Martina conmigo, y ahora yo te engañé a ti. ¿Duele, verdad?
Las palabras de Nora lo golpearon como un balde de agua fría. Su rabia se desbordó y, sin pensarlo, levantó la mano y le dio una fuerte cachetada en el rostro. El sonido seco del golpe resonó en la habitación.
Nora se llevó la mano a la mejilla, mirándolo con una mezcla de sorpresa y furia.
—¡Eres un maldito imbécil! —gritó—. Ahora sí que lo perdiste todo, Sebastián.
Sebastián respiraba agitadamente, sus propios actos comenzaban a pesarle. No dijo una palabra más. Solo la miró con odio puro antes de tomar su chaqueta y dirigirse a la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó Nora con la voz temblorosa.
Sebastián la miró con desprecio.
—A recuperar lo único real que tuve en mi vida. A Martina.
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Mientras caminaba por la ciudad, Sebastián sintió que el aire fresco de la noche golpeaba su rostro, pero su mente estaba nublada por la ira y la desesperación. Había sido un idiota, había dejado ir a la única persona que realmente lo había amado por un capricho, por una mujer que solo lo había usado como un juego.
Se encendió un cigarrillo, inhalando con fuerza mientras intentaba calmarse. Pensó en cómo había tratado a Martina, en cómo la había menospreciado y manipulado. Recordó sus lágrimas, su voz quebrada cuando discutían. Recordó cómo ella se había alejado poco a poco hasta que ya no quedó nada.
Sacó su teléfono y buscó su número. Sus dedos temblaban. Dudó por un momento, pero luego presionó el botón de llamada. El tono de espera se alargó hasta que finalmente la contestadora respondió.
—Hola, soy Martina. Ahora no puedo atenderte, deja tu mensaje después del tono.
Sebastián sintió un vacío en el estómago al escuchar su voz. Era la primera vez en meses que la oía, y le dolió más de lo que esperaba. No dejó mensaje. En su lugar, comenzó a caminar sin rumbo, con un único pensamiento en mente: encontrarla.
Pero lo que Sebastián no sabía era que Martina ya no era la misma. Y que quizá, ya era demasiado tarde para recuperarla.
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