La playa.

Mientras los hombres se divertían jugando sóftbol. Mónica buscaba la soledad bajo un árbol, no entendía qué le hallaban de divertido a ese juego. "Estos adultos", pensó.

A Andrea también le disgustaban estos juegos, no se sentía a gusto y se fue a caminar por la playa. Owen y Silvia se quedaron sentados viendo cómo jugaban los mayores.

¿Te gustaría jugar alguna vez sóftbol, Owen?, preguntó Silvia.

Nunca he jugado eso, pero más me gustaría jugar al fútbol. Dijo Owen con un dejo de nostalgia.

Hablando de otros temas, ¿cómo era tu mamá?, Silvia quería estar enterada de la vida de Owen.

Mi mamá era la mujer más hermosa del mundo y la más cariñosa. Una lágrima salió de los ojos del pequeño.

Lo siento, no quise que recordaras cosas tristes, dijo Silvia un poco apenada.

No te preocupes son cosas que pasan y no podemos evitarlas.

¿Y tú papá?, siguió preguntando ella.

No lo conozco, no sé si vive o no. Owen puso una cara triste. Mi madre casi no me habló de él, solo dijo que lo había querido mucho.

Bueno, espero que estés contento con nosotros. Hablaré con papá, tal vez quiera adoptarte.

¿Tú crees que eso sea posible?

No lo sé, pero, ¿por qué no?, podrías ser nuestro hermano. ¿Te gustaría?

No lo había pensado, pero si me gustaría.

Los gritos de júbilo de los mayores se oían hasta China, se veía que disfrutaban mucho el juego.

Silvia los vio, molesta, yo no sé qué le hallan de interesante a eso.

Opino igual que tú, mi madre nunca me dejó que yo jugara eso, me decía que podía ser peligroso, ya que las pelotas parecen piedras.

Bueno, solo hay que tener cuidado. Ellos están muy divertidos.

Vamos por un helado, al cabo ellos están muy distraídos.

Silvia y Owen entraron en la casa, fueron directo a la nevera. Silvia fue la encargada de repartir los helados.

De chocolate para ti, de vainilla para mí.

Mi papá alguna vez le dijo a mi mamá que le gustaría tener un hijo varón, te digo porque yo los escuché, claro, ellos no saben nada.

¿Espías a tus papás?, preguntó Owen confundido.

Claro que no, los escuché por casualidad.

Muchas veces le pregunté a mi madre por mi papá, pero nunca me quiso hablar de él.

Mientras los chicos platicaban, Andrea se fue a caminar por la playa.

La orilla del mar estaba desierta, en la lejanía un pequeño solitario jugaba con la arena, pero eso era todo.

Andrea anotó algo desde el momento en que llegaron a la reunión. Al ver a todos sus amigos y pseudoamigos, compendio de inmediato que la situación nunca volvería a ser como antes. No solo porque todos los admiraban a ella y a Octavio (¡al diablo con las apariencias!), sino porque él ya no era el simpático, amante y fiel Octavio. Desde el momento en que ella vio a aquel niño, la certidumbre más firme, que siempre marcó la pauta a su vida, había desaparecido. ¡Oh Dios! ¡Qué engreída debo haber sido! En torno nuestro, todos los matrimonios se separaban o las relaciones se debilitaban, y yo consideré siempre nuestro caso como seguro e incondicional. Nosotros éramos diferentes. No habíamos cambiado, no cambiábamos y no cambiaríamos. ¿Habrá sido arrogancia el sentir tal seguridad? ¿Fue en eso en lo que me equivoqué?

Se dirigió en dirección al niño y, para colmo de su desaliento, descubrió que era Owen, en cuclillas, que jugaba con la arena. A un lado de él estaba Silvia, pero a lo lejos no alcanzó a verla porque el niño la tapaba.

Camino con más lentitud. No quería tener que hablar con él y tampoco quería que su hija notara su descontento. Pero desde su posición de ventaja podía observarlos sin ser vista.

:¿Sabes?", pensó. "Tú y yo tenemos mucho en común. Los dos fuimos felices un tiempo".

Y ensombrecida por una nube de melancolía, imaginó una conversación que podrían haber tenido si por vez primera se encontraban allí, en aquella playa desierta.

"¡Hola! ¿Quiénes son los padres de este muchachito?

Mi madre es Lourdes Pichardo, y mi padre, es Octavio Saldaña.

¿De veras? Octavio Saldaña es mi esposo.

¡Ah! ¿Sí?

Eso parece que viene a complicar las cosas, ¿no crees?"

En ese momento el chico levantó la vista, vio a Andrea y agitó la mano en señal de saludo. "sé que no es culpa tuya", pensó ella, haciéndose daño, y devolvió el saludo. "¡Se ve tan triste!"

"¡Pero tampoco es culpa mía! ¡Maldita sea!". Se dio vuelta y siguió caminando por la playa, alejándose de ellos.

.

.

.

La tención iba en aumento, en el marcador había un empate a 12 carreras, y estaban ya jugando entradas extras. Los adultos se derretían de calor pero nadie sufría tanto como Octavio.

Después de un buen rato el juego se había decidido,bDemetrio y su equipo habían ganado esa partida.

;Nadie está ofendido!, gritó Demetrio, dirigiéndose a Octavio, no te hiciste daño, ¿verdad?

No... respondió el aludido, levantándose con calma.

Octavio rechinó los dientes, "ese pequeño canalla". Se sacudió el polvo y el sudor de la manga, y se alejó. ¡Malhaya! Cómo me duelen las espinillas...

¿Te sientes bien papá?, era Silvia que había corrido al encuentro de su padre.

No te preocupes hijita. Lo único que necesito es un poco de agua en las piernas, te veré en un momento.

Mientras los jugadores se precipitaban hacia las cervezas y las coca-colas, Octavio se detuvo, se desató las zapatillas y caminó hacia la playa. Allí, donde se acababa el pasto y empezaba la arena, vio a Owen encaramado en una duna, se mostraba preocupado. Claro, Silvia ya lo había dejado por correr hacia su padre.

¿Te hizo daño, Octavio?, Owen le preguntó.

No, no es nada, no te preocupes.

¿Es permitido hacer lo que hizo?

Sí, yo fui demasiado lento, debí haberlo tocado y hacerme a un lado.

Acarició la cabeza del pequeño y propuso:

¿Quieres mojarte los pies en el mar?

Sí.

Caminaron juntos hasta la orilla. Octavio esperó a que Owen se quitara los zapatos. Luego, ambos entraron al agua, chapoteando. Cuando el agua le llegó a las canillas, Octavio hizo un gesto.

Me gustaría pegarle a ese muchacho, comentó Owen mirando a lo lejos.

Octavio río y pensó para sí: "a mí también me gustaría"

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