¿En qué forma exactamente crees poder ayudarlo?, le consultó.
No sé, pero tal vez si yo fuera allá...
¿A hacer qué?, ¿conoces a alguien que pudiera adoptarlo?, tienes siquiera algún plan?
No, Andrea, no. No sé.
Entonces, ¿qué objeto tiene ir allá?
Él no podía defender aquel primer impulso. A duras penas lograba entenderlo.
Entonces, ella lo dejó estupefacto:
Creo que no hay más que una solución, Octavio, tráelo acá.
Se quedó mirándola con incredulidad.
¿Sabes lo que estás diciendo?
Ella asintió con un movimiento de cabeza.
¿No es esa la verdadera razón por la que me dijiste?
Él no estaba seguro, pero sospechó que Andrea tenía razón, una vez más.
¿Podrás soportarlo?
Ella sonrió con tristeza.
Tengo que hacerlo Octavio, no es generocidad, es defensa propia. Si no dejo que trates de ayudarlo ahora, un día me acusarías de haber permitido que tu... hijo hubiera acabado en un orfanato.
No. Yo no haría eso...
Sí, sí lo harías, por eso actúa ahora, Octavio, antes que yo cambie de opinión.
Él la miró, y lo único que supo decir fue; gracias Andrea.
Así, dejó que su encantadora esposa soslayera la ofensa y la carga que significaba todo aquello, mientras analizaban los pormenores de la visita de aquel hijo que vendría de Estados Unidos. El chico podía unirse a ellos cuando fueran de vacaciones a Cancún.
Pero que sea solo un mes, advirtió ella, ni un día más. Eso debe dar a ese señor Jaime tiempo de sobra para hacer algún arreglo definitivo.
Octavio volvió a mirarla.
¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?
Sí.
Todavía no acababa de creerlo.
¿Qué diremos a las niñas?
¡Ya fabricaremos algo!
¡Gran Dios! ¿Cómo podía ser tan generosa?
¡Eres increíble!, exclamó él.
Ella sacudió la cabeza.
No, Octavio, simplemente tengo ya 39 años.
.
.
.
Dos semanas después, Octavio iba y venía por los corredores del Aeropuerto Internacional de Estados Unidos.
En los tensos y angustiosos días anteriores hubo muchas conversaciones con Jaime, para hacer preparativos y establecer los términos de la visita del chico a México, un mes. Ni un día más. Jaime tendría que aprovechar ese tiempo de gracia para encontrar otra vía que no fuera el orfanato estatal.
Jaime debería decirle a Owen que había sido invitado por viejos amigos de su madre. La idea no era del todo absurda, puesto que Lourdes con toda seguridad debió hablarle de su año de residencia en México.
Por ningún concepto debía Jaime decirle que Octavio Saldaña era su padre.
Por supuesto, Octavio, lo que tú digas, sé que no es fácil para ti, lo entiendo.
¿Lo entendía? Octavio no estaba tan seguro.
.
.
.
Por otro lado, estaba el asunto, nada secundario, de informar a las hijas. Después de una larga agonía, Octavio convocó a una reunión familiar.
Un amigo nuestro ha muerto, empezó Octavio.
¿Quién?, preguntó Silvia preocupada, ¿es la abuelita?
No, no es nadie que ustedes conozcan, es una persona de Estados Unidos, una señora.
¿Una señora norteamericana?, se extrañó Silvia.
Sí, repuso a Octavio.
Entonces, intervino Mónica:
¿Por qué nos lo dices si no la conocemos?
Tenía un hijo, explicó él.
¿De qué edad?, se apresuró a preguntar Mónica.
¡Oh! Más o menos la de Silvia.
¡Ajá!, comentó la menor con emoción.
Mónica apuñaló a su hermana con la mirada, y luego dirigiéndose a Octavio inquirió:
¿Y qué más?
Ese niño es huérfano, interpuso Andrea con un énfasis que solo Octavio pudo apreciar.
¡Qué pena!, se lamentó Silvia con ternura.
Por eso, siguió Octavio, como el chico está solo, nos gustaría invitarlo a pasar con nosotros una breve temporada. Quizá un mes. Cuando estemos en la casa grande de Cancún. Pero eso sí ninguna de ustedes se opone.
¡Qué emoción!, palmoteó Silvia otra vez.
¿Mónica?
Bueno, hay justicia en el mundo.
¿De qué hablas?
Si yo no puedo visitar Estados Unidos, al menos tendría conmigo a un estadounidense para hablar con él de su país.
No tiene más que nueve años, advirtió Octavio, y estará un tanto triste, al menos, al principio.
Bueno, padre, pero sin duda puede hablar.
¡Desde luego!
Lo cual significa que podré oír mejor inglés que el de la señorita Romina, qué "es lo que quería demostrarte", papá.
Tiene mi edad, Mónica, no la tuya, interrumpió Silvia.
Querida respondió Mónica con arrogancia Ni creas que "pasarás con él time of day".
¿El qué?, preguntó Silvia.
Ve a estudiar inglés eres un guiñapo.
Silvia hizo un gesto de desprecio. Algún día se despertaría de su hermana. Y su visitante estadounidense vería quién era quién y prestaría atención a la de corazón más sincero.
Como cosa curiosa ninguna de las dos preguntó por qué el chico tenía que venur de tan lejos, en lugar de quedarse con alguien que viviera un poco más cerca. Pero las niñas de 9 años se sienten abrumadas por la alegría de tener la visita de un chico de su edad. Y las de 12 están ansiosas de tener mundo a través de experiencias internacionales.
Andrea se esforzó para que aquel día transcurriera como si fuese normal.
Su actuación dio bastante buen resultado con las chicas que no parecían advertir nada insólito. Trabajo con frenesí y de hecho terminó el trabajo de revisión de un libro. Por supuesto Octavio veía más allá de esa pantalla de laboriosidad pero no podía hacer nada. No podía decir nada.
Cuanto más se alejaba ella, tanto más impotente se sentía él. Nunca habían estado distantes, como en ese momento. A veces cuando él suspiraba por una sonrisa de ella, estaba aborreciéndose así mismo. Otras veces, detestaba al niño.
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Comments
Ani
que facil es echarle la culpa a la criatura quien no pidio venir al mundo
2024-09-13
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