La chica rubia.

Saldaña, voy a ayudarte.

Por favor, tú no puedes ni contigo mismo...

Tengo un arma secreta, Octavio.

¡Úsala!

No puedo, soy demasiado chaparro.

Octavio alzó la vista. Demetrio había logrado despertar su curiosidad, y se levantó el sofá.

Si te presto mi arma secreta, ¿te lanzas?, ¿te lanzas?, ¿te lanzas?

Octavio volvió a sentarse.

¿Qué cosa es, Demetrio?

¿Vienes, vienes?

Bueno, bueno. De cualquier manera el anochecer ya se echó a perder. Me conseguiré al menos una cerveza gratuita.

Demetrio no discutió. Lo importante era que había convencido a Octavio de que dejara a un lado su acostumbrado retiro y apareciera en el escenario social. Y, ¿por qué no? Con el arma secreta tal vez hasta lograría "tumbar" a una chica.

Me voy a dar una ducha, anunció Octavio, sintiéndose más nervioso a cada momento.

Te diste una después de comer, manito. ¡Muévete!, no contamos más que con una hora. Luego todo el material se lo llevan de nuevo.

¿Me dejas al menos rasurarme?

Octavio, tienes tanto que rasurarte, como un durazno en lata. Ponte encima el arma y vámonos ya a entrarle.

Octavio suspiró, de acuerdo, ¿dónde está?

Los ojos de Demetrio brillaron de excitación.

Está colgada en mi clóset, pero, ¡muévete!

Demetrio se dedicó a dar brincos.

Octavio tomó su saco universitario, se peinó y se lavó la cara. Después de rociarse Stefano por todos lados, volvió al vestíbulo del dormitorio, dónde Demetrio se erguía como un enano colosal sobre la mesa, y sostenía... ¡Una prenda de vestir!

¿Eso es...?, preguntó Octavio frunciendo el ceño.

¿Sabes lo que es esto, Saldaña? ¿Sabes? ¿Sabes?

¡Claro!, ¡una estúpida corbata!

Que significa que quien la lleva ha conquistado una Y universitaria... ¡en fútbol!

¡Pero yo no la he ganado!, protestó Octavio.

Yo sí, contestó Demetrio.

Tú eres el manager, Dem.

¿Lo dice la corbata en alguna parte?, ¿lo dice?, ¿lo dice?

Demetrio, yo soy un enclenque de 67 kg

Pero mides 1.83, Saldaña. Ponte dos o tres suéteres bajo la chaqueta y podría ser un toro. Créemelo, las chicas conocen una corbata de fútbol cuando la ven, y les hace dar un vuelco. Casi son capaces de desnudársele allí mismo.

¡Olvídalo, Demetrio!

¡Vamos Saldaña!, es tu gran oportunidad

Una melodía de Elvis Presley llenaba el ambiente.

La oscuridad de la noche era absoluto y el ruido ensordecedor de la gente hacía vibrar el escenario de madera del comedor donde se encontraban. Los jóvenes cuerpos se "mecían y rodeaban". De uno y otro lado, al son de la música. Multitudes de los sexos opuestos echaban ojeadas al lado contrario, aunque aparentaban indiferencia.

Demetrio, siento que estoy haciendo el papel de idiota.

Son solo tus nervios, Octavio. Todos los jugadores lo sienten antes de cada juego. ¡Qué bárbaro, Octavio!, ¡pareces Hércules!

Estoy asándome dentro de estos suéteres.

¡Vamos, Saldaña! ¡Echa ojo a toda esa ricura!, invitó Demetrio, mientras pasaba revista al populoso escenario. ¡Señor, me muero con tanta belleza¡ si no "tumbamos" esta noche somos unos estúpidos eunucos...

Habla por ti solo, Demetrio.

¡Hey, estoy viendo a mi corazón...!

¿Dónde?

Allá, es aquella chaparrita y graciosa, tengo que ir a "entrarle".

Al decir esto Demetrio arregló por última vez la corbata de su amigo y se alejó a toda prisa.

Ahora, Octavio estaba abandonado a su suerte. Demasiado tímido para quedarse allí, en plena pista de baile, dio uno o dos pasos hacia el lado de las chicas. Sus ojos tropezaron por casualidad con una alta y delgada, de cabellera rubia. "¡Ahí!", pensó Octavio. "¡Como quisiera tener las agallas...!".

Pero tres chicos estaban ya haciéndole la corte. "Ni esperanzas, pensó Octavio. Además, estoy en un baño de vapor. Quizá debería volver al cuarto".

¡Saldaña!, le gritó a alguien.

Era uno del trío que cortejaba a la joven.

¿Sí?

¿Qué es eso que traes alrededor de tu escuálido pescuezo?

Con gran horror Octavio advirtió que la voz era del monumental Roy Gutiérrez, capitán del invicto equipo de fútbol.

¿Dónde conseguiste esa corbata?, volvió a gritar, y dirigiéndose a la chica en cuestión, explicó: No deberías traer la apuesta.

¿Por qué no?, preguntó ella y luego a Octavio: ¿Qué significa?

No significa gran cosa, contestó sonriente.

"¡Dios mío, qué linda!", es pensó.

Es del equipo de fútbol, ¿acaso no sabes lo que significa?, dijo Roy.

¿Eso qué importancia tiene?, insistió Octavio.

La chica rubia rió, y eso enfureció al capitán del equipo.

¡Saldaña!, si no fueras tan "delicado pastel", te haría pedazos por ese alarde de ingenio.

Roy, intervino uno de sus esbirros, se trata solo de una broma del tipo este. No dejes que te ponga en ridículo con su majadería.

Tienes razón, refunfuñó Roy, y dirigiéndose a Octavio añadió: Pero, por lo menos quítate esa corbata, Saldaña.

Octavio sintió que ese era un imperativo en el que Roy no cedería por ningún concepto. Bañado en sudor, deshizo el nudo y entregó la prenda.

Nos veremos Roy...

A toda prisa, Octavio emprendió la retirada, pero alcanzó a decir a la encantadora chica rubia, testigo de su espectáculo de terror:

Gusto en haberla conocido.

.

.

.

En el momento en que Octavio se encontró en el guardarropa, se arrancó los suéteres que traía encima. "Gracias, Demetrio, por esta mortificación. Con toda seguridad, Gutiérrez nunca olvidará el incidente... ¡Y tú no volverás a ver tu maldita corbata!". Mientras se quitaba el primero de los suéteres, alcanzó a oír una voz suave:

Disculpe...

Todavía con el suéter en la cabeza, se dio vuelta para ver de qué se trataba, ¡era la chica rubia!

¡Dígame!, dijo él un poco apenado.

Octavio estaba demasiado sorprendido para sentirse nervioso, arrojó el suéter a un lado.

Usted olvidó algo...

Al decir eso, extendió la mano izquierda y le presentó la corbata de fútbol.

Gracias. Me imagino la cara de tonto que tendría con esa corbata al cuello.

No, corrigió ella, creo que era los suéteres los que lo hacía lucir algo raro.

¡Ah, vaya! Es que... estoy apenas saliendo de un resfriado.

¡Ah!, exclamó ella, tal vez dándole crédito, y..., ¿por qué se retiró?

Me siento sumamente incómodo el medio de muchedumbres.

Yo también.

Usted se veía muy a gusto, insinuó Octavio.

¿De veras? Yo me sentía como pez fuera del agua.

Bueno, es que estás "mezcladoras" son así.

Sí, ya lo sé.

Entonces, ¿por qué vino?

¡Qué pregunta más necia!, Octavio se arrepintió inmediatamente de haberla formulado.

Estaba sintiéndome neurótica allá, encerrada en mi cuarto, respondió. Además, ¿sabe lo deprimente que es tratar de estudiar en sábado en la noche en una escuela donde no hay más que muchachas?

¡Di algo, Saldaña!, te acaba de hacer una pregunta.

¿Qué le parecería salir a caminar un poco?

¡Oh Dios! Espero que no interprete que quiero seducirla llevándola a mi cuarto...

Es decir... en el patio...

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