¿Van a adoptar al chico?

El coche de Octavio iba lleno al máximo cuando se enfilaron rumbo a la playa Demetrio.

Este señor ha sido mi compañero desde que yo tenía casi tu edad explicó Octavio a Owen, al que contemplaba intermitentemente en el espejo retrovisor.

Es soberanamente aburrido, continuó Mónica, no sabe hablar más que de deportes.

¡Mónica, modérate!, reprendió Octavio, con firmeza.

¿Es un deportista?, preguntó Owen, con incipiente interés.

Demetrio es abogado, volvió a explicar Octavio. Representa a muchas grandes ligas de atletas, béisbol, hockey, fútbol... a veces me ayuda a mí en los supermercados.

¡Fútbol!

Los ojos de Owen, se iluminaron.

La versión norteamericana, completó Mónica en tono desdeñoso. El juego donde se hacen pedazos las cabezas huecas.

Octavio lanzó un suspiro de exasperación.

Al llegar a la señal indicada, que era el de la casa de Demetrio, advirtió de pronto que su mujer no había dicho una palabra en todo el recorrido.

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Andrea lanzó una ojeada al montón de camisetas, trajes de corredor y vestidos de verano, y se preguntó si los amigos a quienes tenía que saludar con sonrisas notarían su infelicidad. Por fortuna, todos parecían preocupados: unos tomando baños de sol, otros lanzando platillos voladores, estos bebiendo, aquellos riendo, los de más allá poniendo carne en el asador y gritando a sus hijos que no arrojaran comida. No era un día idóneo para escrutinios psíquicos. Lo más probable era que Andrea saliera bien del apuro. En el peor caso, pensarían que se trataba de la depresión lunar.

El primero en notar su llegada fue Demetrio. Dio una palmada a su esposa en el hombro y les salió al encuentro.

¡Saldaña! ¿Trajiste tu manopla de catcher?

La dejé en tu garaje desde el verano pasado. ¿Cómo has estado, Demetrio?

Los dos viejos amigos se abrazaron.

Andrea, mujer afortunada, te ves mejor que nunca, aduló la esposa de Demetrio, sonriendo. Es exceso de trabajo o la dieta de moda, ¿eh?

Gracias a Dios, Nancy nunca se daba cuenta de nada. En una ocasión, mientras hablaban por teléfono, le dijo a Andrea que lucía maravillosa.

Al ir acabándose los saludos, la familia Quintero observaron que en el grupo Saldaña había un miembro más. Octavio se apresuró a explicar:

Este chico es Owen, un huésped de Estados Unidos.

Hola, yo soy tu tío Demetrio y esta es tu tía Nancy. Aquel larguirucho que ves allá lanzando golpes, es mi hijo Raúl.

Mucho gusto en conocerlos, saludó Owen a los dos esposos, y extendió la mano a Demetrio.

Es muy simpático susurró Nancy Quintero al oído de Andrea.

¿Juega a la pelota?, preguntó Demetrio a Octavio en tono confidencial.

Está con tanto cansado del vuelo, Demetrio. Además, no creo que el sóftbol sea muy popular en Estados Unidos.

¿Sabes?, explicó Demetrio al visitante en voz alta y lenta. Como ves, todos los años padres e hijos juegan sóftbol; es todo un evento, lo hacemos cada año.

¡Ah! Se limitó a comentar el chico por simple cortesía.

Te encantará, insistió su anfitrión y añadió:

¡Saldaña! ¡Llévate a tu "equipo" a la estación alimentadora! Dale a Owen una hamburguesa al carbón. Después de todo, este puede ser nuestro último año. El departamento de salubridad dice que la cosa esa es cancerígena. Tal vez la siguiente será el helado. Los veré en una hora, más o menos.

¿A dónde vas?

Voy a la casa a ver la tele. Mi equipo favorito va empatado a dos con el otro equipo.

Demetrio entró a toda prisa. Octavio fue en busca de su "equipo" para llevarlo hasta el asador. Pero Mónica ya se las había ingeniado para desaparecer, y Andrea estaba, o parecía estar, refrescada en interesante conversación con Nancy Quintero y el psiquiatra vecino.

Silvia y Owen esperaban, quietos.

Ven papá, invitó la chica tirándole del brazo, vamos a empezar a divertirnos.

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¿Querrás ir algún día al cine, Moni?, preguntó Raúl Quintero.

Me llamo Mónica, y la respuesta es no, no quiero, no salgo con jovenzuelos.

Tengo 14 meses más que tú.

La cronología no tiene importancia.

Te crees muy "pez gordo", Mónica, y no lo eres. Conviene que sepas que hay montones de peces en el mar...

Qué bueno, ve a casarte con uno.

No voy a casarme con nadie, quiero ser jugador profesional.

Me importa un comino, Raúl... ¿En qué clase de deporte?

Estoy tratando de decidir entre béisbol y básquetbol. O tal vez profesional del soccer. Mi padre dice que el Soccer es muy famoso en este tiempo. Yo puedo patear con los dos pies.

Supongo que no al mismo tiempo, comentó Mónica.

¡Qué graciosa!, te pesará cuando me convierta en Súperestrella.

No estés muy seguro de eso, ¡insecto!

Raúl Quintero, que normalmente era pendenciero y estaba dispuesto a devolver un golpe por la apariencia de un insulto, cuando se trataba de Mónica Saldaña tenía la paciencia de un santo. Si la chica no tuviera todo ese malhadado atractivo, Raúl podría curarse de esa penosa debilidad que sentía por ella. O si al menos Mónica fuera capaz de reconocer sus numerosas virtudes atléticas...

Pero tal como estaban las cosas, él sentía celos impetuosos de todo lo que a la niña le llamaba la atención, incluso de objetos inanimados, como los libros. Por eso no fue sorpresa el que en esa ocasión se fijara en la presencia de Owen.

¿Quién es ese chico extranjero?

Vino de fuera, es un visitante.

¿A quién visita?, ¿a ti?

Bueno, digamos que a la familia Saldaña, de la cual yo soy miembro.

¿Dónde están tus padres?

No te importa, es más el chico es huérfano.

¡No me digas! ¿Y ustedes van a adoptarlo?

Esto nunca se le había ocurrido a Mónica.

Lo siento, pero no tengo libertad para contestarte.

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