¿Sabes qué es una parrillada?

"¡Eso me faltaba!", pensó él, "¡ahora sí me va a dar un soponcio!".

Mientras daba a Andrea el masaje sacro-lumbar paseó la mirada por aquel recinto. Solo en ese lugar podía haber una mezcolanza tan heterogénea: un taxista, varios estudiantes, un neurocirujano y un príncipe del África Oriental. Por si fuera poco, había también un viejo excéntrico (debía haber tenido más de 40 años), con una esposa juvenil. Las mujeres compartían el orgullo de su inminente maternidad y el sentimiento de que lucían como danzantes en un ballet elefantino. Los hombres compartían la fraternidad del miedo.

Con excepción del vejete. Su participación era increíble. Incluso se acostó también en el piso para hacer todos los ejercicios con su mujer. Octavio casi sentía celos de su falta total de inhibiciones. Por ningún concepto decepcionaría él a su mujer.

¡Vamos, Octavio! Debías haber visto la situación desde mi ángulo.

Esto fue después de la primera sesión. Estaban engullendo una hamburguesa rápidamente, en un merendero cercano.

Bueno, ¿cuál era la perspectiva desde el suelo?

Yo podía ver cómo miraban desde arriba a sus esposas. ¿Te fijaste en aquel tipo engreído, el del saco de ante? ¿crees que tiene tanta confianza?

¿Tú crees que no?

Te aseguro que ni cree que el niño sea suyo.

¡Estás loca!

Créemelo, miraba su reloj más que a su mujer. Sí la instructora no se lo hubiera prohibido, se habría puesto a fumar.

¿Qué tal lo hice yo?

Octavio hizo la pregunta buscando realmente un apoyo.

¿Cómo puedo juzgarte yo, Octavio?, eres el esposo más adorable en el mundo entero.

Él le planteó le plantó un beso y se llevó condimento en los labios.

.

.

.

Apenas se acababan de mudar a la nueva casa, en el mismo estado de Chihuahua. Tenían ya el mobiliario, pero no habían acomodado ni la mitad de los libros. El primero de enero fue un día azotado por una tormenta helada, sobre todo en las regiones más altas. Octavio observaba a través de la ventana. "Detestaria tener que salir en medio de esto", pensó.

Por supuesto, cinco horas después, iban corriendo por la ruta rumbo al centro de Chihuahua.

Respira con lentitud, querida, y conduce con mucho cuidado, advirtió Octavio.

Yo estoy respirando, Octavio, tú estás conduciendo. Así que tranquilízate.

El conducía, pero no podía calmarse. Para la hora en que llegaron a la sala, los doctores del parto de ella, estaban sincronizadas con los cólicos de él. Andrea apretó la mano de Octavio cuando este se le ofreció para salir del auto.

Todo va a resultar bien, lo calmó ella.

En la sala de partos, él tomó el tiempo de las contracciones y lo anotó. Durante todas ellas le atenazó con fuerza la mano. A veces, él levantaba la vista hacia el reloj, que estaba colgado en la pared del hospital, porque no podía soportar la expresión de dolor de Andrea. ¡Pero era tan valiente!

Octavio, eres un gran asistente, susurró.

Mientras la llevaban en silla de ruedas por el corredor, él le aprisionó la mano dentro de la suya.

Esta es la prolongación del hogar, querida. Ahora estoy seguro de que vamos a salir bien.

Con eso quería decirle que no tenía desmayarse.

Andrea abatió el cuerpo cuando el doctor Salinas le dio órdenes de hacerlo y pronto apareció una cabecita diminuta.

Parpadeando por el resplandor de las luces, Octavio la miró, mitad ya en el mundo, mitad todavía encapsulada en Andrea. "¡Oh, Dios mío!", pensó. "¡Es cierto! ¡Está sucediendo! ¡Nuestro bebé es real!".

¡Felicidades!, exclamó el doctor Salinas, tienen una niña perfecta.

Como desde mucho tiempo antes habían decidido los nombres, Andrea susurró a su marido en medio de lágrimas:

¡Oh, Octavio! ¡Es Mónica!

Se parece a ti, te comentó él, ¡es preciosa!

Octavio besó a la madre de su hija.

*Fin del flashback*

.

.

.

Él solo hizo su cama.

Era Silvia, fascinada, la que al día siguiente rendía informes a su madre.

Está bien, respondió Andrea, mucho menos impresionada que su hija. ¿Quieres decirme qué hay de sorprendente en eso?

Yo iba a hacérsela.

¿En serio?, bueno, eso sí es insólito. A duras penas hace la tuya.

Seguro que la hago...

Sí, bajo coacción.

¿Que es "coacción"?

Bajo presión, aclaró Andrea a modo de definición.

Esta mañana se sentaron a desayunar cinco personas. Andrea luchó para suprimir la ira que sentía.

¿Dormiste bien Owen?, le preguntó.

Sí, gracias, señora Saldaña.

El chico contemplaba con añoranza su taza de chocolate.

¿Todavía tienes hambre?, volvió a preguntar Andrea, ¿te gustaría tomar algo más?

No, gracias, es que...

No te sientas cohibido, invitó a Andrea.

Bueno... en casa tomamos café en la mañana.

¿De veras?, interrumpió Silvia, asombrada de semejante toque de distinción.

Tienes razón, reconoció Andrea, debí haberte preguntado.

Se levantó para servirle un poco. El chico se sintió aliviado y ofreció su vaso de chocolate a cambio.

Hoy vamos a ir a una parrillada, informó Mónica. ¿Sabes qué es, Owen?

Creo que sí.

Es como cocinar al aire libre, completo Silvia.

¡Ah!

El chico parecía intimidado ante la perspectiva.

Sin duda pensaba que tendría que encontrarse con más caras nuevas.

Silvia siguió hablando con entusiasmo:

Habrá hamburguesas, hot dogs y elotes con mantequilla.

Silvia, pareces un anuncio comercial de un lugar de hamburguesas, interpeló Mónica con ironía.

Por esta parte hay muchos puestos de hamburguesas.

En Estados Unidos yo fui a muchos restaurantes de hamburguesas, ya he comido en varios de ellos.

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