Me gustaría que no tuvieras que hacer ese largo viaje de regreso a Chihuahua, sugirió Andrea.
Invítame a quedarme, replicó él.
Nunca hablas con seriedad.
Es en lo que siempre te equivocas señorita Riojas. Nunca había sido tan serio.
Lo que sucedió después se convirtió en tema de discusión de los años venideros. ¿Quién inició aquel primer beso?
Fui yo, sostenía inflexible Andrea.
¡Vamos, Andrea, tú estabas petrificada!
¿Y tú...?
Yo estaba sereno, pero cuando me di cuenta de que esa noche no lograrías cerrar un ojo, decidí poner fin a tu miseria.
Octavio, no te hagas tan gran héroe, te recuerdo muy bien tarareando melodías, tartamudeando, charloteando de tus exámenes, y viendo el reloj cada segundo.
¿Por qué mientes, Andrea?
Y mientras, a mí se me derretía el corazón.
¡Ah!
Por eso me dije, si no lo beso ahora se va a quedar en estado catatónico.
Tú haces parecer ese momento como si fuera cuestión de primeros auxilios.
Bueno soy hija de doctor y cuando encuentro un caso desesperado sé reconocerlo. Además, ya estaba enamorada de ti.
Entonces, ¿por qué diablos no lo dijiste?
Tenía que volvieras a proponerme matrimonio.
¿Y qué habría de malo en ello?
Qué tal vez hubiera aceptado.
.
.
.
Muy bien, Andrea, dímelo todo.
¿De qué hablas?
Del muchacho que estabas besando.
Se llama Octavio.
¿Octavio quién, qué, cómo y desde cuándo?
La inquisadora era Damaris Pérez, amante por correspondencia, con estilo propio, mujer fatal, Ingenio agudo, difusora de noticias y prolija dispensadora de consejos mundanos. Era una verdadera dama de compañía. Además, era dueña de un teléfono privado cuyo uso concedía a determinadas divinidades de la escuela. Andrea había sido de las agraciadas con ese honor, durante los días en que andaba con Iván, admirador suyo desde la secundaria.
(Después él recibió una beca para Francia, y, según el decir de la misma Damaris, había votado a Andrea, "actuando como la rata inmunda que siempre te dije que era").
Bueno, Andrea, estoy muriéndome por oír detalles. Cuéntamelo todo, ¿trató de hacer algo?
No sé a qué te refieres Damaris, insistió en decir la aludida.
Vamos, vamos. No seas gruñona con tu amiga más querida. Luego, añadió: A propósito yo tuve un fantástico fin de semana.
¿Ah, sí?, se interesó Andrea.
De mala gana, Damaris cedió a la presión de su amiga e hizo un relato completo.
Creo que es amor, argumentó, quiero decir que con toda seguridad es pasión. Se llama Ulises, juega al polo y piensa que soy, por todos conceptos, una bomba sexual.
Damaris, no me has...
Sin comentarios, Andrea.
Por el dormitorio se decía que Damaris no era virgen. Además, corría el rumor de que ella misma había iniciado ese chisme.
¿Cómo lo conociste?, preguntó Damaris, cambiando de nuevo el tema, en forma repentina.
El pasado fin de semana en la escuela, en una convivencia, si puedes creerlo.
¡En una convivencia! ¡Santo Dios! Yo no he asistido a una de esas, en años. Aunque de hecho sí conocí a Ulises en una graduación de primer año. ¿Recuerdas a Ulises?
Creo que sí.
Era todo un volcán. Te lo aseguro, Andrea, no tienes idea. A propósito, ¿qué estatura tiene?
¿Quién, Ulises?
No, no. Tu hombre de la escuela, no pude ver qué tan alto era. Estaba inclinado sobre ti, entiéndeme, quiero decir para besarte.
Como Andrea no estaba dispuesta a abastecer el molino de rumores de Damaris con la molienda de la estadísticas vitales de Octavio, contestó con una pregunta:
Es simpático, ¿no crees?
Pero Damaris llevó adelante su investigación:
¿Es sincero, o solo se trata de otra rata con manía sexual?
Es un buen chico, repuso Andrea.
Pero en su interior pensaba: "es bueno, de veras bueno".
Para ese jugador de básquetbol, ¿no lo es?
No se lo he preguntado, Damaris.
Pero, entonces, no entiendo de qué pudieron haber estado hablando...
Cosas...
Fue la respuesta de Andrea, que no quería revelar una sílaba de lo que se habían dicho uno a otro.
¡Oh!, exclamó Damaris, eso parece muy interesante, en fin, eres una mujer afortunada si es basquetbolista. Son los mejores amantes. Al menos eso me han dicho. En realidad, Paco fue hasta cierto punto una decepción.
Andrea no se molestó en preguntar quién era Paco, porque sabía bien que no tardaría en enterarse.
Solo por haber alcanzado la máxima puntuación en el juego, pensó que podía hacerme a mí "todos los puntos" que se le antojara, desde la primera cita. Una rata feroz, de mente inmunda. ¿Recuerdas a Paco?
Sí, la estrella del básquetbol.
Bueno, el hecho es que él creía ser estrella, corrigió Damaris. Tenía más brazos que un pulpo. Me sentí tan ofendida que le dije que no volviera a buscarme. Y, ¿recuerdas lo que hizo después?
¿Qué?
Nunca volvió a buscarme, ni siquiera para disculparse. ¡Rata inmunda y detestable! Pero tu chico de tu escuela se ve muy atractivo. ¿Crees que llegues a...?
"Es cosa que no interesa a tu mente calenturienta", pensó Andrea. Pero como siempre había considerado que las intenciones de Damaris eran buenas en el fondo, se limitó a responderle:
El tiempo lo dirá.
¿Cuándo volverás a verlo?
El próximo fin de semana. Yo iré allá.
¡Ah, vamos!, transigió Damaris, a propósito, ¿tiene algún amigo?
Podría preguntárselo, pero yo entendía que tú no querías saber nada de los que están por graduarse.
Así es, pero esto lo hago por ti, Andrea, necesitas el apoyo de mi experiencia.
Lo que quieres decirme es que no tiene cita para el próximo fin de semana, ¿verdad, Damaris?
Bueno, da la casualidad de que así es. Ulises es demasiado mozalbete para invitarme a las primeras de cambio. Tú puedes usar mi teléfono mañana, si quieres.
Gracias, Damaris.
A decir esto, Andrea bostezó, para dar a su amiga un indicio de lo que se proponía.
Que sueñes con los angelitos sugirió Damaris. Mañana hablaremos.
Por fin logró retirarse y fue a ver a otra compañera, para una encuentro más de corazón a corazón.
Andrea se tendió en la cama boca arriba, y sonrió. "Me pregunto si hablará en serio", pensó.
.
.
.
Gracias por el coche, Demetrio.
¿Lo usaste?
Claro, lo llevé a la escuela donde está Andrea.
Sé bien que fuiste allá en coche, viejito; de lo que estoy hablando es del asiento trasero.
Octavio tenía que satisfacer la curiosidad intelectual de su compañero.
Sí... le di doce vueltas.
¡Mentiras!
¿Me creerías si digo que fueron seis?
Deja de contar cuentos, Saldaña.
Muy bien, Demetrio, la verdad pura es que la besé, una vez.
Ahora sé que estás mintiendo.
Eran más de las tres de la mañana y aquella era la semana de los exámenes semestrales. Pero Octavio se sentó para proporcionar a su amigo unos cuantos detalles genéricos bien escogidos.
Tengo la impresión de que te gusta, Octavio...
Bueno, creo que sí (¡es lo menos que puedo decirte!).
¿Es tan bonita?
¡Claro que lo es, pedazo de animal! Te desmayaría si se dignara a obsequiarte con una mirada de esos verdes ojos. Pero no te daré más detalles. Así pensó Octavio. "Ella tiene esa belleza interior que ningunos ojos pueden ver".
En otras palabras, es hermosa, ¿verdad?
Octavio sonrío.
¿No crees que yo pueda conseguirme una ganadora, Demetrio?
Francamente no, quiero decir que no sé qué podría ver en ti.
No sé, repuso Octavio, con una expresión indescifrable en el rostro.
Se puso de pie y empezó a caminar hacia su recámara.
¿A dónde vas?
¡A dormir!, buenas noches.
Y cerró la puerta.
Ya en su diminuto aposento, Octavio tomó una hoja de papel y escribió:
Andrea: Todas y cada una de mis palabras fueron dichas en serio. Octavio.
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