OCHO

Los profesores parecían sorprendidos por mi respuesta.

—¡Además tiene novio! —exclamó Rosita.

Me gire a mirarla con mucha atención. ¡Eso no era parte del plan!

—¿Tienes novio? —Manuel tenía interés en mi.

—¡No tengo novio! Y no pienso tenerlo ahora!

—¡Es lesbiana! —grito una espectadora.

Dirigí mi mirada a la chica.

—¿Te gustó también? Por qué aún así te rechazaría. ¡No eres mi tipo! —le respondí.

La chica se quedó callada. Todos se rieron. El timbre sonó anunciando que las clases se reanudaban. ¿Qué seguía ahora? Rosi y yo empezamos a caminar para entrar a nuestro salón.

—¡Espera! —me llamo Manuel.

Le di mi atención por algunos instantes.

—¿Puedo invitarte el fin de semana a una fiesta en mi casa?

—Supongo que si. ¿De que es la fiesta?

—Es la despedida de mi hermano. Se irá al otro lado a vivir.

¡Una fiesta de despedida! Eso sonaba muy bien.

—Si. Está bien, me dará gusto ir.

Asintió con una sonrisa. La desilusión se vio disfrazada con unos labios sonrientes.

—Puedes llevar a quien tú quieras.

***

—¿Ustedes también irán a la fiesta? —le pregunté.

Doña Fran estaba soplando a un bracero.

—A mi no me invitaron. Pero a Fernando sí, solo que no quiere ir.

—¿Por qué no quiere ir?

—De por si mi muchacho es un poco antisocial. Nunca le han gustado las fiestas. Dice que son una perdida de tiempo.

¡Que chistoso! Cuando lo invite a la fiesta del abuelo no me dijo nada, ni siquiera se veía aburrido. ¿Fue una perdida de tiempo para él?

—¿Habla enserio? ¡Le pediré que vaya conmigo!

Ella sonrió emocionada.

—¿De verdad le dirás que te acompañe? ¡Gracias hija por ayudarme tanto!

Pero si yo no había hecho tantas cosas por ella y su familia. ¿De verdad había hecho tanto por ellos? Me pareció muy conmovedor el hecho de que en tan poco tiempo doña Fran se convirtió en una amiga para mí.

—¿Sabe dónde está Fernando?

—Esta en el campo detrás de tu casa. Dijo que quería ir a buscarme leña de árbol.

¡Que lindo! Se preocupaba por ayudar a su abuelita. De por sí se podía notar que Fernando tenía un buen corazón.

—Nos vemos en un rato doña Fran. ¡Ire a buscar a su muchacho!

Me despedí de ella y comencé a caminar rumbo a la vereda que estada a un lado de mi casa. Eran las cuatro de la tarde y el sol estaba en todo su apogeo. El pasto estaba muy crecido y había unos perros comiendo el cadáver de un conejo. Con mucho cuidado cruce el alambrado, ahora estaba en el lugar donde Fernando se convirtió en mi modelo aquél día. Los árboles tenían muchas hojas que el viento sacudía de acá para haya. El sonido de una urraca me hizo alzar la vista, me encontraba en medio del bosque y el cielo azul con nubes de algodón me hicieron sonreír. ¡Este lugar era una belleza natural! Llegué hasta el alambrado. La malla era de rombos, con mucho cuidado traspase el alambrado por la gran aventura que la gente había hecho para poder ingresar a esa parte del terreno. La sombra de los árboles se veía muy bien desde aquí abajo, no pude evitar sacar mi celular para tomar algunas fotografías. Seguí avanzando de acuerdo a la vereda, la hierba estaba creciendo muy rápido a causa de las lluvias y los mosquitos abundaban demasiado. Tenía que espantarlos casí todo el tiempo para evitar que me picaran.

Pase cerca del pozo, las ramas de los árboles eran sacudidas de acá para allá a causa del fuerte viento que se había soltado, se producía un sonido como las olas del mar y ví algunos gorriones volar cerca de mí. Aproveche la ocasión para poder grabar algunos vídeos cortos.

—¿Más fotografías? —su voz apareció detrás de un árbol.

Me gire a mirarle, pero no logré encontrarlo. Examine cada parte del bosque con mis ojos. ¡No lo veía!

—Solo unos cuantos videos —dije. Comencé a buscarlo nuevamente, trate de mirar a todos lados pero no lograba encontrarlo—. ¿Dónde estás?

—¿Qué no logras verme?

—No. Creo que aprendiste a esconderte bien después de haber jugado a las escondidas en casa de mi abuelo.

Nos reímos.

—¡Tu abuelo es todo un experto renovando juegos!

—Bueno pues deberías salir ya. Tengo algo que decirte.

Por varios segundos solo escuché el sonido del viento y las ramas de los árboles moviéndose.

—¡Estoy detrás de ti!

Me di la vuelta y pude verlo con un semblante sereno y una sonrisa bastante grata. Vestía unos vaqueros desgastados y una camisa de cuadros. Me acerque a él.

—¿Qué harás está tarde?

Pregunté de forma directa.

Parecía pensar en la repuesta que me daría.

—Tengo algunos pendientes. Hay unos muebles que necesito terminar de pintar.

Mi mirada estaba bien puesta en él. Sonreí.

—¿Me acompañarías a una fiesta?

—¿Una fiesta? —parecía sorprendido.

—¡Si! Vamos a una fiesta.

—¿En donde?

—Aquí en el pueblo. Manuel, un chico de la escuela me invitó, dijo que era una fiesta de despedida para su hermano. ¡Supe que también te invitaron!

Se sorprendió un poco. Su semblante sereno desapareció.

—¿Cómo te enteraste? ¿Andas vigilándome?

Negué con una sonrisa.

—¡Nada de eso! Tú abuelita me dijo que alguien te invito y que tú te negaste a ir. ¿Me equivocó?

—No. Pero bueno yo rechace esa invitación. No sería apropiado que yo fuera a la fiesta porque ya dije que no asistiría.

—Tranquilo. ¡Irás conmigo! Manuel me dijo que podía llevar a quien yo quisiera. ¿Cómo ves? ¿Si me acompañas?

Su mirada resaltaba con el bosque. ¡Café con chocolate!

—¡Casi no me gustan las fiestas!

¿Cómo lo convencería?

—Me dijiste que algún día me enseñarías a bailar cumbia sonidera. ¡Esta sería la ocasión perfecta!

No aparte mi vista ni un segundo. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración. Llevaba el cabello alborotado a causa del viento y se mordía el labio inferior.

—¿A qué hora quieres que nos vayamos?

¡Lo había logrado!

—¿A las siete estará bien?

—Siete treinta.

Asentí.

—¡Me parece bien! Yo no sé dónde viven los anfitriones de la fiesta. ¿Quieres conducir el vochito?

Sus cejas subieron y bajaron como muestra de emoción. Me regaló una sonrisa.

—Tu sabes la respuesta.

Fernando cargaba un montón de leña. Ambos salimos del bosque y caminamos por la vereda. Llegamos enfrente de su casa.

—¡Paso por ti a las siete treinta! —dijo él.

—¡Gracias por aceptar ir conmigo!

Entre a mi casa, prendí la bocina Bluetooth y puse algo de música. Me senté a hacer mi tarea de historia y ciencias. Estaba leyendo un artículo sobre lo fascinantes que son los océanos y como es que los humanos los hemos ido contaminando. Mi celular vibro de repente, era una llamada.

Édgar me estaba llamando.

—¡Hola! ¿Cómo estás?

—¡Buenas tardes Miranda! Todo bien, gracias. ¿A ti como te va?

Deje caer el lapicero de tinta negra sobre mi cuaderno.

—Pues estoy haciendo mi tarea y más tarde iré a una fiesta.

—¿Una fiesta entre semana? ¿De quien?

—Es una despedida. Un compañero de clase me invitó, su hermano se irá a los Estados Unidos a vivir.

—Parece que la gente del lugar en donde vives es muy cálida y amistosa.

—¡Si! De hecho algunos son muy buenos. La abuelita de Fernando se porta muy linda conmigo.

Nos quedamos unos segundos en silencio.

—¡Me alegro por ti! Eres una chica muy dulce y afable.

Sonreí con un poco de rubor. ¿De verdad era alguien afable? Me sentí muy conmovida por él.

—¿Cómo está el abuelo?

—Martinez está muy bien. De hecho puedo verlo más sonriente que antes. Al parecer le dio mucho gusto el que tú pudieras asistir a su aniversario.

No pude evitar pensar en como es que él abuelo me había presentado como su nieta ante mucha gente aparentemente importante.

—Mira, yo te marco porque tú abuelo quiere saber algo importante. El grupo Coryo era lo más valioso que tú abuelo materno tenía. Se que eres consiente de el grupo pertenecía a tu madre, a Sandra. Bueno, el grupo paso a ser tuyo desde el momento en que Sandra falleció. ¡Ahora necesitamos que elijas a alguien capaz de tomar las riendas sobre está gran compañía! El grupo Coryo necesita un nuevo director.

Quedé estupefacta por algunos segundos. ¿Tomar las riendas de una empresa? Yo aún no cumplía la mayoría de edad y ahora mismo me encontraba dividida en varias cosas.

—¿Cómo que debo elegir?

—Miranda, se que esta noticia fue como un balde de agua fría. Probablemente esto te haya dejado en shock.

—La verdad sí. ¡Yo no sé que hacer! Se supone que soy una chica millonaria con grandes responsabilidades. ¿Por qué a mí?

Deje que el escuchará mi suspiro. No es que me asustaran las responsabilidades, me daba miedo tener más posesiones materiales.

—Porque tú eres lo único que queda de esa familia. Fue el deseo de Sandra.

Sandra, la mujer que me adopto como su hija. La que me dio todo en sentido material y no me pudo dar nada en sentido emocional. ¿Ella lo dejo a mi nombre? ¡Que sentido tenía todo esto!

—¿Cuándo tengo que elegir al director?

—Tienes una semana. En una semana habrá una reunión muy importante de inversionistas.

—De acuerdo. Supongo que eso requerirá mi presencia.

—¡Así es! —hizo una pausa breve—. ¿Quieres que vaya por ti?

Realmente mi cabeza daba muchísimas vueltas, mis pensamientos ahora se encontraban en una intranquilidad profunda.

—Yo te escribo si es que necesito que vengas por mí.

—Me parece bien. Recuerda que cualquier cosa que necesites aquí estoy para ti.

Édgar estaba ahí como si él me perteneciera.

—Lo se. Soy muy consiente de ello. ¡Gracias por cuidar de mi!

Podía escuchar su respiración y preferimos quedarnos en silencio un ratito. Me levanté de mi asiento y camine para salir, quería ver los gallineros.

—¿Leíste mi carta?

—Si, la leí varias veces.

—¿Y que te pareció?

Su pregunta necesitaba una respuesta breve y directa. ¿Qué debía decirle? Él se me confesó nuevamente y aquella carta reafirmaba lo que su corazón sentía por mí.

—¿De verdad estás “más” que enamorado de mí?

Me recargue contra el barandal del pórtico.

—Te puedo asegurar que sí. ¿Tú sientes algo por mí?

El viento seguía moviendo las ramas de los árboles, el sol comenzaba a ocultarse.

—Siento un cariño por ti y quizá aún no logro definir que clase de cariño es el que siento cuando estamos juntos.

—Con eso me basta. El saber que me quieres me basta.

El reloj marcaba las siete en punto. Debía arreglarme para la fiesta.

—Me tengo que despedir de ti Édgar.

—¡Cierto! Que te vas a la fiesta.

—Si.

—Diviértete mucho y estamos en contacto.

—Claro, intentaré divertirme. ¡Cuídate mucho por favor!

—Lo haré.

—¡Te mando un abrazo!

—¡Y yo un beso!

Terminamos la llamada.

Regrese a dentro. Acomode mis cuadernos, le subí a la canción y me metí a bañar. Reflection no. 6 de Vansire era una canción que no podía sacar de mi cabeza. Active el modo repetir. ¡Esa canción me hacía sentir muchas cosas!

Salí de la ducha con la toalla enrollada a mi cuerpo. Camine hasta mi clóset y saque un vestido de color rojo. Abrí el cajón de mi ropa interior, elegí unas bragas y un brassier de encaje color blanco. Seque mi cabello y lo cepille suavemente. Me puse el vestido, decidí usar unos tacones de charol negro. Frente al espejo estaba una chica guapa, quise llevar el pelo suelto, remarque mis labios con un labial rojo fresa.

Agradecí mucho que mi vestido tuviera bolsillos. Guarde mi celular, me puse un poco de perfume y escuché el timbre sonar. Cuando abrí, Fernando estaba frente a mí con una sonrisa amplia y muy cálida.

—¡Te ves muy guapa!

—¡Ah muchas gracias! Tu te ves bien, aunque, no vas vestido con ropa formal.

Sus pantalones eran de mezclilla negros, llevaba puesta un camisa ligeramente púrpura.

—Ah es que, las fiestas aquí no suelen ser muy elegantes como las fiestas de la ciudad.

—¿Crees que sería mala idea si me voy vestida así? Digo, me puedo cambiar si tú me esperas.

—No es necesario que te cambies. ¡Todos te van a mirar asombrados!

Sonreí.

—Bueno, entonces. ¡Vámonos!

Subimos al vochito, durante el trayecto nos dio tiempo de escuchar tres canciones. Manuel vivía cerca del centro de San Francisco. Su casa era grande, había muchos autos estacionados cerca de la entrada. La puerta del zaguán estaba abierta y se podía escuchar la música a todo volumen. Fernando apago el motor del vehículo.

—Parece que hay mucha gente. ¿Es cierto que viene todo el pueblo?

—Pues no realmente. Si se invita a casí todo el pueblo porque aquí la mayoría de las personas se conocen, pero también vienen personas de otros lugares.

Me sorprendió un poco.

—¿Y tú conoces al hermano de Manuel?

—Lo ubico. Es más grande que yo por algunos años. Su papá es el presidente de aquí.

—¿De verdad?

—Si. Por eso es que está familia es muy popular por estos rumbos.

—¡Entiendo! Pues ahora es momento de que bajemos al fiestón.

Me reí. Abrí la puerta del vocho y salí. Fernando no tardó en llegar a mi lado. Una pareja entro a la fiesta, la mujer se me quedó mirando con mucha atención.

—¿Me veo bastante formal? De verdad creí que las fiestas eran formales aquí.

—¡Tranquila! Te ves muy linda. Vas a robar muchas miradas pero eso no te debe hacer sentir incómoda. ¡No es tu culpa ser diferente!

Él tenía mucha razón. Decidí tomarle del brazo. Cuando atravesamos el zaguán me sorprendió demasiado ver la gran cantidad de personas. Había muchas mesas y la mayoría estaban ocupadas por más de diez invitados. ¡Muchas miradas se enfocaron en mi! Seguimos avanzando, vi a Rosi haciéndome señas para que me fuera a sentar a su mesa que quedaba en la orilla izquierda.

—¡Hola Rosi! Ya llegué.

—Llegas a tiempo. Apenas nos están dando los tamales. ¡La verdad pensé que ya no ibas a venir!

Rosita estaba sentada frente a mí y Fernando a mi lado derecho. Resultaba ser que Fernando ubicaba a la familia de Rosi, es decir que se conocían.

—Si. Bueno es que no sabía a qué hora empezaría el evento.

—Pues la comida fue a las cuatro de la tarde. Ahorita estamos en la cena, ya son las ocho. El Manuel me vino a preguntar varias veces por ti. ¡Se va a emocionar de verte!

¡Que rápido se pasa el tiempo!

—Supongo que si.

—¿Vinieron caminando?

—No. Fernando condujo hasta aquí.

Mi amiga tenía una sonrisa bastante amplia.

—Que crees que el Juan me saco a bailar tres veces en la primera ronda del baile. ¡Que emoción!

—Me alegro por ti. Parece que vas avanzando muy bien con tu chico.

—¡Eso espero! Ojalá me pida que sea su novia.

Después de un poco de plática, nos pusimos a cenar los tamales. Me comí uno de mole, uno de rajas y dos de dulce. ¡Sabían tan bien estos tamales! En la ciudad no era muy común probarlos tan sabrosos como estos. Fernando repitió tres veces, me sorprendió ver qué le entraba muy duro a la cena.

—¿Quieres más? —le pregunté.

—No. Ya estoy lleno. ¡Comí demasiado!

—¿Verdad que están bien buenos los de mole? —Rosi le pregunto a mi amigo.

—Si. No inventes, me comí cuatro de mole.

Ella sonrió.

—Es que eres hombre. Los hombres de por sí tragan demasiado.

No pude evitar reírme por lo que ella había dicho. Me causaba mucha gracia (en el buen sentido por supuesto), la forma en que ella hablaba. Yo era súper fan del acento de Rosita. En eso empezó a sonar la música una vez más.

—¡Vamos a bailar! —grito ella—. Esta cumbia me encanta.

—¡Lo siento! Yo aún no termino de cenar.

Le hice una seña a Fernando para que invitará a bailar a mi amiga. Él entendió y ambos fueron a la pista de baile. Di un sorbo a mi atole de chocolate cuando sentí su tacto en mi hombro.

—Pensé que no ibas a venir. ¡Me da gusto verte Miranda! Por cierto, te ves muy guapa.

Manuel aprovechó para sentarse a mi lado.

—¡Gracias! Pues verás. Lo que pasa es que yo no sabía a qué hora empezaría la fiesta y la verdad, también se me olvidó preguntarte por la hora en que debía llegar. ¡Pero aquí estoy! La cena estuvo buenísima. ¡Gracias por la invitación!

Sonreí. Manuel traía puesta una camisa de cuadros y un sombrero de terciopelo negro en la cabeza.

—Que bueno que te gustaron los tamales —hizo una pausa, se rasco la barbilla—. ¿Te gustaría bailar conmigo?

Sus ojos me estaban mirando con mucha atención y sus labios parecían temblar suavemente.

—Si, solo que no soy muy buena bailando música sonidera.

Dejo escapar una risita.

—¡Tranquila! Yo tampoco se bailar muy bien que digamos. ¡Se trata de divertirnos!

Asentí. Nos pusimos de pie, me tomó de las manos, y nuestros tactos se mezclaron. Me gustó ver y sentir que Manuel no me guardaba ninguna clase de resentimiento por lo del otro día en la escuela.

—¿Y te gusta vivir aquí? —le pregunté para iniciar una plática con él y conocer algo de su vida.

—Pues si. ¡No me quejo! Creo que es un buen lugar, mis papás son de aquí y está también se ha convertido en mi tierra. ¿Tú de dónde eres? Escuché que venías de lejos.

Sonreí después de haberlo escuchado con atención.

—Pues no soy de tan lejos. Yo vivía en la ciudad, cómo a quince minutos del centro de Puebla. Allí vivía mi familia.

Él pareció sorprenderse.

—Eso explica porque eres muy educada y refinada —su mirada no podía apartarse de mis ojos—. ¿Y por qué decidiste venir aquí a San Francisco?

—Pues verás, mi mamá nació en este lugar. Así que de alguna u otra forma tengo raíces aquí.

Asintió con una sonrisa, parecía interesado en el tema.

—¿Y quién es tú mamá?

—Se llamaba María.

Se puso pensativo de repente, su semblante cambio.

—¿Se llamaba?

No era su culpa el querer saber sobre mí y mi familia. Tampoco era su culpa que yo fuese huérfana.

—Ella murió cuando yo era una bebé. ¡Nunca la conocí!

Sus ojos se llenaron de compasión.

—¡Lo siento! Yo no…

—¡Tranquilo! No es necesario que te disculpes. No fue tu culpa.

¿Por qué las personas siempre solían pedir disculpas cuando se hablaba de seres queridos que habían muerto? ¡La muerte es algo que no se puede evitar en este mundo! Aunque creo que en el futuro esto dejara de causarnos dolor.

—Y bueno. ¿Te gusta este rumbo?

—Si. Me gusta mucho. Se me hace un lugar tranquilo con personas muy respetuosas y cariñosas. ¿A ti te gusta vivir aquí?

—Si. La verdad es que casi nunca he salido de este lugar. Aunque mi papá es el presidente y tiene que viajar constantemente, yo siempre suelo quedarme en casa. ¡Nunca he viajado a otros rumbos!

—¿Y no te gustaría viajar y conocer otros lugares?

Arqueó sus cejas en gesto pensativo.

—Si me gustaría conocer nuevos lugares. ¡Quizá debo dejar que pase el tiempo!

Asentí.

—Entonces. ¿El que se va es tu hermano mayor?

—Si. Se va a estudiar la universidad por esos rumbos. Consiguió una beca, él siempre a soñado con triunfar en el extranjero. ¡Ahora lo estará logrando!

La canción termino en ese momento. Nuestras manos se soltaron. Bailar con Manuel no fue tan difícil. Rosita se había emocionado demasiado por verme con Manuel. Apenas iba llegando a mi asiento cuando Fernando tomo mi mano, volteé a mirarle.

—¿Bailas conmigo?

Su mano era muy suave, parecía terciopelo.

—Si, me encantaría. Nomás me enseñas a bailar sonidero, porque está canción si suena diferente.

Le saque una sonrisa. Manuel se quedó hablando con Rosita.

—Lo primero que vas a hacer y que nunca debes olvidar, es seguir y sentir el ritmo de la canción. Cuando hayas sentido el ritmo entonces habrás logrado sacar los demás pasos. Fíjate en mis pies.

Fernando parecía ser un buen maestro de baile. Nos habíamos tomado de las manos, enfoque mi vista en el movimiento de sus pies. ¡Era todo un profesional! Comencé a copiar sus movimientos, primero de forma suave y luego les metí un poco de velocidad.

—Ahora te daré unas vueltas. ¡Aprendes muy rápido!

Me sentí feliz por su comentario.

—¡Pues es que eres buen maestro!

Sonrió una vez más para mí. Sentí un jalón en la mano y esa era la señal para dar la vuelta. Una. Dos. Nos entrelazamos. Tres. Me hizo girar como trompo. Cuatro. Nos estábamos divirtiendo.

—Viste. No es tan difícil. Todo está en escuchar la música y sentirla.

Asentí. Estaba muy de acuerdo con su comentario.

—¿Quién te enseño a bailar así? —tenia curiosidad.

—Mi abuelita.

—¿Doña Fran?

—Si. A ella le encanta bailar.

—¿Y por qué no la trajiste con nosotros?

La sonrisa de su rostro desapareció hasta convertirse en un línea sin expresión alguna.

—Ella dejo de bailar desde la muerte de mi abuelo.

Un hilo de tristeza colgaba en el alma de Fernando.

—Imagino que ellos dos se querían muchísimo.

—Ellos dos eran la pareja perfecta. Se casaron desde muy jóvenes, tuvieron su familia, construyeron un hogar y literalmente el tiempo los llevo hasta envejecer juntos. Hace cinco años que el abuelo falleció. Cáncer. ¡Ese maldito cáncer!

Su mirada tenia rastros de una lágrima. Decidí poner mi mano sobre su mejilla para que se sintiera reconfortado. Al instante, sus ojos se clavaron en los míos.

—¡Ánimo! Es normal extrañar a nuestros seres queridos, yo a veces imagino a mamá. Ahora tu abuelo ya no está sufriendo y se que tu abuelita se siente tranquila por la vida que ambos construyeron.

Seque su lágrima con el dorso de mi mano.

***

Al regresar a casa después de la fiesta me sorprendió mucho encontrar una nota pegada en la puerta de mi casa. La nota estaba escrita a mano y junto a ella había una fotografía de un atardecer.

"Aunque no esté contigo en este momento, mi pensamiento tiene tu nombre escrito con tinta de amor".

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