Estábamos viajando por la autopista, casi llegábamos a la ciudad. En el radio sonaba Go Solo de Tom Rosenthal en remix. Yo viajaba en el asiento del copiloto, Fernando venía detrás mirando por la ventana con mucha atención y de vez en cuando lo veía sonreír a través del retrovisor. ¡Seguramente se sentía emocionado de estar fuera del pueblo! Édgar conducía, sus manos fuertes se aferraban al volante y de forma variada me miraba de reojo.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Édgar.
—No. Bueno, siento un poco de curiosidad por saber cómo están las cosas por aquí. Pero no diría que estoy nerviosa.
—¿Le avisaste a Emilio?
Fernando empezó a poner atención a nuestra plática.
—No. No he hablado con él desde hace dos meses. Le escribí una carta y recibí una carta suya. ¡Solo eso!
—¿Lo irás a ver?
—¿Tú qué me recomendarías? Se que él está en la universidad y no me gustaría distraerlo de su nueva rutina.
Él asintió. Parecía sonreír.
—Supongo que deberías ir. Después de todo es tu mejor amigo. ¡Y de por sí es un joven muy distraído!
Sonreí. Édgar tenía razón. Me emocione de repente al pensar en mi amigo. ¡Por supuesto que quería ver a Emilio! Había tanto que tenía que hablar con él, tantas cosas que contarle, pero solo una recuerdo me empezó a doler y a causar controversia: nos habíamos besado.
—¡¿Esa es la ciudad?! ¡Que grande!—la voz de Fernando me hizo mirar a través del cristal.
Todas la luces estaban iluminando el área metropolitana, avanzábamos en un columpio de carretera. Después de pasar la caseta de cobro, se veían los edificios iluminados, el ambiente urbano y la gran cantidad de autos que conducían por el boulevard. Era de noche y se apreciaba todo bien por aquí, me sentía bien mirando a todos lados contemplando los semáforos y pensando que todo saldría bien en este viaje.
—¿Te gusta la ciudad? —le pregunté a Fernando.
—Si. Se ve que esta muy padre. La verdad es que solo había venido dos veces, está es mi tercera vez por estos rumbos.
Sonreí. Nos detuvimos unos segundos antes de tomar la salida al periférico. En ese momento se me ocurrió hacer algo divertido y eufórico. No le pedí permiso a Édgar, solo abrí el quemacocos, Fernando me miraba con sorpresa.
—Miremos la ciudad un poco más de cerca —le dije.
Sonreí. Me puse de pie y atravesé el quemacocos, el semáforo se puso en verde. En ese momento sonaba Reflection No. 6 de Vansire. Fernando también atravesó el quemacocos. No había frío, el viento golpeando nuestras caras era de lo más agradable. Ver los edificios iluminados, sentir alegría en el corazón y compartirla con Fernando me hizo querer alzar las manos. Mi cabellera danzaba junto al viento, mi risa era pegajosa.
—¡Estamos de vuelta! —grité con todas mis fuerzas—. ¡Me siento invencible!
Era verdad. Ya no me sentía triste, ni opacada por mi pasado. ¡La nueva Miranda era lo mejor que tenía en estos momentos!
***
Édgar detuvo el vehículo justo en frente de la casa. Resultaba ser que papá, es decir Miguel, quería vender la casa. Había compradores listos para desembolsar pero el abuelo se encargo de evitarlo, pues Miguel no era el dueño. Mamá era la dueña y como ella había muerto ahora yo era dueña de la casa de mi infancia, el abuelo me dio el testamento. Baje del auto. Mis sentimientos se encontraron en una revolución. ¡Cuánto habían cambiado las cosas! Muchos recuerdos pasaron por mi mente. Entramos. El mobiliario seguía intacto. Las persianas eran las mismas y las alfombras seguían siendo del mismo color. ¿Mi habitación? ¿La habitación de mis padres? ¡Todo estaba casi igual a como lo habíamos dejado!
—¿Estás bien? —me preguntó Édgar.
Mi vista estaba puesta en la biblioteca, el lugar donde papá solía estar.
—Si. Todo bien. ¿Tienen hambre?
Habíamos comprado tacos para la cena.
—Si. Yo muero de hambre, mi estómago nomás anda chillando.
—Vamos a cenar entonces.
Los tres nos sentamos en la barra de la cocina. Se sentía extraño el saber que ahora esta casa era mía.
—¿Hace cuánto que no venías aquí? —me preguntó Fernando.
Le puse más salsa a mis tacos.
—¡Mmmm! Quizá cómo medio año. Probablemente un poco más.
—¿Cómo te sientes de estar de vuelta?
—Pues normal. Bueno no tan normal. Me siento un poco extraña, cómo si fuera una desconocida.
Édgar estaba concentrado en su cena, se veía lindo mientras cenaba.
—¿Tus padres…?
Fernando no sabía sobre mi pasado, algunos detalles no se los había dado y el no saber no era su culpa.
—No tengo padres. Al parecer, ellos murieron hace varios años.
Un poco de carne logro salirse de su taco. Fernando se sintió avergonzado por la pregunta que me había hecho. Édgar le lanzó una mirada neutra.
—No quise…
—¡Tranquilo! No pasa nada. No me siento mal. Eso paso hace muchos años, ni siquiera pude conocer a mis padres y eso no es tu culpa.
Hubo un silencio incómodo. Los tacos eran lo mejor de nuestra estadía en la ciudad.
—¿El abuelo vive lejos de aquí?
—No, pero la fiesta no será en su casa. Cada año tienen la costumbre de celebrar el aniversario de bodas en la casa de campo que tiene en Atlixco.
Eso sonaba interesante.
—¿Aniversario de bodas?
—Si, el aniversario de bodas de tus abuelos. Aunque tú abuelita falleció desde hace una década.
Así que el abuelo estaba sólo, probablemente por eso accedió a buscarme.
—¿La familia es grande?
—Un poco. Tuvieron cinco hijos, de los cuales solo viven cuatro. Dos hombres y dos mujeres, cada uno con sus respectivas familias.
En esta breve plática descubrí que mi familia es grande.
—Supongo que es un evento formal y de alta sociedad.
Édgar asintió. Fernando solo miraba y escuchaba.
—Si. Para está familia esa fecha es la más importante.
—¿Cuándo tenemos que llegar a esa casa del campo?
—El sábado. ¿Cuánto tiempo planeas quedarte por aquí?
Me puse a pensar por unos segundos. ¿Realmente quería estar allí con toda esa gente adinerada que al parecer era mi familia?
—El Lunes regresaremos a casa. ¿Cómo ves Fernando?
Sus ojos se cruzaron con mis ojos y por algunos instantes, aquella mirada me puso a pensar en muchas posibilidades.
—Esta bien. No hay problema por mí si regresamos mucho después a casa. Supongo que no has visto a tu familia en mucho tiempo.
No me agrado mucho la idea.
—Después de festejar y decir algunas palabras, tu abuelo tiene la costumbre de juntar a sus nietos varones y los pone a jugar.
—¿A jugar? ¿Cómo es eso?
Édgar sonrió.
—Lo averiguaras si te quedas después de la fiesta.
Hice un gesto de fastidio. Solo bromeaba. Supongo que podría intentar averiguar cómo es mi familia.
—De acuerdo. Nos quedaremos algunos días más después de la fiesta.
—¿Qué haremos mañana? —preguntó Fernando.
Mordí mi taco. Sabía muy delicioso.
—Edgar te llevará a conocer la ciudad.
Los dos se sorprendieron. Me dio risa su reacción.
—¿Y tú qué harás? —Édgar me estaba cuestionando.
—Ire a la universidad. Quiero ver a Emilio.
Después de cenar los muchachos fueron a la sala a ver un poco de televisión. Estaban retransmitiendo un partido de fútbol. Junte los platos sucios, ordene la cocina. ¿Dueña de está casa? Eso parecía, aunque de repente mis pensamientos se centrarán en el pasado. Mis papás discutiendo a todo pulmón, mi plato de comida muy desagradable y el tío Tom burlándose de mí desgracia. ¡Todo eso había cambiado!
Salí a tomar un poco de aire. Vi la casa de Emilio y muchos recuerdos vinieron a mí. Cruce la calle, las farolas alumbraban muy bien. Las luces de la sala estaban encendidas, seguramente sus papás estaban viendo algún reality show. Abrí la puerta trasera de la casa, mi objetivo fue el árbol. ¿Qué estará haciendo Emilio ahora mismo? Trepe rápidamente, en nuestros años de infancia él y yo solíamos jugar a qué éramos changos trepadores. Subíamos, bajábamos, nos descolgábamos y al final nos divertíamos. ¡Habíamos crecido tanto! Ahora los dos estábamos forjando una vida diferente. Tuve que separarme de él.
La luz de su habitación estaba apagada, abrí la ventana en un solo movimiento. Entre sin dudar y lo recordé. Me incorpore, ese día él se estaba cambiando para la graduación. Su camisa abierta, sus pies descalzos y esa mirada perdida en mí. Camine hasta él y aún con todo y las heridas, decidí que quería besarle. Le quería demostrar que una parte de mi también sentía atracción por él. Puse mis manos sobre su pecho, me separé de su cuerpo y le di su regalo.
—¡Vine a despedirme de ti! —le dije.
—¿Despedirte?
—Si Emilio, me estoy despidiendo de ti. ¡Pienso irme de aquí!
—¡Miranda! ¿Qué está pasando? ¿A dónde vas?
Me hubiese gustado que él viniera conmigo. ¡Lo necesitaba! Pero preferí dejar que el empezará a construir un futuro sin mí. La realidad es que ambos estábamos muy acostumbrados a estar cerca el uno del otro. Y a pesar de todos mis problemas, Emilio siempre fue mi sostén emocional.
—¡Tranquilo! Estaré bien.
Su habitación estaba a oscuras. La luz de la luna se escurría a la perfección por el vidrio de la ventana. Había un librero, una televisión, un escritorio, su cama y su clóset. Tenía la seguridad de que la madre de Emilio venía constantemente a hacer el aseo. Decidí tumbarme en su cama, la almohada olía a él. A esa mezcla de Emilio , perfume de hombre y suavizante de telas. Por unos minutos me puse a pensar en como es que habíamos crecido tan rápido y las cosas habían cambiado mucho. Me abrace a mi misma imaginando que mi amigo estaba aquí, acostado al lado mío. Nos mirábamos y él me platicaba sobre alguna técnica de fútbol y yo le escuchaba con mucha atención aunque yo no entendiera nada.
El sonido de unos pasos me hizo levantarme a toda velocidad. Me escondí debajo de la cama. Su mamá entró, encendió la luz.
—¿Dónde dices que están?
Ella parecía estar buscando entre los muebles. Sostenía su celular contra su oído.
—Ya busque en la cajonera y no hay nada. Haber hijo. ¿Cuándo dices que vienes a visitarnos?
Él vendría.
—Pues entonces lo buscas ese día que vengas. ¡Cuídate mucho! Te quiero.
Después de unos segundos ella avanzo hasta la ventana. Cerro aquel agujero por el cual yo había logrado entrar. Apago la luz, salió de la habitación y la puerta se cerró. ¡Debía volver a mi casa!
***
Al día siguiente ordenamos comida para el desayuno. Chilaquiles y huevos estrellados.
—¿Estas segura de ir a verlo?
—Por supuesto. Después de todo, tú me dijiste que fuera a verlo y necesito hablar con él.
—Te pasamos a dejar en la parada.
—Si. Solo dejá que me cambié. Estaré lista en diez minutos.
—El tiempo suficiente para que yo terminé de lavar estos platos.
Fernando estaba en su habitación alistándose para hacer sus pendientes.
Estar en mi vieja recámara me hizo sentir un poco emocionada, pero triste. Resultaba que no había nada en las paredes, mis fotografías habían desaparecido y no había muchas cosas. ¿Es normal sentir nostalgia cuando piensas en el pasado y comparas el presente? ¡Probablemente! La nostalgia es el aroma que nos hace recordar.
Me puse una falda azul, una playera blanca estampada con la portada de Buscando a Alaska. Alise mi cabello y decidí usar una diadema de flores de color rosa y blanco.
—¡Estoy lista! —dije mientras bajaba las escaleras.
Ellos están en la sala. Fernando con una mirada emocionada y Édgar con una mirada encantadora.
—Había olvidado como lucias tan guapa. ¡Mi corazón se aceleró!
—No seas dramático Édgar. Tú corazón no necesita acelerarse solo por mirarme.
Se sonrió.
—¡Te ves muy bien! —me dijo Fernando.
—¡Gracias! Pero tú me ganas con ese estilo tan genial. ¿Cambiamos de ropa?
Fernando tenía un estiló muy retro. ¡Vhs! Se ruborizo con mi idea.
—La falda no se me vería tan bien como a ti.
Arqueé mis cejas. Una sonrisa picara apareció en mi rostro.
—¿Quieres averiguarlo?
Puse mi mano en su hombro, su labio inferior temblaba.
—Ya es hora de irnos, necesitamos llegar a tiempo —Édgar interrumpió.
Esta vez le pedí a Fernando que ocupará el asiento del copiloto. El radio iba sonando con una canción de moda y mi vecino tenía la mirada enfocada en todo el panorama urbano. ¡Vivir en un pueblo es algo totalmente diferente a vivir en un mundo donde las flores ya no crecen por el concreto!
—¿Regresaras temprano? —Édgar siempre preocupándose de mí.
—¡No lo sé! Pero estaré bien. Prometo avisarte por cualquier cosa.
Me gustaba verlo, observar esa manera en la que sus ojos trataban de inmortalizar mi rostro en sus pensamientos. Me gustaba su bigote, sus labios y la forma en que su barbilla estaba tan bien dibujada. ¡Mi anónimo!
—¡Cuídate mucho!
—¡Cuida bien de Fernando! No quiero que se pierda en la ciudad y luego tenga que darle una explicación larga a su mamá.
Fernando se chiveo un poco.
—¡Nos vemos! —dijo Fer.
—¡Te quiero! —Édgar quería reafirmar sus sentimientos por mi.
Sonreí.
—¡Yo también los quiero! Cuídense mucho.
Cruce la avenida para poder llegar a la terminal. Pague mi boleto de viaje, cruce la zona de cobro y espere a que el metrobús pasara por mi. Conecté mis audífonos a mi celular, Territory de The Blaze sonaba en versión slowed por mis audífonos. Aborde el transporte. Me tocó viajar junto a la ventanilla, mis pensamientos comenzaron a volver al pasado, a mis días en que yo iba al Carolino. ¿Qué habrá pasado con Aldo? ¿Estará bien? ¿Tendrá problemas? Después de todo era un muchacho con pensamientos retorcidos.
Eran las doce de la tarde cuando el transporte se detuvo en la estación frente a la universidad. Muchos estudiantes se bajaron, cruzamos la avenida y de pronto no podía creer lo que estaba haciendo, << Habían pasado dos meses tan rápido, ¿pensará en mí? >> Me enderece un poco, desconecté los audífonos y comencé a caminar.
—¡Buenas tardes! Disculpa. Estoy buscando el campo deportivo. ¿Podrías indicarme donde está?
El chico se giro a mirarme.
—¿Eres nueva?
—Si. Nunca había venido a la universidad.
—¿Qué edad tienes?
Le lance una mirada neutra. Él era alto, delgado y con un estilo muy alternativo.
—La suficiente para poder hablar contigo.
Mi respuesta hizo que él arqueara sus cejas.
—Así que eres una chica directa. ¿Sigues en preparatoria?
Parecía que él quería platicar conmigo en vez de ayudarme a llegar al campo de fútbol.
—Estoy buscando a Emilio Vázquez. ¿Lo conoces?
Sus ojos me examinaron minuciosamente.
—¿Es tú novio?
—¿Eres detective? Por qué para ser sincera, eres muy pésimo en este trabajo.
Le saque una sonrisa al muchacho. Termino de acomodarse su mochila en la espalda.
—Emilio es mi compañero de cuarto.
—¿De verdad?
—¿Quién es el detective ahora?
Sonreí.
—Resulta que los dos somos malos al interrogar a las personas. ¡Pero tú me ganas!
—¡¿De verdad?!
Asentí. Sus labios se curvaron en una sonrisa de oído a oído.
—¿Sabes si Emilio está entrenando ahora mismo?
—Es muy probable. Todo el tiempo se la pasa en el campo. La próxima semana tienen un juego importante.
—Eso no es extraño. Emilio siempre ha perseguido el balón, es su vida.
—¿Lo conoces de tiempo?
—Lo conozco mejor que tú. Eso no lo dudes. Así que no me sorprende que todo el tiempo este en campo.
Asintió. Pude notar que tenía un piercing en la nariz.
—¿Eres su novia?
—¿Tu lo eres?
Me reí. Algo que me gustaba de mi carácter era esa facilidad de responder preguntas con más preguntas. Las personas se ponían a pensar o simplemente se sentian fastidiadas.
—De acuerdo. No eres una chica fácil.
—Concuerdo contigo. ¡Lo fácil siempre se termina muy rápido!
—¿Cuál es tu nombre?
—Miranda. ¿Y el tuyo?
—Gabriel.
—¡Un gusto Gabriel!
—Lo mismo digo Miranda. ¡Te llevaré con Emilio!
Me sentí agradecida con él. Comenzamos a caminar por el campus. La universidad era un mundo completamente diferente a la preparatoria. Los jóvenes parecían más cultos y despistados. Unos daban la impresión de saber que hacer con su vida y otros muchos simplemente no sabían pá donde hacerle. Me llamo mucho la atención que había como una feria de varias facultades. Los estudiantes se paraban en el puesto de la facultad que les pareciese más interesante.
—¿Estudiaras en esta universidad?
Su pregunta me hizo recordar mis ideales.
—No. La verdad no. No pienso estudiar la universidad.
—¿Por qué?
Su tono de voz reflejaba la preocupación por un pensamiento como el mío.
—No es mi prioridad. Tal vez para ti el estar en un plantel como esté lo sea muy importante porque tú futuro tal vez depende de estar aquí. ¿Qué clase de futuro quieres? La vida real no siempre es como uno quiere que sea, las posibilidades de lograr alcanzar tus metas tal y como lo planeaste son muy pocas. En vez de sufrir por un sueño frustrado, prefiero ahorrarme todo eso y empezar a ser independiente en varios ámbitos. Tengo una granja, soy fotógrafa, estoy aprendiendo a cocinar, tengo demasiadas cosas que no necesito y me siento despreocupada. ¡La universidad no lo es todo para mí!
El muchacho se sorprendió. Quizá y él era mayor que yo por algunos años, aún así, yo tenía bien definido lo que quería hacer con mi vida.
—Entiendo, eso tiene mucho sentido. ¿Tienes una granja?
—Si, compré algunas gallinas. Construí en la parte trasera de mi casa mi pequeña granja y todos los días hay huevos frescos.
—Suena muy bien. ¿Puedo conocer tu granja?
—Mmm yo creo que sí. Solo que vivo como a dos horas de aquí.
—¿Y viajaste dos horas solo para poder ver a Emilio?
Me reí un poco. Así no era la realidad.
—Pues digamos que si. Conozco a Emilio desde que somos niños y necesito hablar con él de algo importante.
—¿Amigos de infancia?
—Exacto. ¡Ahora has mejorado la forma en que investigas las cosas!
Gabriel se encogió de hombros.
Continuamos caminando por el campus. Era muy grande y los edificios de las facultades lo eran aún más. ¿Venir a la universidad? ¡Por supuesto que no! No estaba en mis planes. Pasamos frente al edificio de la biblioteca y me emocioné un poco. ¿Cómo era una biblioteca universitaria? Quizá le pediría a Emilio que me diera un tour por la biblioteca. Luego pensé en mi querido amigo. ¿Qué sentirá Emilio al verme otra vez? Sentí un escalofríos recorrer mi espalda, en mi bolso estaba resguardada mi cámara. La saqué en el instante en qué el campo apareció a mi vista.
—¿Tomarás fotografías?
—¡Por supuesto! Emilio no sabe que estoy aquí.
—Entonces vienes de sorpresa.
¿Sorpresa? ¡Pues si! Más que nada vengo a reconciliar mi amistad con él, aunque después de todo nuestra amistad nunca había terminado. Solo estábamos distanciados porque yo así lo había planeado.
—Si. Hice este viaje porque quería ver a mi amigo y ahí está. Corriendo, sudando, jugando tras ese balón.
Emilio estaba corriendo. Llevaba puesto su uniforme y no pude evitar sonreír al verle. Encendí la cámara, enfoque el lente en su dirección y tomé algunas fotografías de él. ¡Se veía muy bien! Gabriel me miraba con atención. El entrenador sonó su silbato.
—Creo que es mi momento de entrar al campo.
Gabriel sonrió.
—Si, aprovecha. Están en descanso. ¿Quieres que vaya contigo?
Él era un muchacho agradable.
—Si tú quieres, tú compañía no me molesta.
Sonrió. Estábamos apunto de bajar los escalones cuando su celular sonó. Lo estaban llamando por un proyecto escolar. Así que yo sola me encamine hacia el campo. Emilio venía con sus compañeros de juego. Su brazo sostenía el balón y aún no se había percatado de mí. Tomé una fotografía grupal. La mirada de uno de sus compañeros se cruzó con la mía, ése chico había descubierto mi cámara, sonrió para la foto.
—¡Guapa! ¡Te invito a salir! —exclamo el chico de la sonrisa.
Sus demás compañeros se dignaron a mirarme.
—¡Gracias por tu invitación! Será en otra ocasión.
Emilio se quedó sorprendido. Sus cejas se arquearon por unos segundos, soltó el balón y sus labios se curvaron en una gran sonrisa. Me quedé de pie mirándole, contemplando su reacción. Empezó a correr hacia mí y yo le imite. Segundos después sus brazos me acogieron y con toda su fuerza me elevó en un abrazo. ¡Abrazote!
—¡Te extrañe demasiado! —dijo poniéndome en el suelo.
—¡Yo también! Me da mucho gusto volver a verte. ¿Cómo has estado?
Mi pregunta pareció sorprenderle. Sus compañeros de juego se acercaron a nosotros.
—Pues estoy bien. Aunque el punto no soy yo. ¿Tú cómo has estado? ¿Dónde estuviste este tiempo?
Pensaba responder a sus preguntas pero uno de sus compañeros me observaba con mucha atención.
—¡Tu eres la chica millonaria qué escapó de su casa! —dijo el muchacho.
Le lance una mirada tenue.
—Si. Soy yo.
Todo había salido en las noticias y en muchas televisoras.
—¿Cómo te llamas?
Emilio parecía estar incómodo por la situación entre su compañero y yo.
—Miranda. ¿Y tú?
—Que bonito nombre. Soy Omar. ¡Un gusto!
Asentí para corresponder a su saludó. Emilio se acercó un poco más a mí, me tomó de la mano y se despidió de sus compañeros. Comenzamos a caminar en dirección opuesta a ellos.
—¿Quieres ir a tomar algo? Hay una cantina cerca de aquí.
Aún era menor de edad, no sabía si me dejarían entrar.
—Aun no cumplo los dieciocho. ¿Hay problema?
Sus labios sonrieron.
—No hay problema. Soy amigo del dueño y además es de día. Si fuera de noche entonces si habría problema.
Nuestras manos seguían unidas. Decidí romper aquella unión. Emilio pareció sorprenderse un poco.
Nos tomo alrededor de diez minutos llegar hasta la cantina. Este lugar era muy parecido a McCarthy’s. Había algunos universitarios conviviendo, pasando el rato o incluso hasta estudiando o haciendo algún proyecto escolar. Nosotros ocupamos una mesa cerca de la ventana. Pedimos unos raspados sabor mango.
—Pensé que ya no volvería a verte.
—¿Por qué pensaste eso?
—Pues porque te fuiste sin avisar a dónde. Ni siquiera me dejaste alguna pista, mi único contacto contigo era ese muchacho de Marcos.
Di un sorbo a mi raspado.
—Lo se. El no dejar rastro era parte del plan.
Mis palabras no parecieron convencerlo.
—¿Y parte del plan era dejarme?
—Si.
Bajo la mirada. Saboreo un poco su raspado. Parecía estar molesto de forma repentina.
—¿Por qué no me dijiste lo que planeabas?
Su mirada me hizo pensar. Emilio se había dejado crecer el cabello y una barba de días que le hacían ver más adulto.
—Porque no quería que tú futuro se viera afectado por mi culpa.
—¿Afectado? ¿Por qué se hubiese afectado mi futuro?
Mirarle a los ojos era un hábito muy agradable que extrañaba.
—Supón que te digo sobre el plan. Te cuento todo lo que pienso hacer y hasta te explico de forma detallada como pienso escapar y a dónde es que terminaré después de haber llevado a cabo la planeación. ¿Me hubieses dejado ir? Y sobre todo lo más seguro de todo esto es que tú hubieses querido acompañarme a mi viaje y entonces todos tus planes de venir a la universidad, de jugar en el equipo y tú familia misma, todo eso se hubiese visto afectado en gran manera.
Su forma de saborear el mango me indicaba que él estaba pensando en mis palabras.
—¿Y por qué no te comunícaste conmigo al instante?
—No quería distraerte de tu nuevo comienzo en esta etapa de tu vida. Aunque pudiera parecer egoísta o incluso hasta grosero, decidí no contactarte enseguida porque quería que comenzarás de buena forma todo esto. ¡Y vaya que te ha ido bien! Eres el cocapitan del equipo. ¡Felicidades!
Aún así, él me miraba con seriedad y sin gesto alguno.
—Ese día antes de irte fuiste a mi casa y me besaste. ¿Qué significó eso?
El beso. Sus labios y los míos. Su forma de sentir y mi forma de decirle adiós. ¡Un poco complicado!
—El beso significó que yo también te quería. Que aunque me iba sin decirte nada, no era porque yo no te quisiera. ¡Tu sabes que te quiero!
Sonrió de forma tenue.
—¿Volverás a irte?
—Si. He venido unos días, mi abuelo insisto en qué viniera. Hará una fiesta familiar y quiere presentarme a la familia como nieta legítima.
—Supongo que eso te pone feliz. Digo, después de todo descubriste la verdad sobre tu origen.
Pensé por algunos instantes.
—Aun sigo descubriendo sobre mis verdaderos padres. La idea se venir a la fiesta esa, me pone un poco incómoda.
—¿Que día es?
—Es este domingo, pero Édgar dice que tenemos que estar en casa del abuelo desde el sábado.
—¿Édgar?
—Si. El profesor de literatura.
—¿Cómo está todo eso?
Había muchas cosas que necesitaba explicarle y el tiempo era poco.
—Édgar trabaja para el abuelo.
—¿Estás saliendo con él?
—¿Te pone celoso esa idea?
Asintió. Di un sorbo a mi raspado.
—Pues por el momento, no estoy saliendo con nadie.
Su mirada perdió la ilusión.
—¿No somos novios?
—Nunca lo hemos sido. O al menos nunca hemos hablado de ello.
—¡Pero nos besamos y…!
—Un beso no nos convierte en novios automáticamente. ¿Estás de acuerdo?
—Eso creo.
Los dos probamos un poco más del mango.
—Ayer estuve en tu habitación. Dejaste algunas cosas. Me acosté en tu cama y pensé en ti. ¡Se sentía tu ausencia!
Un brillo en sus ojos apareció cuando él escucho mi aventura en su habitación.
—¿Fuiste a mi casa?
Asentí.
—Si. Me estoy quedando unos días en la casa que era de mis padres. ¡Ahora es mi casa!
Su sorpresa me hizo sonreír.
—Entonces eres muy joven para ser millonaria.
—Eso creo. Pero la verdad, no me gusta que me llamen así: La chica millonaria.
—¿Por qué?
—Tú mejor que nadie sabe el porqué pienso así. Preferiría un poco de cariño o incluso haber conocido a mis verdaderos padres. ¡Lo preferiría cien veces más a todo el dinero que tengo y no necesito!
—Pues yo necesito un poco de dinero para poder arreglar una luz de mi auto. ¡Quizá tú podrías hacerme un financiamiento!
—Me parece una buena idea. Con gusto te ayudo. ¿Quieres que vayamos de una vez al mecánico?
Mi idea le hizo sonreír. ¡Parecía que estábamos de vuelta!
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Edith Meraz
TE ADMIRO MIRANDA JAJAJAJA
2023-08-30
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