DOS

Rosi estaba muy emocionada. Llevaba puesta una falda amarilla y una blusa blanca. Estábamos en la fila de los algodones de azúcar.

—¿Has visto a Juan? —ella lo buscaba con la mirada.

Había mucha gente, realmente es que todo el pueblo venía a la quermes y eso estaba cool.

—Mmmmm. No, quizá y esté en la tómbola.

Juan era un chico alto, delgado, cabello negro quebrado, ojos cafés y piel tostada. Rosi estaba derretida por él, por sus ojos que brillaban como el sol.

—¡Acompáñame! Vamos a buscarlo.

Asentí. No tenía otra cosa mejor que hacer, salvo tomar fotos, había traído mi cámara.

No tardaron en darnos nuestros algodones, el mío rosa y el de ella azul, nos tomamos una selfie. Empezamos a caminar entre la multitud de gente y puestos, vi a doña Fran atendiendo el puesto de las chalupas, Fernando estaba platicando con unas chicas.

—¡Mira! ¡Ahí está! —exclamó Rosi.

No pude ver a Juan.

—Mmmmm. No veo a Juan.

—No, aún no encontramos a Juan. Te estoy enseñando el puesto, ahí el registro civil. ¿Lo ves?

En ese momento alguien se estaba casando y me causo cierta curiosidad. La chica tenía puesto un velo de novia y un ramo de flores, el novio tenía puesto un corbatín y una rosa en la solapa sé si camisa.

—¡Qué bonito! —dije emocionada.

Rosita asintió. Me lanzó una mirada pícara.

—¡Ojalá sea bonita tu boda!

Los novios salieron del registro civil tomados de la mano. Sonreían. Mi curiosidad se detuvo en un grupo que sostenía a un chico, lo habían vestido de novio y todos parecían emocionados, acababan de llegar al registro civil.

—¿Mi boda? —pregunté desconcertada.

Asintió.

—¡Si tu boda! Amiga ganaste. Todos votaron por ti.

¡Rayos! Eso no me lo esperaba. Durante la semana había estado recibiendo muchas cartas y notas de muchos chicos. ¡No los leía! Recibir tantas cartas me hizo acordarme de Édgar y de Emilio.

—¿Cómo sabes eso?

Ella arqueó sus cejas, lanzó un silbido y de momento aparecieron varios de nuestros compañeros. Juan también apareció.

—¡Está lista muchachos! Sabíamos que ibas a ganar.

Ellos me sujetaron de las muñecas, un grupo de chicas me puso un velo de novia, Rosi me dio un ramo de rosas blancas. Me sentí nerviosa de repente.

—¿Y que se supone que haga?

—Nada. Solo has acto de presencia.

Caminamos hasta el registro civil. La gente nos estaba mirando, el sonido de la música parecía disminuir. Cuando me detuve frente al novio, mis nervios se tranquilizaron.

Él era un chico alto, fornido, su piel era canela, sus ojos miel y las pestañas rizadas. Tenía el cabello ondulado y su sonrisa era bonita. ¡No me sorprendió!

—Puede empezar —le dijo al juez.

Él hombre empezó con su introducción, el novio me miraba y yo no le aparte mi mirada ni un segundo, comencé a preguntarme por su nombre.

—... Él joven Manuel Anaya y la señorita Miranda... —el juez no sabía mi apellido.

Su nombre me hizo pensar en él. Mi enamorado fugaz, mi chico ideal, el chico que terminó embarazando a una morra en su pueblo natal.

—Miranda Saudade —le dije.

—...la señorita Miranda Saudade han decidido unir sus vidas en matrimonio...

Parecía que los diálogos eran más que un simple juego, esto era una realidad que muchos no se atrevían a respetar. El matrimonio es algo que hoy en día ya no se respeta y que al amor mismo han deteriorado con tanto desprestigio.

—... Antes de proseguir con la declaración de votos, me gustaría preguntar, ¿Hay alguien que se oponga a la unión de este joven y está señorita?

Resultaba ser que todos en la quermes podían ver nuestra boda. Nos estaban trasmitiendo en algunas pantallas y bocinas de la escuela.

El novio me miraba, asintió. Yo simplemente me quedé erguida. Nunca había hablado con él, es más, ni siquiera sabía de su existencia. Todos mis compañeros estaban viendo y Rosi estaba muy emocionada.

—... ¡Bien! Pues parece qué nadie...

—¡Esperen! -grito alguien entre la multitud de espectadores.

Reconocí su voz al instante. Apreté mis manos y deseé que no fuera él. Levemente, gire mi rostro en su dirección.

Era Édgar.

***

—¿Así que ahora vives aquí? —pregunto mientras deambulaba por el comedor.

Yo estaba recargada contra la estufa, había puesto a calentar agua para café.

—¿Te gusta? —le pregunté.

—Es lindo. Parece un lugar tranquilo y unido. ¿Que estaban festejando aparte de tu boda?

La boda se canceló. Manuel dejo de sonreír.

—Pues como dijiste, la gente de aquí es muy unida, solo estaban festejando el inició de clases, ya sabes, para animar a sus hijos y así. ¿Cómo ves?

—Pues está bien —se detuvo desde un ángulo en el que pudiera mirarme—. Por lo que veo has estado muy bien, te ves tranquila, feliz, bonita.

—Se supone que mi verdadera madre vivía aquí, está era su casa y tú sabes, estoy buscando mis raíces. ¡Me siento tranquila!

—Tu abuelo dijo que era un buen lugar. ¡Realmente quiere que vengas!

Había olvidado su invitación.

—¡Claro! Iré.

La casa empezó a oler a café de olla. Édgar me pidió un café se olla de barro. Serví dos tazas.

—¿Pensaste en mí? —su pregunta me tomó desprevenida.

—Un poco.

—¿Pensaste en Emilio?

—Un poco también.

Él dio un sorbo a su café.

—¿Le quieres?

—Si, por supuesto.

—¿Me quieres?

Ahí fue cuando casi me ahogo con mi café.

—Te quiero, pero no de la misma forma que a Emilio.

—¿Entonces? —él parecía muy curioso por saber la respuesta.

—Aunque tú conoces muchas cosas sobre mí, yo aún no logro conocer lo suficiente de ti como para quererte fuerte, o de la misma forma que a Emilio. ¡Claro! Esto es, bueno, no significa que yo tenga sentimientos románticos por Emilio.

—¿Y por qué lo besaste?

¡Rayos! Había olvidado que él era espía. Su mirada era curiosa.

—¿Por qué me besaste antes de que subiera al autobús?

Su sonrisa pícara me hizo sentir bien. ¡Estábamos a mano! Nos sonrojamos.

—Resulta que una parte de mi siente afecto romántico por ti.

¿Me quiere de verdad?

***

—¿Y él muchacho de ayer? ¿De dónde salió?

Doña Fran tenía mucha curiosidad por saber. Todo el pueblo, tenía curiosidad.

Cómo cada sábado desde que llegué, le pedí a Fran que me enseñará a hacer tortillas. Así que las dos llevábamos puesto un delantal, estábamos cerca de un comal de barro y el fuego cocía las tortillas. Está vez ella me dejó aplanar la masa y ella solo volteaba. ¡Aprendí rápido!

—Es un amigo. Vino por mí. Iré a la ciudad está semana.

Ella se sorprendió.

—¿Te irás una semana? ¿Y la escuela?

—Descuide. Cuando me inscribí le expliqué al director que a veces no asistiría por mi situación.

—Pues está bien. ¿Vas a visitar a tu familia?

—Si. Tengo que ir a ver a mi abuelo, me pidió que fuera a conocer más sobre mi padre.

Yo había contado mi historia a Fran. Sabía que yo era huérfana, que tenía el alma rota y una fortuna recién dada. Ella hizo un gesto pensativo.

—Resulta que el jueves nos llega un paquete de Estados Unidos pero la paquetería no quiso venir aquí por qué resulta que estamos en el pueblo y ya sabes cómo son esas gentes chocosas. Así que Fernando iba a ir a recogerlo. ¿Crees que él pueda ir contigo?

Saqué una tortilla de la prensa y la puse en el comal.

—Si, con gusto lo llevó.

Una hora después, entre a mi casa junto con un canasto de tortillas recién hechas. Édgar estaba cocinando el desayuno. Le había escrito una nota para decirle que no estaría en casa.

—¡Buenos días! —le saludé.

—¡Buenos días Miranda!

—¿Descansaste bien?

—Si. Podría vivir en esa cama una eternidad, muy cómoda —sonrío, volteó el huevo en del sartén—. Y tú, ¿hiciste tortillas?

Su pregunta reflejaba admiración completa.

—Si. Todos los sábados hacemos tortillas. ¡Ya aprendí!

—¡Quién lo diría! La chica de ciudad tiene un lado rural y eso está muy bien. ¡Me gusta!

Después del desayuno, Édgar me ayudó con el gallinero. Samuel les estaba dando de comer a los pollitos. Yo le estaba enseñando las gallinas a Édgar, por qué si, había comprado gallinas para mí pequeña granja.

—¿Que más has aprendido en este lugar?

Édgar sostenía una canasta llena de huevos. Mis veinte gallinas producían suficiente huevo todos los días.

—Es todo —encogí mis hombros—. ¡Pienso aprender a ser agricultura!

Él asintió. Parecía sentirse orgulloso de mí.

—¡Muy bien! Nunca dejes de aprender.

Sonreí.

—¿Qué opinas? —le pregunté mientras cargaba a una gallina abada— ¿Aún me quieres siendo granjera?

Asintió.

—Te quiero siendo lo que tú quieras ser.

Samuel se sorprendió al escuchar.

—¿Es tu novio? —me pregunto.

Édgar esperaba escuchar una respuesta afirmativa.

—Por el momento no. Él es un amigo.

Édgar bajo la mirada. Lanzó un suspiro y se rasco la cabeza. ¡Lo acabe de mandar a la zona de amigos!

***

—¡Váyanse con cuidado! —la voz de Fran preocupándose por nosotros me hizo sentir querida.

Édgar ya había subido mi equipaje. Una mochila con las cosas necesarias. Encendió el motor. Fernando venía hacía nosotros.

—¡Claro que sí! Le diré a Fernando que le llamé cuando ya estemos haya.

Ella asintió. De pronto, me tomó de las manos y cubrió mis dedos con sus manos.

—¡Cuídalo mucho! Por favor, te lo encargo.

Fernando era el nieto más querido de doña Fran. ¡Era un buen muchacho según ella!

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