Ep 4: Quemar al monstruo

Emma Brandt. ♣︎

Entre a la habitación de la abuela Catherine sin necesidad de cuidar mis pasos para no ser descubierta. Ella está casi sorda y no escucha prácticamente nada sin sus aparatos auditivos.

Mis manos estaban temblando e intenté buscar cualquier otra opción para salir de mi situación sin la necesidad de matar a la abuela, pero sería imposible buscar otro camino con ese hombre vigilando mis movimientos desde el marco de la puerta.

Aun no sabía su nombre y seguía siendo demasiado surrealista todo lo ocurrido en la otra habitación. En una sola noche casi soy víctima de abuso sexual, vi al abuelo morir y caer encima mío con su cuerpo sin vida, y ahora debo matar a mi abuela Catherine.

No es algo que una niña de 8 años deba soportar, pero la vida nunca fue justa conmigo.

Mi madre odia mi sola existencia y ahora debo matar a la única persona que me trato con una pizca de amabilidad.

—Lo siento abuela.—Susurré con dolor al verla dormir pacíficamente mientras su nieta alzaba el cuchillo para apuñalar su pecho.

Volteé mi rostro hacia el extraño buscando piedad, no quiero morir y no quiero causar la muerte de nadie. Digo eso, pero hace unos minutos pedí que asesinara al abuelo Edgar y ahora no siento ni siquiera una gota de arrepentimiento.

—Es tu decisión conejita.—Respondió como si supiera perfectamente lo que estaba pasando por mi cabeza.

...Es mi decisión....

...Muero con mi abuela o vivo con él....

No había que pensar más para saber que decisión me favorecía y no quería despertar la molestia del joven extraño con mis dudas. Fue entonces que empuje el cuchillo contra el pecho de la abuela, este se enterró y se detuvo a medio camino.

Los ojos marrones de mi abuela Catherine se encontraron con los míos (del mismo marrón que el de ella) y antes de que pudiera alcanzarme con su mano arrugada y delgada, comencé a levantar y bajar el cuchillo contra ella, una y otra vez la apuñalé.

Ella rápidamente se ahogó con su propia sangre y murió sin haber logrado siquiera defenderse. Mi respiración estaba agitada por los bruscos movimientos que le obligué a mi cuerpo hacer y la sangre de ella cubrió la mayor parte de mis manos.

Fue tan simple haberle quitado la vida a una mujer de 65 años que me perturbó la idea de ser yo quien le haya asesinado sin gran esfuerzo.

—Un día estás vivo y al otro solo eres un pedazo de carne que empezará a descomponerse.—Habló el hombre mientras se acercaba a mí y me quitaba la cuchilla de las manos.—Lo has hecho bien conejita.—Acarició mi cabeza desordenado mi cabello.—Ahora ve a cambiarte de ropa.

Asentí con la cabeza sin decir una palabra y sin preguntar que haría conmigo. Simplemente obedecí, me quite la ropa, me lavé el cuerpo con un paño húmedo y me puse mi falda blanca favorita, mis zapatos rojos de la suerte, una camiseta clara que combinaba con mi suéter gris.

Cepille mi cabello rubio y lo deje suelto porque todavía no aprendía a atarlo. Al menos ahora estaría utilizando mi ropa favorita y cualquier experiencia que deba soportar no sería tan mala como lo sería con la ropa equivocada.

Mi lugar seguro era esto, las ropas que mi madre compró como el único regalo de cumpleaños que había recibido luego de no recibir ni siquiera un saludo en la fecha que nací.

—Estoy lista.—Mencioné cuando llegue a la sala de estar en donde se encontraba el chico guardando algo en una gran bolsa negra.

Habré tardado solo uno 7 minutos en arreglarme, pero la idea de hacerlo esperar me estaba atormentando, realmente no quería hacerlo enojar.

—Cesc Albrecht.—Dijo este.—Ese es mi nombre.—Señaló.—Aunque no me gusta ser llamado así.

Dejó la bolsa negra que estaba atando a un lado y recogió un gran bidón que contenía gasolina en su interior, lo supe por su olor intenso.

—¿Qué estás haciendo?.—Pregunté con el ceño levemente fruncido por la confusión.

—Ayúdame con ese otro.—Señaló otro bidón de gasolina que estaba a unos pocos centímetros de distancia entre el sofá y yo.

—¿Quemarás la casa?.—Volví a preguntar cuando descubrí sus intenciones.

—No conejita.—Negó con la cabeza.—Quemaremos la casa.—Corrigió.—Ambos.

—Estás loco conejo.—Respondí sin más.

—¿Conejo?.—Sonrió él.

—Has dicho que no te gusta ser llamado por tu nombre.—Le recordé.—Y tu me dices conejita, así que creo que conejo esta bien para ti.

Aunque el apodo es demasiado bonito para una persona que disfruta asesinar en medio de la noche.

—Bien conejita.—Asintió con la cabeza.—Aceptó el apodo, ahora ayúdame a esparcir la gasolina por las habitaciones.—Pidió amablemente.—Yo me encargaré del resto.

Acepté su petición con un asentimiento de cabeza y fui hacia la primera habitación para dejar un rastro de gasolina en ella, luego fui a la habitación de la abuela y me detuve un momento cuando no vi su cuerpo en la cama.

Era imposible que se hubiera movido por su cuenta, estaba muerta y Conejo lo había confirmado, imaginé que él podría haber cambiado la ubicación de su cuerpo, así que seguí con la tarea de esparcir la gasolina por el cuarto.

Una vez después de terminar con la dos habitaciones, me vi obligada a entrar en el cuarto que había utilizado hace media hora. El cuerpo sin vida del abuelo Edgar seguía en el mismo sitio.

—Conejo no movió su cuerpo como lo hizo con la abuela Catherine.—Murmure disgustada.

...Hubiera deseado no volver a verlo....

Apreté mis dientes por la frustración y la rabia que crecía en mi interior al recordar su asqueroso y arrugado cuerpo encima mío.

—Eres despreciable y malvado.—Tire gasolina en su cuerpo.—Por todos los veranos que tocaste mi cuerpo, por todas las veces que entraste a mi habitación mientras me cambiaba de ropa, por obligarme a ser más precavida y por intentar profanar mi inocencia.—Cubrí su cuerpo con la gasolina.—Espero que tu cuerpo y alma desaparezcan con el fuego del infierno.

Termine de utilizar hasta la última gota de gasolina en el abuelo Edgar, sería imposible recuperar algo de su cuerpo luego de haberlo prácticamente bañado con el líquido del bidón.

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