Capítulo 18

Estaba a punto de replicar no estaba acostumbrada a que me pusieran entre la espada y la pared diciendo" esto es lo que hay haz lo que puedas" mi vida era regida por las decisiones tomadas por otros era cómoda por donde se la mirase. Quise estar a la altura de la situación aprovechando la oportunidad que tal vez nunca se repetiría , pise el acelerador y el coche se detuvo.

-No te preocupes ; suele pasar los coches son inmunes a las chicas guapas.

-No sabía que estaba puesta la marcha equivocada. (me quejé)Conozco la teoría.

- Lo sé. Eres todo teoría, te falta la práctica.

Moví la palanca de cambios y pisé lentamente el acelerador para evitar que el coche saliera disparado. Por suerte las únicas clases prácticas que tuve dieron buen resultado porque al menos no nos estrellamos contra el vehículo que estaba delante. Estaba conduciendo de noche y con la compañía de un hombre que se consideraba a sí mismo como una mala influencia. Sentía que la parte rebelde quería escapar de mi interior.

-Adonde se supone que vamos?

— A donde tu quieras ir.

-No conozco la zona

-Pues entonces vamos a perdernos.

Le miré de lado, él coloco su mano sobre mi muslo recordándome que no estaba sola.

El semáforo por el cual me había detenido se puso en verde y pudimos cruzar sin inconvenientes ahora entendía por qué había quienes cuando querían despejarse subían a su coche.

La sensación de poder ir cuando y donde quisieras para escapar de lo que te atormentaba era impagable. Conduje un buen rato concentrada en lo que sabía para evitar algún accidente, conduje sintiéndolo a él a mi lado pensando en la mano con la que acariciaba mi muslo, en los ojos que me perseguían con el orgullo de haber estado a la altura del reto.

Detuve el coche en el primer espacio libre que encontré, me di cuenta de que estaba nerviosa temblaba y respiraba con dificultad solo ahí caí en lo peligroso que había sido, pero en vez de que me invadiera el miedo me llene de adrenalina y me giré hacia él.

Francis había recostado todo su peso en su costado para mirarme bien. Ni siquiera se había puesto el cinturón y ese gesto de temeridad que en otro momento me hubiera horrorizado solo me demostró la confianza que él sentía hacia quien conducía.

-Se me acaba de ocurrir algo que tengo prohibido. (el motor ya estaba en silencio y todo lo que se oyó fue su suspiro cargado de deseo mientras veía directamente hacia mis labios)

-A mí también, pero esto no va de lo que tengo prohibido yo. ¿De qué se trata?

-Mi padre me mataría si supiera que he estado intimando con un hombre le preocupa pensar que pueda disfrutar de algún tipo de actividad sexual antes de casarme.

Él alzó las cejas, sorprendido me miró de arriba abajo, como si lo necesitara para inspirarse y luego me miró de esa manera con la cual me convencería de cualquier cosa.

-Vaya. Pues estas de suerte pues resulta que a eso también le puedo poner remedio.

Estiro el brazo hacia mí me rodeo la nuca con los dedos, igual que había hecho la primera vez y dejé que me acercará a sí boca entreabierta.

Que bien olía y que bien se sentía sus labios me arroparon y me envolvieron en la misma fantasía impetuosa que había constituido el paseo en coche, el paseo en helicóptero, el solo hecho de conocerlo. No me preocupo decepcionarlo con mi inexperiencia porque él la salvaba con creces tonteando con la lengua, haciendo pausas para sonreír, complacido contemplando su obra que era Elena Rogers suspirando por un hombre.

La yema de sus dedos buscaron el contacto con la piel sensible de mi nuca e insinuaron una caricia en el inicio de mi espalda, todo sin dejar de explorar mi boca con besos húmedos que en el silencio sonaban tan ricos como sabian.

París se inclinó hacia mí para tomarme por la cintura, me llevó hacia él haciendo que me sentará en su regazo pero el vestido ajustado me impidió separar las piernas.

La mojigatería tampoco me lo habría permitido.

-Te has equivocado eligiendo vestido (susurró sobre mis labios)

-Desde luego (confirmé aparentando estar ofendida) porque no me has dicho en ningún momento lo guapa que estoy.

-Tú no quieres que te llamen guapa.

-¿Y qué se supone que es lo que quiero?

-Menos cháchara y más acción o, con un poco de suerte a mí.

Volvió a besarme y por un momento me lo creí. Me creí que lo quería a él y por eso me levanté el vestido con torpeza mostrando esa lencería que me había comprado con el único fin de molestar a Marcos. No se me había ocurrido que iba a terminar mostrándola.

El vestido se me quedó enroscado en la cintura cuando lo tomé del pelo y ladee la cabeza para seguir besándolo.

París se humedeció los labios al contemplar el liguero con los párpados entornados, lo acaricio con dedos juguetones y ladeo la cabeza para darme un beso en el cuello que pareció una recompensa. Su lengua delineó el borde de mis labios, ahí donde se acababa el rojo del que me los había pintado y yo los entreabrí para gemir de placer cuando su mano se internó entre mis muslos.

En mi interior vacile, me pregunté que estaba haciendo, porque lo dejaba tocarme de esa manera, mi cuerpo estaba a su servicio ¿solo por eso debía entregárselo? Las dudas me invadían, pero no eran lo bastante persuasivas para detener el involuntario vaivén de mis caderas o los besos con los que París me iba enloqueciendo.

Como si fuera consciente de mi tensión no se arriesgaba a tocarme donde no debía. Las yemas de sus dedos pulsaban exploradoras; cerca de mi ingle y en la cara interna de mis muslos hasta que se atrevió a meterlas en mis bragas.

Me hice hacia atrás y lo miré

-No sé si quiero esto.

-Créeme, lo quieres.

Emití un jadeo ante la primera pulsación, no era tan mojigata como para no tocarme, conocía cada parte de mi cuerpo y como estimularlo y de alguna manera estaba desesperada por averiguar como lo haría alguien más. Y lo hizo de forma tan placentera que no supe como pararlo, creo que ni siquiera quise detenerlo.

Mi piel comenzó a arder a medida que él me acariciaba y si en algún momento le pedí que se apartara el pedido lo ahogaron mis gemidos. A los gemidos los acompañaba un movimiento de caderas que solo lo instaban a seguir y cuando París coronó el juego criminal besando mis labios, me derretí finalmente y me entregué al placer. Al fin de cuentas él sabía mejor que yo lo que quería, él se anticipaba a mi deseo y yo únicamente vacilaba ante lo evidente como me habían enseñado.

Así lo sentí cuando unas caricias después y unos besos calientes compartidos, mi cuerpo sufrió un espasmo maravilloso que me llevó a dejarme caer sobre él mientras me sacudía el placer.

Cerré los ojos y gemí sin vergüenza porque con París desaparecían todos los miedos ya allí me quedé hasta recuperar el aliento. Un aliento que él me robo cuando nuestras miradas se encontraron y vi en sus ojos que la emoción volvía a desbordarle.

Justo como a mí.

-Si no hubiera tenido desde el principio la intención de casarme contigo... ahora la tendría.

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