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Ya han pasado 3 años desde que estamos viviendo en el campo y vamos todos los meses a la ciudad de Castro en uno de los camiones de mi papá, son dos horas por un camino de tierra, bueno ahora hay camino (porque cuando llegamos fue en barco) que está lleno de baches, subidas, bajadas, llegamos más empolvadas y llenas de tierra que todavía no entiendo para que mi mamá nos hace irnos con las mejores pilchas y bañadas si llegamos a la casa del pueblo y volvemos a bañarnos.

Lo rico de ir a Castro es que la plaza esta frente a nuestra casa y podemos pasar la tarde viendo como llegan turistas de todas partes del mundo gente que nos mira como si fuéramos unas indiecitas y se sorprenden que no tengamos plumas en nuestra cabeza, debo reconocer que cuando llegue la primera vez a esta tierra no me gusto, pero cada vez estoy mas acostumbrada y me siento toda una Chilota.

Esta isla es grande no es como las que salían en mis cuentos con una palmera y un poco de arena, aquí las distancias son largas y aun que vive poca gente casi todos se conocen. Mi familia se ha hecho muy conocida todos nos dicen los hijos de Fernandez, como si fuera un titulo.

Los negocios de mi papá han salido casi todos muy bien, pero mi mamá siempre dice que es gracias a ella porque no regala ni un peso, tienen 3 camiones, ganado de vacunos, ovinos y porcinos donde se engordan y se envían al matadero de la ciudad, el terreno es tan amplio que se ha ido forestando los cerros y replantando arboles que tienen un mayor rapidez de crecimiento, instalaron un internado para que los niños de mas lejos puedan estudiar en la escuelita y mi mamá abrió un supermercado donde ella aprovecha de enterarse de la vida personal de toda la gente que nos rodea y no escatima en reprender malas conductas. Pienso que la gente le va a comprar no porque quiera verle la cara (aunque no se puede negar que es muy bonita) sino porque es el único negocio más cerca, sino hay que ir al pueblo mas cercano que es Chonchi o Quellón y esos están a una hora de aquí.

Tenemos un puerto donde han llegado unos barcos enormes de diferentes países y mi mamá los recibe en la casa, a regañadientes, siempre alega que ella no quiere que su casa sea como un hotel y que si quieren un mejor lugar que se vayan a Castro, le importa un carajo quieres sean ella es mi ídola y al mismo tiempo la odio con toda mi alma.

Así paso que llego un barco que decía que venia de Francia y que estaba haciendo provisiones en nuestro golfo.

Capitán Frances: muchas gracias Madam por dejarme quedar en su casa.

Mamá: ¿cómo que gracias? En esta vida no hay nada gratis así que algo debe tener su famoso barquito que me pueda dar a cambio de mi querida hospitalidad.

Papá: mujer no seas tan avara, ellos van a comprar varios ganados, madera y chicha.

Mamá: ¿así? – y el franchute me sonríe con cara lujuriosa- bueno entonces alójalo en tu aserradero aquí no entra nadie sino me paga el alojamiento, se terminaron los beneficios señor Fernández – portazo.

Y esa fue la primera vez que mi mamá mando a dormir al papá al aserradero. Ella alegaba que nunca la contradigamos ya que ella es la ley. Y por muchos años me lo creí, a pie junto.

Mamá venia de una familia muy rica que habían llegado de España arrancando del gobierno de Franco, y se instalaron inicialmente en Santiago con una empresa donde se fabricaban camisas y trajes de vestir, con el tiempo decidieron irse lejos de la capital y vendieron todo y se instalaron en Castro con una fábrica de calzado. Pero toda su educación la tuvo en Santiago donde conoció a mi papá.

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