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Cerca Del Cielo, Lejos De Ti

Cerca Del Cielo, Lejos De Ti

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido
Popularitas:396
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

En la Ciudad de México, como en cualquier otra ciudad del mundo, los jóvenes quieren volar. Quieren sentir que la vida se les escapa entre las manos y caminar cerca del cielo, lejos de todo lo que los ata. Valeria es una chica de secundaria: estudiosa, apasionada por la moda y con la ilusión de encontrar al amor de su vida. Santiago es todo lo contrario: vive rápido, entre calles peligrosas, carreras clandestinas y la lealtad de su pandilla, sin pensar en el mañana.

Cuando sus mundos chocan, la pasión, el riesgo y el deseo se mezclan en un torbellino que los arrastra sin remedio. Una historia de amor que desafía reglas, rompe corazones y demuestra que a veces, para sentirse vivos, hay que tocar el cielo… aunque signifique caer.

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Diez

—¿Estás seguro que andas bien, chamaco?

—Estoy bien, neta. De veras.

Santiago se sacude el pantalón Levi’s lleno de polvo. Se limpia la nariz con la manga del suéter, ya todo guango y roto, y suelta un resoplido cansado. Se coloca otra vez la gorra y se trepa a su motoneta Itálica, esa que más parecía sonar como licuadora descompuesta.

Del escape sale una nube blanca que cubre medio callejón. Un par de señoras que pasaban rumbo al mercado de la Portales voltean con cara de fuchi. El asiento está abollado y la portezuela lateral vibra como si se fuera a caer a pedazos. Mete primera y arranca despacio, oyendo de fondo el eco de un rock en español que alguien puso en una grabadora en la vecindad: “Lobo hombre en París…”.

Recuerdos.

Ya de noche, Santiago empuja la puerta de lámina despacito, tratando de llegar a su cuarto sin que lo cachen. El piso de mosaico barato lo traiciona: truena.

—¿Eres tú, Santiago? —la voz de su mamá desde el cuartito del fondo.

—Sí, jefa. Ya me voy a acostar.

Pero su mamá sale, con su batita floreada y los rulos enredados.

—¿Seguro que andas bien?

—Que sí, jefa, todo tranqui.

Él camina rumbo al pasillo, pero ella prende el foco del comedor, de esos que parpadeaban como si estuvieran a punto de fundirse. La luz lo delata: moretones, el ojo hinchado, el suéter desgarrado.

—¡Virgen santísima! ¡Goyo, ven pa’cá!

El papá llega en chinga, con la playera blanca manchada de grasa de mecánico. La mamá, con miedo, se acerca a tocarle la cara.

—¿Qué te pasó, hijo?

—Nada, me caí de la moto.

—¡Ay, no me digas eso, Santiago! —él se hace para atrás— ¡Me estás lastimando, ma!

El papá le revisa los brazos raspados, la ropa hecha garras, la gorra llena de tierra.

—La neta, dime la verdad: ¿te madrearon?

Santiago baja la mirada y cuenta, a medias, lo que pasó en la esquina de Calzada de Tlalpan con unos cholos que le querían quitar la gorra. La mamá llora de coraje.

—¡Por qué no la soltaste! Yo te compro otra en el tianguis, aunque sea pirata…

El papá lo interrumpe con tono serio:

—Dime la neta, ¿esto tiene que ver con broncas de política o pandillas?

Al rato llega el doctor de la colonia, el típico que siempre receta lo mismo: aspirinas y reposo. Lo manda a la cama. Santiago, viendo el techo cuarteado, hace un juramento silencioso: nadie volverá a ponerle un dedo encima sin pagar caro.

---

Días después, en la entrada del deportivo de la delegación, lo atiende una señora pelirroja de pelo teñido como fuego y lentes cuadrados. Sus ojos saltones lo miran de arriba abajo.

—¿Vienes a inscribirte, muchacho?

—Simón.

—Pues sí que te va a servir —dice señalando el ojo todavía morado, mientras saca un formulario arrugado.

—¿Nombre?

—Santiago Mancilla.

—¿Edad?

—Diecisiete… en julio, el 21.

—¿Dirección?

—Callejón Francisco Villa, número 39. Ah, y el teléfono: 5-6-9-27-14.

Ella levanta las cejas.

—Nomás es pa’ la ficha, ¿eh? No pa’ que me andes invitando a la disco.

—No, pos’ yo voy a los toquines de rock, no a esas mamadas.

La mujer apunta, le cobra en pesos —mil cuatrocientos cincuenta, que equivalían a cien de inscripción y el resto la mensualidad— y mete el dinero en una bolsita Ziploc. Luego saca un sello desgastado que marca fuerte sobre un carnet: Budokan CDMX.

—Se paga los primeros días de cada mes, chamaco. Los vestidores están abajo. Cerramos a las nueve, y nada de llegar oliendo a Tonayán.

Santiago guarda el carnet en su cartera de imitación Diesel. Sale del lugar mirando las paredes llenas de grafitis: tags de crews como Los Terkos y Klan 13 en Insurgentes. En su cabeza suena un pensamiento fijo, con sabor a reto:

Nadie me va a volver a humillar. Nunca más.

1
Maria Consuelo Rodriguez Berriz
Me gusta tu Novela, el contexto juvenil dónde se desarrolla es muy agradable. Gracias.
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