El Lobo Y La Bruja De Fuego

La lluvia volvió a caer, ahora con más fuerza, golpeando la tierra como cuchillas de cristal.

Y en lo alto del cielo, la luna comenzaba a teñirse de rojo.

Los rumores se esparcieron como fuego en hojas secas, brincando de una aldea a otra, envolviendo los caminos en susurros y miedo. Hablaban de una bruja en el bosque... y de un lobo que traicionó a su manada.

La noticia llegó pronto a oídos de Darian, el Alfa de la Manada de Sangre. Su presencia era leyenda: un lobo feroz, veloz como el viento de la montaña y letal como una sombra bajo luna nueva. Pero para él, eso ya no era suficiente.

Darian no quería ser solo el más fuerte. Quería ser el más temido.

En las profundidades del Templo del Equilibrio, donde ni la luz ni la esperanza entraban, se encontraba la biblioteca subterránea. El aire allí tenía el sabor amargo de magia muerta y pergaminos malditos. El silencio era espeso, casi táctil, y tan antiguo como los muros que lo contenían.

En el centro de un círculo tallado en ónice negro esperaba Darian. Su figura encapuchada apenas se movía, las manos ocultas bajo los pliegues de una túnica color vino oscuro. Ya no era solo el alfa. Era también el Consejero de lo Oculto, uno de los pocos que había cruzado la Puerta de Sangre y regresado con el alma… deformada.

Los pasos de tres magos descendiendo por la espiral de piedra interrumpieron el sepulcro silencio. El eco de sus botas marcaba un ritmo solemne, como si cada pisada pronunciara una advertencia no dicha.

El Archi mago Loras fue el primero en hablar.

—Lpa rumores son cada vez más fuertes.

Darian no alzó la vista. Su voz, apenas un susurro, llenó la sala como una corriente helada.

—Los rumores solo son rumores.

La maga a su izquierda frunció el ceño, su tono tan filoso como su rostro.

Darian giró el rostro hacia ella. Sus ojos, vacíos de luz, reflejaban algo más profundo que oscuridad: destino.

—Lo que era ley… ya no lo es. Esa bruja ha trastocado el Equilibrio. Y ese lobo… no es simple espíritu. Es catalizador. Si ella sobrevive, los sellos del bosque caerán.

Loras se acercó, sus ojos más pesados que su voz.

—¿Y tú qué planeas?

Darian alzó ambas manos. El círculo respondió. El aire se congeló. La piedra del suelo brilló con líneas púrpuras que latían como venas enfermas.

—Voy a abrir la Boca del Umbral.

El eco de sus palabras cayó como plomo.

—¡Estás loco! —exclamó la maga, retrocediendo—. Eso es magia primordial. Oscuridad sin rostro. ¡Ni los antiguos la controlaban!

—No busco controlarla —dijo Darian—. Solo usar su odio... un instante. Invocaré criaturas más allá de la carne, más allá del alma. Cazadores que ni bruja ni lobo puedan repeler.

Loras palideció.

—¿Qué clase de pacto quieres hacer?

—Uno con Thar'vek, el Portador del Vacío Susurrante.

Hubo un largo silencio. La mención del nombre ya era sacrilegio.

—Con él puedo dar caza sin ser detectado. Criaturas que se arrastran entre realidades. Sombras que cazan en el umbral.

Loras respiró hondo.

—Sabes lo que cuesta. Si te pasas por un hilo… la oscuridad no solo te tomará el alma. Te borrará del tejido del mundo.

Darian no titubeó.

—Mi alma fue prometida la noche que me convertí en alfa de esta manada. La oscuridad es solo el siguiente paso.

Horas más tarde, cuando el templo dormía, Darian descendió más profundo. Atravesó una cámara sellada por siete llaves de hueso. Cada una giraba con un crujido como de cráneo fracturándose, y cada cerradura se abría con un gemido que no era humano.

Cuando la última cerradura cedió, la sala se abrió como una herida viva.

En su centro flotaba una esfera de obsidiana líquida, palpitante como un corazón corrupto. Susurros brotaban de ella, muchos, superpuestos, hablando lenguas imposibles.

Darian se arrodilló.

—Thar'vek… te invoco.

La oscuridad se estremeció.

El círculo se iluminó en rojo sangre. Tentáculos de sombra brotaron de la esfera, ondulantes, sin tocar el suelo, pero marchitando el aire a su alrededor. Uno rozó su frente. Su piel se volvió ceniza. Sus ojos, totalmente negros.

—Ofrezco mis recuerdos de infancia… y cuando todo termine… mi nombre verdadero.

El susurro cesó. La esfera se contrajo… y explotó en silencio.

Del humo surgieron tres figuras. Altas. Delgadas. De extremidades demasiado largas, sin rostro, pero con ojos que absorbían luz.

Darian se tambaleó. Jadeaba como si algo en su pecho latiera por primera vez... o por última.

—Vayan al bosque —ordenó con voz rasposa—. Encuentren a la bruja… y al lobo. No dejen huellas. No respiren. No fallen.

Las criaturas se desvanecieron sin hacer un sonido.

La sala quedó en sombras. Pero ya no era solo oscuridad. Era una presencia. Un pulso. Un hambre.

Horas después, Loras halló a Darian recostado contra la pared, pálido, la sangre negra manchándole los labios.

—¿Lo hiciste?

Darian asintió lentamente.

—Pero ya siento el eco… cada criatura que invoqué es una grieta más. Y no podré cerrarlas.

Loras lo miró largamente.

—Entonces más te vale que esa bruja muera pronto. Porque si no… no solo perderás tu alma.

Darian sonrió apenas, con los dientes ya demasiado afilados para parecer humanos.

—No perderé nada. Solo estoy... evolucionando.